lunes, 29 de diciembre de 2008

El viento y la roca

El aire está vestido de invierno,
y, como si fuera una promesa,
comparte su lecho con los ríos pulverizados
por el rocío de sol y viento del mar.

Sumergido en esta nube,
donde se esconden siluetas
de cortados rectilíneos y gigantes…

¿Respirar o no respirar el pacto?

Vida consciente y vehemente de ti misma:
buscas en el espejo el sí de los augures,
y encuentras sorprendida el reflejo de la muerte…

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martes, 23 de diciembre de 2008

Corriente

La loca causa de todas las cosas:

tras el empeño de la noria que gira,
- enfrentado el viento al tiempo-
y es marcapasos del correo,
río que da cuentas de la tierra a la marea;
de ese cable-cuenca...

"Desde la tierra al dominio de la marea,
todo lo alto es seco..."

... tan sólo hay un molino.

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Inundación

Salpican sus gotas sobre mis ojos,
refrescándolo todo.

Es un manantial que se inunda,
se anega y se hace río,
y brotan por mi pelo chapoteos
de cascadas de montaña.

Alcanzan mi piel,
la erizan de frío,
trinan gotas de cristales
por mis oídos ateridos,

y salpican sus gotas en mis ojos,
refrescándolo todo,

… sueño ecuatorial
del derramar de un verso...


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Problemas de carga


La visita pululaba por la oficina. Eran peces gordos. El jefe se comportaba perrunamente mostrándoles las instalaciones, los laboratorios, presentándoles a todos los miembros del Personal del equipo de investigación. Llegaron a mi despacho compartido. Estaban en la puerta. Yo les miraba. Ellos me miraban. El jefe me miraba a los ojos. Ah. Me levanté para darles la mano (“aprieta fuerte, con carácter, eso se nota y da confianza”, las palabras de mi abogado pasaron fugazmente por la cabeza) y lo hice, uno por uno, con una tétrica sonrisa de cloacal incomodidad motivada por un algo indefinido que esperé confundieran con un simple rasgo de timidez neurótica.

Comprendí, por ejemplo, que aunque esté probado estadísticamente que, cuando se intentan llevar a cabo prácticas a las que no se está habituado, errar es muy frecuente en los primeros intentos, ello no podía justificar que hubiera prensado la mano del principal investigador internacional de mejora genética del lechuguino, miembro destacado de la FAO, al ser él el primero a quien saludé. El gemido de este señor impidió, además, que escuchara su nombre con claridad. Se llamaba Suto Mabo, eminente biólogo japonés. De los demás pude saber que eran altos funcionarios del Ministerio de Ciencia y Tecnología, allá en Madrid, conforme me los fueron presentando a continuación.

- Oh, “disculpate” myself- le intenté explicar en un macarrónico inglés-, Mr. Sumo Nabo!

La mirada fugazmente asesina de mi jefe me heló la sangre por un instante, seguida por las de los del ministerio.

- Bueno- me dijo con la boca, mirándome a los ojos- ¿qué tal si les muestras a estos colegas la presentación que has preparado esta mañana para el Congreso Internacional de Tokio?- (con los ojos me decía “sumo cabroncete, como la cagues otra vez te voy a colgar de los cojones hasta que cantes como el capullo ese del anuncio de perfumes”).

Era buena idea. Eso me sacaría del aprieto. Entonces un sable de hielo me hizo un tajo por la espalda cuando me di cuenta de que no había guardado el archivo, lo había enviado directamente por e-mail al correo del jefe. “Bueno”- pensé- “aunque quede cutre, lo saco de la bandeja de enviados”.

- Bien- les dije- voy a “abrirlo” ahora mismo.

Pero todos se pusieron a mi alrededor. Con eso no contaba. “Mierda”, pensé, “me van a ver abrir una vil cuenta de yahoo, en vez de Outlook-express”.

Mientras todos me miraban con una extraña expectación y una atención que se me antojó excesiva, me puse a abrir, con toda naturalidad, el explorador, tecleé tranquilamente la dirección de yahoo y, cuando se cargó la página, introduje el alias (“cabras-descuartizadas”). La verdad es que no me preocupé demasiado de que pudieran ver mi nick: seguro que eran como los ejecutivos pirados de American Psico y les caían bien los tipos duros y desgarrados. Ellos ya estaban con sus caras encima del teclado, casi pegadas a la pantalla, cuando me di cuenta de que la contraseña era “Por donde pases, mi polla ya habrá estado, incluida tu madre”. Con tildes y todo. Teclear eso ante desconocidos es un poco estresante.

Lo tecleé a toda hostia y, cuando me di cuenta, ya era tarde: la página no se había terminado de cargar, lo hizo cuando pulsé la “P”. El cursor volvió a la casilla del alias. Todos pudieron ver cómo escribía “or donde pases, mi polla ya habrá estado, incluida tu madrecabras-descuartizadas”, mientras lo tecleaba enfurruñado, sin levantar la cabeza del teclado, ni siquiera para darme cuenta de lo que pasaba en la pantalla. Intenté detener la página y dejó de responder el programa, congelado en esa imagen indeterminadamente. Para cuando salió el “El programa no responde y se cerrará automáticamente” ya era tarde. El experto informático de cada uno de ellos salió de su cascarón e intentaron uno por uno solucionar el problema, quedando, paulatinamente, perplejos por lo que veían escrito.

- ¡Bueno!- dijo el jefe- ¡Quizás debamos seguir su consejo y seguir viendo las instalaciones mientras EL (…) soluciona el problema, es un experto y…!

(…)
(…)

(…)

jueves, 18 de diciembre de 2008

Paseo

Acera de rugosa, gris,
la acera...

La vista se hace cántaro de ti,
la vista gris sobre la acera.

Se pliegan los vuelos de las aves
por los husos dibujados en el aire,
y se inunda todo el parque
de mi vista,

vista de rugosa, gris,
mi vista,
el fino cántaro de tí
-la misma chispa,

esa,
que alegra
la acera gris,
que sortea las miradas
y se agita como si le latiera el aire...

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lunes, 15 de diciembre de 2008

Monedismo


La poesía da un salto hacia la virtualidad. Atrás quedaron esos tiempos en que la presencia física configuraba la vigencia de las reuniones. Tras probar el “beso de la muerte”, todos somos leones.

El motivo, la causa de la poesía, es secundario; aquellos que se sienten motivos no deben creerse poesía, sino la sangre viva que sirve de alimento al vampiro- para sangre, toda yugular vale. El motivo, la causa de la poesía es tan sólo la prueba de la depredación que la caracteriza; el motivo, la causa de la poesía, es un todo cambiante y la permanencia en uno u otro motivo-causa tan sólo depende del caudal de sangre que de él fluya y, por ende, de la pereza del poeta. El motivo es trivial, y como trivial, pobre; el resultado es un acto diabólico que aurifica mediante la voluntad y el poder aquello que dios relegó a la simple materia vil. Se equivocan aquellos que piensan que en los motivos hay fascinación real. Sólo hay oportunismo. El motivo no vale nada por sí sólo y, una vez aurificado, deja de ser, se olvida. La sangre es la vida; la sangre es la masvida. Podríamos quemar todos nuestros poemas: siempre seremos poetas-vampiros, a pesar incluso de la muerte.

Nos volvemos a reunir, volvemos a unificar fuerzas, lejos unos de otros, siendo personas-signos, probablemente muertos y patéticamente vivos.

Encendamos la última hoguera, provoquemos la última explosión, mordamos la yugular del mundo…

Poesía Monedista
http://monedista.blogspot.com/

Acústico

Domingo, comida, amigos y U-Bets!

viernes, 12 de diciembre de 2008

El respeto de los idiotas (y su precio)



Tercera vez consecutiva: he pillado local de por horas en C/32 y al llegar no tenían la mitad del equipo. Con respecto a las dos veces anteriores, en la primera simplemente le habían dado el local a otros y nos tuvimos que ir (se les había olvidado); en la segunda, se les había vuelto a olvidar y montaron uno provisional sobre la marcha. El miércoles les dije que o ponían todo el equipo necesario, o no había ensayo y no les iba a pagar. Hay que añadir que llevo desde agosto tocando gratis los miércoles en la jam de blues (haciendo caja ellos) y muchas veces pido local (pagando) y no lo hay, y cuando lo hay, pues eso. Conclusión: ya no voy más, ni a tocar ni a ensayar. No me toman en serio.

Debo añadir que el organizador de la jam ha empezado a hablar de cobrar pasta, pero no me incluye a mí entre los merecedores de salario, tampoco. Como no toco lo que a él le sale de los cojones, no formo ya parte del “grupo permanente”. Curioso, no sabe tocar un blues en Do. No sabe trasladar. No sabe nada (menos de dos años de aprendizaje en guitarra), y yo no admito clases de principiantes, lo siento. Conclusión: ya no voy más, ni a tocar ni a ensayar. No me toman en serio.

Lo divertido es que cuando el miércoles (lo estaban grabando) me subí y toqué, volvió a pasar lo de siempre: por un ratito me miraron de otra forma. Porque el aire se calienta y la gente grita y aplaude y todo se anima. Eso que intentan siempre olvidar se impone con la rotundidad del granito.

Pero eso, a la vez, parece joderles, porque está completamente fuera de su alcance y control. Al poco rato, siguieron actuando como si eso no pasara. Y después me entero de que probablemente no grabaron mi actuación.

Y es que, cuando estoy arriba, sólo pueden mirarme con humildad. Eso es poder. Lo demás es miseria. Todita para ellos, gracias.

Conclusión: ya no voy más, ni a tocar ni a ensayar. No me toman en serio.

Al fin y al cabo, mi grupo son los U-Bets...

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martes, 9 de diciembre de 2008

La guitarra



Desatendido. Ese es el hecho. Había quedado desatendido para todo el puente (desatendido por mi camella particular, por supuesto). La chica se había ido a la playa y mis ensayos impidieron que la pudiera ver antes (eso y cierto cheque que tiene que llegarme y que no llega). El caso: sin polen para cuatro días. Genial.

Empecé a darle vueltas a la cabeza, repasando las opciones al alcance. Polígono Norte, en realidad casi junto a mi casa- no, la última vez me vendieron una mierda y muy poco. Mi amable “pasante” me tiene mal acostumbrado con su polen rubio y me niego a bajar el listón. Pensando en la alternativa verde me acordé de Grace, mujer americana que a veces vende a los amigos necesitados como yo. La llamé. Me dijo que me ayudaría sin problema. Fui corriendo a su casa. Sin contratiempos, obtuve el género y me fumé uno allí, con ella, contándonos nuestro últimos avatares. Luego me fui.

De un modo u otro, no soporto la vida, su cansino transcurso, el absurdo orgánico, la soledad. De pequeño me dedicaba a joder a los vecinos, los peatones o los curas de las iglesias con mis trastadas; me gustaba ser un hijo de puta. Llegar a serlo, conscientemente, de manera elaborada y planificada, me parecía una construcción (un proyecto) de lo más decente e importante, era la materialización de un personaje creado por mí en la vida real, como consecuencia lógica- el pie de foto ideal para lo que veía. La vida dolía menos así y me negaba a aceptarla tal como era. Cómo despreciaba a aquellos que no oponían la más mínima resistencia. ¿Qué podía pasar por una cabeza así? ¿No tenían sentimientos? ¿No había inquietudes o ansias o recuerdos de haber sido algo desde luego mucho más grande que eso? Lo más increíble era que ni siquiera supieran formular algo tan importante y esencial. La gran mayoría no lo sabrían nunca. ¿Cómo se vive en la conciencia-cero? Siempre tuve claro que no debí haber nacido. Me invitaron a la fiesta equivocada.

Las drogas fueron toda una salida cuando las descubrí. Casi podía ser buena persona ante otros seres humanos sin que me reventasen las entrañas. Podía asimilar las convenciones sin descojonarme abiertamente por el espectáculo que suponía ver la literalidad con que se seguían los guiones preestablecidos- para semejante ceguera social es necesario anularse a uno mismo por completo, y todo el mundo lo aceptaba, era evidente que ese valor primordial no significaba nada para ellos, no lo tenían. Era un espectáculo desalentador. La vida nunca se abriría paso para mí; la prudencia era su sucedáneo y el motivo de mi aislamiento. Me daban ganas de reír (esa especie nerviosa de risa-llanto), porque no dejaba de resultar cómico verme a mí mismo allí, en esta o otra reunión, en pie, sosteniendo un vaso, preguntándome cuál es el motivo de todo eso, como si hubiera caído por accidente en una sima llena de inmundicia. Estropear la fiesta era toda una alternativa, pero tras descubrir las drogas, ¡qué bien cuando, tras beber o fumar o esnifar, entrabas en consonancia por única vez con los demás y podías fingir, con una inspiración divina, ser como ellos! Y, sobre todo, se podía soportar, por unos mínimos instantes te sentías una persona más, y no un accidente marcado de por vida por un rasgo funerario de nacimiento.

Bueno, el alcohol estaba matando mi yo tan preciado, y tuve que dejarlo; pronto descubrí que todas las drogas tenían una contraindicación u otra. No se trataba de no morir, sino de morir siendo. Más tarde tuve más claro aún que a cada virtud la contrapesa una desgracia. No puedo soportar el tiempo y no encuentro un remedio definitivo, sino formas dulcificadas del verdadero remedio: la muerte. Supe muy temprano que nada tiene sentido. No hay actividades reales, sino pasatiempos. Yo quería actividades reales. Esas, que no existen.

La huída hacia dentro del hachís... Enfermo de vida y la medicación que te va matando... Al menos el hachís es tan leeento, tan leeento, que moriré antes de asco que de otra cosa.

El caso es que me fumé el material antes de lo esperado (ella tampoco había sido muy generosa) y la volví a llamar. Me lo cogió enseguida.

- Hey...- me dijo- I was thinking about you right now...
- Oh, why?- le contesté.
- I need to get rid of Carmelo’s guitar.

La famosa guitarra de Carmelo, esa guitarra española con grietas que fue el motivo de la pelea en que lo mataron. La quería tener conmigo. Ahora estaba preparado, dos años después.

- Right, I’ll take it. Do you have something for me?
- Sure, come around...

Me pasé por allí. Una visita corta (ella estaba triste y quería descansar). Me dio la guitarra. Fumar tenía ahora más sentido que nunca.

Regresando a casa, con ella bajo el brazo, recordé las dos guitarras que he matado en mi vida, estrellándolas a ambas contra la acera de una avenida. ¿Qué preferiría Carmelo? No iba a hacerlo, de todas formas. Aún he de acabar de arreglar su vieja armónica y arreglaré igualmente esa maldita guitarra. Extraeré su mala sombra con la boca y la escupiré lejos. Volverán a hacer música. De eso no hay duda.

Mi novia, en casa, seguía estudiando. Triste, como todo el mundo en aquella tarde. Y triste por mí también, averiado de nacimiento, y yo triste por ella y su tristeza. Me he empapado otro libro de Auster. Luego, descubro que hay quien se toma más en serio mi poesía que yo mismo. Lectores inesperados que señalan a la existencia de mis conceptos...

Como no podía ser de otra forma, ¿qué mejor hereje de mi doctrina que yo mismo? Ser un signo de inversión...

Cuando se puede crear, da igual lo que suceda con lo creado. Cuando se tiene la potestad de volver a hacerlo, de hacer más cosas, de ser una fuente-mar... La obra es poco más que una migaja que nadie comprende. El oro es ignorancia, el dinero, fe en el vacío... Lo único que importa es el poder de la voluntad capaz.

La vida sigue y, con ella, toda su parsimonia de lento aplazamiento de la muerte.

Tendré que dejar de fumar tarde o temprano. Estoy jodido. Qué suerte tengo...

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jueves, 4 de diciembre de 2008

El carril bici (y aquella gorda)


Gorda: del latín gurdus, con el mismo significado. En la actualidad, en algunas situaciones particulares, este término designa a toda mujer agresiva que se ampara en una concepción de su condición femenina que le garantiza un status de inmunidad para actuar conforme a todas y cada una de sus pulsiones irracionales. Suele darse una filiación folklórica en estos sujetos y una dedicación generalmente ligada a las labores del hogar, aunque estos rasgos no son esenciales, como tampoco lo es, en esta acepción, la obesidad. A veces, llevan consigo a un maromo que les hace el trabajo sucio.

Es demoledor comprobar cómo tantas generaciones transcurridas en una situación social de diferencias de clase tan abrumadoras pueden quedar aleladas, degradadas y sumidas en la más extrema desorientación mental, circunscritas a sólo una ciudad. Y lo digo porque, aunque en un principio pueda parecer una materia intrascendente la que paso a tratar, es representativa de algo mucho más amplio.

Desde la creación del carril bici, la crispación del “peatonado” de Sevilla ha ido en aumento hasta alcanzar ya límites insoportables. Todos sabemos que Sevilla es un gran pueblo, más que una gran ciudad, y ello es debido entre otras cosas a ese amor que los sevillanos tienen a todo lo que hieda a catetismo, como si esa pobreza, producto de la negativa histórica al acceso a la educación propia del caciquismo imperante, constituyera la esencia de una ansiada idiosincrasia con la que defenderse del propio complejo de inferioridad de una ciudad que, al fin y al cabo, no ha aportado al mundo nada salvo algunos poetas y gramáticos (Antonio de Lebrija) quienes, además, por un motivo u otro, tuvieron que salir por patas de aquí. Al sevillano le molesta la modernidad, y ello es lógico, pues le recuerda que Sevilla no ha aportado absolutamente nada a dicha modernidad, salvo sus exiliados.

El coche en Sevilla-cateta es la medalla del acceso (o apariencia de acceso) a la clase alta, y la clase tradicionalmente obrera que ha accedido al estatus de clase media ha renegado de sus raíces revolucionarias (arracadas de cuajo por el General Queipo de Llano a base de fusilamientos y violaciones) y acepta el orden social imperante- pero se someten a un juego de amores y rencores a partes iguales hacia ese sistema, que aceptan, pero lamentando no estar en lo alto de la escala social. Se comportan a partes iguales como burguesitos de derechas y sindicalistas del campo.

Por tanto, como es de señoritos tener coche y de pobres tener bicicleta, no pueden concebir cómo el Ayuntamiento ha creado una infraestructura para desarrapados, hippies y vividores, como es el carril-bici. Prefieren ser atropellados por un señorial Mercedes que ceder el paso a una bicicleta cuando circula legítimamente por su vía. Y lo hace no sólo la peatonada de Sevilla, sino los coches también, pues los conductores no aceptan haber estado trabajando tantos años para alcanzar ese estatus de semi-cacique para que una bici llegue antes que ellos y no tenga problemas de aparcamiento.

Carriles-bicis, “inventos de guiris”...

El caso es que últimamente, con demasiada frecuencia, los coches se saltan las normas de prioridad (el carril bici tiene prioridad en los cruces con paso de peatones no reglados por semáforos, y de haberlos, la tiene cuando están en verde) y, a veces, las señoras (llamémoslas gordas) te ven venir de lejos, y aún así meten al niño/a por medio, sin haber paso de peatones, mirándote desafiantemente y obligándote a frenar porque a ella se le ha metido así en el coño. Rara es la vez que salgo y no se me mete por medio un coche en un cruce donde la prioridad es mía. Los comentarios de todo el mundo van por el estilo de “mierda de bicis”, etc., y si vas por una vía normal, como en el centro, los peatones también se te meten de por medio (viéndote venir) y te dicen “¿No tenéis ya carril bici?”, aunque en esa calle no haya.

Bueno, pues ayer se dieron las dos circunstancias a la vez. Llegando al semáforo que lleva a la puerta del ambulatorio de Mª Auxiliadora hay una calle sin semáforo y con paso de carril bici y peatones, pero se me coló oblicuamente un coche porque él no me consideró “vehículo” ni “peatón”. Tuve que dar un frenazo, y por supuesto me enfadé con el tío y le dije que la prioridad era mía. De lejos (que ya la veía yo venir de antes) llegaba una gorda que, predispuesta a montarla, creyó haber encontrado el pretexto definitivo en mi incidente. Venía en medio del carril, ocupándolo todo la muy hija de puta, diciendo “¡Qué barbaridad, las bicis! ¡Qué barbaridad!”. Una vez que el coche siguió su camino, la tenía en frente, cerrándome el paso.

- ¿QUIERE APARTARSE DE UNA PUTA VEZ?- le dije. Se apartó, asustada repentinamente.

Y se quedó así, gritándome a las espaldas, mientras yo me cagaba en su puta madre, “¡Qué barbaridad, las bicis! ¡Qué barbaridad!“, como si al repetirlo adquiriera más razón.

Las armas nucleares no son una idea tan funesta como se cree...

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miércoles, 26 de noviembre de 2008

Las oscilaciones del péndulo

Carlos era uno de esos tipos ordenados, austeros, responsables y superficialmente estoicos: un cristiano. Roth era uno de esos tipos desordenados, derrochadores, irresponsables y superficialmente epicúreos: un cristiano inverso.

Roth quería destruir el orden de Carlos; Carlos quería ordenar el caos de Roth.

Bajo excusas largamente planeadas, ambos consiguieron engañarse mutuamente para entrar en secreto en sus respectivas casas; así, mientras Roth meaba al estilo regadera sobre el sofá de Carlos, como si de unos rosales se tratara, él le pasaba el limpiador al suyo dejándolo impecable. Roth se cagó en cada una de sus sillas y Carlos arregló los descosidos de la tapicería de su juego de comedor, que hasta entonces había permanecido reconvertido en mesa de ping pong. Roth jugó al tiro al plato gargájico con toda su vajilla destruyéndola por completo y construyó un muñeco autocomplaciente doblando y enganchando toda su cubertería, que ahora presidía desde la mesa central, con rabo fuertemente agarrado con la mano, toda la cocina. Carlos logró descubrir la cocina de Roth al limpiar y ordenar los escombros y barricadas que la caracterizaban, y, sí, había una ventana al fondo como decía la leyenda. Mientras Carlos forraba con papel el dormitorio de Roth, y limpiaba, planchaba y guardaba toda su ropa, éste se puso manos a la obra con una sierra mecánica y logró emparentar el dormitorio de Carlos con el pan rallado de las croquetas- esas que se disponía a preparar a continuación Carlos para dejarle algo en el frigorífico, que ahora era blanco; el de Carlos volaba por la ventana y lo más parecido a comida que iba a contener eran los sesos de un despistado peatón. Y así todo.

Inversa versus inversa invirtiendo términos y contradiciéndose, contrahaciéndose, contrarealizándose, complementariedad de sobria ebriedad...

Qué aburrimiento...

Cada uno dejó la casa del otro en un estado de realización personal total, a la inversa.

Boca arriba, boca abajo.

Cuando regresaron a sus respectivos cubiles, se dieron cuenta de la coincidencia... inversa.

Orgullosos de sus labores realizadas, no dudaron en intercambiarse las casas en las que tanto empeño y tesón habían puesto.


En realidad eso lo resume absolutamente todo...

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lunes, 24 de noviembre de 2008

One, two, three, four!!

Un, dos, tres, cuatro...

Me duelen las manos, me duelen los pies; me duele el músculo de la cejilla; últimamente me duele la mano entera, los músculos de los dedos incluidos- no es tendinitis, es agotamiento.

Un, dos, tres, cuatro...

Todo me suena mal. Hasta el ampli. Oigo discos. Ya no me parecen tan buenos, los he oído demasiado; quizá me haya cargado mi último juguete, ese que me hacía divertirme con la música. Ahora estoy enfermo de razón y conocimiento. La analizo. Desentraño sus secretos. La música ha de ser inalcanzable para disfrutarla y estoy jodido y me niego a aprender jazz...

Un, dos, tres, cuatro...

Me canso estando de pie. Me duelen los pies. En el derecho sí que tengo una tendinitis ligera. No toco con él, pero es el que suelo menear para marcar el ritmo. Lo hago de todas formas, pero duele. De nada sirve ir en bici a todos lados, en cuanto ando diez metros, me duele de nuevo. Tengo que ir de nuevo al médico. La fotofobia me diagnosticó el problema, de todas formas, con dos palabras, pero necesito que me extiendan una receta, una explicación, una sentencia, un estudio pormenorizado sobre este pie de mierda que me viene jodiendo desde primavera.

Un, dos, tres, cuatro...

Hago los solos como en la maqueta. Pshi... Ahora sí que soy un fraude (soy de la opinión de que hay que improvisarlos siempre). Todo porque me picaron los demás, sugirieron que no podía. Mierda con mi puto orgullo. Ahora procuro tocarlos iguales sólo para demostrarlo. Estoy cansado de oírme, siempre igual. El bueno de Julio me dijo en una ocasión que descansara... Puede, pero el tiempo pasa como una losa. Descansar.

Un, dos, tres, cuatro...

Pero nunca antes había volado con tanta frecuencia...

Tocas y la cabeza se te va, y sabes que eres el único en ese momento que tiene que mantener un mínimo de control antes de que el ruido y la cacofonía se hagan los dueños del asunto.

Da vértigo porque... no sabes si una vez cruzado el límite serías capaz de regresar, acostumbrado a soñar con largarte siempre...

... más que nada por proteger al respetable de ti mismo.

¿”Conócete a ti mismo”? Eso decía el filósofo....

Y luego, protege al mundo de ti como si fueras un monstruo...


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domingo, 23 de noviembre de 2008

Canción de cuna

Espejito mágico.

Pejito-pejito que es.

Es pejito-pejito que es jito-pejito a través...


...espejito que mágico que jito me jito espejito más-gico al revés...



... pejito-pejito-más-gico-pejito del jito-pejito-más-gico...


...después.

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viernes, 21 de noviembre de 2008

jueves, 20 de noviembre de 2008

Corazón herido



Jam-re-re-jam-session...

Ayer me jodí el dedo corazón de mi mano izquierda, tocando. Hice en algún momento de la actuación un bending más embrutecido de la cuenta y, bueno. Es lo malo de salir a tocar con las uñas recién cortadas, que se fastidian con facilidad.

Os voy a torturar: este dolor se debe a que, al empujar hacia arriba la cuerda elegida con la yema del dedo, sobre el mástil y en el traste adecuado, y alcanzar el límite de su flexibilidad, la piel que hay bajo la uña se separa de ella a consecuencia de la tensión. Al principio no duele. Hoy me duele hasta para pulsar una tecla: es agudo, afilado e intenso, y se extiende a toda la falange. Parece mentira. Ayer, seguir tocando tras eso se me hizo un suplicio, aunque el dolor se olvida pronto si la cosa suena bien; es más, creo que para tocar decentemente te tiene que doler un poquito. Siempre lo he pensado.

Estoy harto de oírme, por otra parte, la verdad.

Paso.

He dormido sólo tres horas.

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lunes, 17 de noviembre de 2008

Consecuencia lógica


Hoy me siento hablador. No sé, podría contar el fin de semana; o hablar del frío, que hace del amor un refugio aún más apetecible. Resulta curiosa la vida, pues ahora mismo, remitiéndome exclusivamente al fin de semana, podría enumerar varios momentos de plenitud. Lo curioso es que este fin de semana no ha sido más especial que otros. Lo curioso, lo incomprensible, es seguir, a pesar de todo, sin poder soportar el transcurso del tiempo. Duele esa cinética de los relojes; no por el tiempo, “que se escapa como arena entre las manos”, sino por el completo absurdo que ello encierra.

Recuerdo que hace tiempo colgué en mi fotolog (antes de mi total renuncia a esa basura) un texto sobre el absurdo de ser orgánico. Moverse y, sobre todo, tener que moverse (para buscar comida, para ponerte frente a una pantalla, para evacuar, para dormir). Realmente, con la conciencia del absoluto que tenemos, ¿para qué un cuerpo? Y, claro, puestos ya, ¿para qué nacer? Incluso si hubiera un Dios, detrás de sus motivaciones seguiría subsistiendo el absurdo. No hay motivo, por noble que sea, que justifique la existencia.

Quiero decir, que nos movemos en las tres dimensiones con la única finalidad de poder seguir haciéndolo. Comemos para que continúe en marcha nuestro metabolismo, para lo cual nos movemos, aunque sólo sea para acercarnos a la cocina, en el mejor de los casos. Movemos nuestro cuerpo por el mundo para conseguir ese alimento. Y lo ingerimos para tener fuerzas para seguir trasladando eternamente este cuerpo por el mundo buscando más oxígeno, más agua, más alimento y la reproducción, para que así otros individuos como nosotros se vean en esta espiral de actividad estúpida. Nos movemos para poder seguir moviéndonos. Sólo la reinterpretación cultural de estos actos los hace menos vergonzosos.

Creamos mundos psicológicos. Reinterpretamos las cosas para hacerlas aceptables: comer se convierte en una ceremonia social. Comer con la persona amada adquiere una dimensión cósmica. A pesar de que si muriera esa persona el azul del cielo no menguaría un sólo grado (pertenezco a los enfrentados: nunca se lo perdonaría al azul, mis días estarían contados).

Si vivimos en mundos “rehumanizados”, en una bruma psicológica donde todo es mente (hasta las imágenes y los sentidos) y donde, por arte del lenguaje-sociedad-cultura, parece que olvidamos, inmersos en ese submundo que creamos, la fatalidad del absurdo casual de nuestra presencia natural, la única solución es agarrar esa ficción como arma arrojadiza contra la naturaleza. Militar en ella. Mirar cara a cara al absurdo blandiéndola.

El arte se modela con esa sustancia psicológica.

Todo ese contenido humano se estrella contra el viento inerte de un cielo estático. Una sencilla espera de diez minutos te recuerda que esperas en realidad para nada desde que naces.

Los averiados de la cultura como yo ya no encuentran consuelo en ella, en el material sensual psicológico, en el arte, de tanto esfuerzo. Es una jungla donde huyes de ti mismo y te buscas y nunca sabes con certeza si lo que ves realmente está ahí o no. Luego directamente pasas de todo. Los éxitos parecen una broma sarcástica del destino. A pesar de las felicitaciones y las celebraciones, estás en ese local, y sabes que...


... que aún así, tienes que trasladar tu cuerpo para llegar a la barra e ingerir líquido para reponer el agua necesaria para sobrevivir a otros, que trasladan su cuerpo junto al tuyo para decirte cosas que en realidad no quieres que te digan porque no son ciertas, y luego todos trasladarán ritualmente sus cuerpos cerca del alimento con el que asegurarse poder seguir trasladando sus cuerpos en busca de más alimento para trasladar sus cuerpos y...

De pronto te metes en la cama, abrazas a tu amor, y el tiempo se detiene infinitamente (pero por unas pocas horas).

Los que vivimos en los sube-y-baja de la ficción psicológica de la naturaleza nos solemos averiar de drogadicción.

Es, por otro lado, una consecuencia lógica.

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viernes, 14 de noviembre de 2008

Lorraine

This is Delfín at the garito-ring,
hunger and pichi-aliens parade at the sink,
all most-trador with amor with the tractor,
here it comes the raining-Miliki-spleen...

and Lorraine...


Wild Child (Lou Reed)

I was talkin' to chuck in his genghis khan suit
And his wizard's hat
He spoke of his movie and how he was makin'
A new sound trac.

And then we spoke of kids on the coast,
And different types of organic soap,
And the way suicides don't leave notes,
Then we spoke of Lorraine.

Always back to Lorraine.

I was speakin' to phil who was given to pills
And small racing cars.
He had given them up since his last crack-up
Had carried him too far.
Then we spoke of the movies and verse,
And the way an actress held her purse,
And the way life at times can get worse
Then we spoke of Lorraine.

Always back to Lorraine.

Ah, she's a wild child,
And nobody can get at her.
She's a wild child,
Oh, and nobody can get to her.

Sleepin' out on the street
Oh, livin' all alone,
Without a house or a home
And then she asked you, please,
Hey, baby, can I have some spare change,
Oh, can I break your heart?

She's a wild child,
she's a wild child.

I was talkin' to betty about her auditions,
How they made her ill.
But life is the theater, is certainly fraught
With many spills and chills.

But she'd come down after some wine,
Which is what happens most of the time.
Then we sat and both spoke in rhymes
Till we spoke of Lorraine.

Ah, always back to Lorraine.

I was talking to ed who'd been reported dead
By mutual friends.
He thought it was funny that I had no money
To spend on him.

So we both shared a piece of sweet cheese,
And sang of our lives and our dreams,
And how things can come apart at the seams
And we talk of Lorraine.

Always back to Lorraine.

She's a wild child,
Oh, and nobody can get at her.
She's a wild child,
Oh, and nobody can get to her.

Sleepin' out on the street
Oh, livin' all alone,
Without a house or a home
And then she asked you, please,
Oh, baby, can I have some spare change,
Now can I break your heart?

She's a wild child,
she's a wild child.

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lunes, 10 de noviembre de 2008

Precoz


El títere de fuego y la decisión fácil.

Era divertido arder y hacer de la propia llama un espectáculo. Escupir a la cara a la vida con saliva de lava.

“¡Quiero deciros a todos que tengo fuego en la boca!”, decía Mc. Carajaula.
“¡Banzay, banzay, llevo lava dentro, eso es lo que hay!”, decía Mammonio.

Qué bien nos sentaba a todos el fuego: nos vampirizaba. Cuando la llama era esa gran desconocida...

Nadie comprendía ese ímpetu por la autodestrucción. Era una moneda: en la cara estaba la música, la expresividad; en la cruz, ofender al mundo destruyendo al autor de tanta belleza.

Y de tanto fuego no era simple belleza, sino calor- apenas gustaba a nadie salvo a los títeres ardientes...

El títere de fuego y la decisión fácil de arder...

La llama era noctámbula, azul, verde, fría... y mentirosa. La carne cuando arde huele mal- eso se lo calló, no nos advirtió que, o se muere a tiempo, o se abandona la hoguera, esa hoguera de llamas homogéneas y predecibles. Vaya con los títeres de carne y hueso. Cuando no se ha muerto a tiempo, el espectáculo se convierte en algo grotesco.

¿Recuerdas, cuando la noche era una interrogación, cuando respirar era avanzar a lo desconocido, cuando flotabas en la noche totalmente lejano a todos pero con el poder de la convicción para tomarlo todo? Cuando la magia parecía cierta. El poder irradiante de las pestañas sobre las ojeras-valle...

De pronto la llama es candela de cartón, la magia es carne podrida, la elevación es el barro de un pantano.

Si no se ha muerto a tiempo, avanza. Premeditadamente. Hay otro fuego, el de más adentro. Hurgando entre la escarcha del alma...

No hay otra, por otro lado. Hay que agotar las fuentes de la vida. Yo ya lo he hecho varias veces. Probar otro vino, otro elixir, otras aguas, otras formas de fuego...

Y lo más curioso es que la magia despreciada brilla con más fuerza. Mi viejo poder. Abandonado, intenta retornar poniéndomelo más fácil que nunca. El poder irradiante de las pestañas sobre las ojeras-valle... La palidez de la pulpa fresca de los vampiros, el tú a tú de los iris fluorescentes.

Soy un exprimidor. Nunca devuelvo a la cuña giratoria las cáscaras que quedaron secas hace tiempo. Zumo. Siempre he buscado zumo, sangre, luz de luna. Nunca he dejado de serme fiel.

El poder irradiante de las pestañas sobre las ojeras-valle... La palidez de la pulpa fresca de los vampiros, el tú a tú de los iris fluorescentes.

Paso de vosotros. Ya me aburristeis bastante. Soy precoz. Lo siento.

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jueves, 6 de noviembre de 2008

Ambigüedad

La ambigüedad es una eterna presentación, mediante spots publicitarios, del patrocinador de un programa que nunca llega a emitirse.

Hay a quien le gusta mirar cómo se mueven las manecillas de los relojes porque sí.

Bueno, eso está de moda.

La nada no tiene contenido, sólo sirve para surfear.

martes, 4 de noviembre de 2008

La diferencia entre leer por necesidad y cantar por suficiencia

Seré cierre-abierto, manivela-grifo,
chorro-hielo, sueño del tacto,
un trato de dientes afilados,
por tenerlo todo ahora
al alcance de la lengua.

La muerte es otra forma de ser algo.

La diferencia es mi desidia,
que como causa incoronada para las vistas,
vuela como una pregunta sin respuesta
sobre verbos de alquimia de intimista.

¿Te tiemblan los dientes?

Pregunta el frío, el chorro de tu espalda,
pregunta el invierno de escarcha lumbar...

¿Acaso el frio no cala en la piel,
opaca como reflejo ocular
de la sed ciega?

¿Cómo buscar un guión a mi elección de gotas...?

Sabes leer la lluvia,
pero no sabes mirarla
sin ser lectora y parte:
cuando se es, y no se sabe,
todo y nada vale;

y aún lo ignoras...

Más cuando se es y se sabe,
pregunta mejor a la ironía del capricho,
pregunta a las manos,
que acarician las espigas del campo
desde los globos aerostáticos
de la lejanía consciente,
mirando hacia otra parte...

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Insensible

Hay una nueva canción. Normalita. Pero necesitamos temas, así que habrá que probarla al menos. La letra es un sinsentido. Se llama “Insensible”, pero es en inglés; tiene más que ver con la acepción “inconsciente” que con la insensibilidad. Se me ocurrió el sábado saliendo para ensayar. Siempre en el momento menos oportuno para pararte y coger la guitarra y ver los acordes y ponerle una letra, aunque sea de relleno.

Llegué al puente de la barqueta, donde solemos quedar, y aún no había llegado nadie. Me encendí un porro y seguí dándole vueltas a la acera y a la canción, para no olvidarla. Cada vez la oía más clara. Y la letra. La necesitaba. La que fuera, para memorizar la melodía de la voz. Así que me puse a ello.

Take a sit at the top of the stairs,
face the radio-zone,
face the radio-zone.

(con eso quedaba más o menos fijada la estrofa, aunque hubiera que cantar lo mismo dos veces seguidas)

How are you?
Feels like pretty insensible;
how are you?
Feels like pretty insensible...

(hasta cuatro veces) El punto de la discordia: el último “feels like...” se hace ya en la parte musical de la estrofa. Hum... En la cabeza se oye bien, aunque parezca enrevesado...

Insensible

Take a sit at the top of the stairs,
face the radio-zone,
face the radio-zone.

Take a sit with a diamond ring,
face the glass-ozone,
face the glass-ozone.

How are you? Feels like pretty insensible;
How are you? Feels like pretty insensible;
How are you? Feels like pretty insensible;
how are you? Feels like pretty insensible...

Take a dream as a dialogue scream,
face the wind-stones,
face the wind-stones.

Take your spleen as a personal pin,
face the ID-shore,
face the ID-shore.

How are you? Feels like pretty insensible;
How are you? Feels like pretty insensible;
How are you? Feels like pretty insensible;
how are you? Feels like pretty insensible...


En fin, cuando llegó Paul me encontró de esa guisa, mirando al suelo, ido.

Je, je. Hacía tiempo que no me asaltaban las canciones....

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lunes, 3 de noviembre de 2008

Dudas

Sigilo. I-Í-O.

Sigilo...

Si... de sirena, de Silvia, de sinergia, de un SÍ mayúsculo, de una nota musical.

Gi... de giratorio, de gimiente, de gilipollas.

Lo... de loto, de lozanía, de lontananza.

Sigilo. I-Í-O.

SIrena GImiente de LOzanía
SIlvia GIlipollas de LOntananza
SInergia GIratoria de LOto.

A veces pienso que las palabras gustan por su forma, y de ahí proceden determinadas simpatías por ciertos conceptos contenidos en ellas. Sigilo, finura, discreción...

Yo grito y toco a todo volumen y considero muertos a los términos medios; y, sin embargo, amo el sigilo... es una melodía perfecta... suena bien: SIGILO. I-Í-O.

Las consonantes S-G-L hacen que la lengua haga un recorrido marcha atrás, desde los alvéolos hasta el velo del paladar, y luego de vuelta al principio. No es coña. Si algo entra por las entrañas como si anduviera por su casa, es que es circular, espiral, helicoidal.

El número Pi es sólo otra forma de considerar el infinito- y de llamarnos imbéciles a nosotros mismos.

Hum... si el significante “patria” no hubiera designado a “la nación a la que uno, curiosamente, por motivos meramente circunstanciales, ama, a pesar de ser una abstracción (siendo esta inmotivación racional en la elección lo que, paradójicamente, hace meritorio de reconocimiento al imbécil que la sostiene)”, sino, por ejemplo, a las altramuces (y viceversa), es probable que Franco nunca hubiera sido patriota ni militar.

“¡Luchemos por la altramuz!”

No queda bien; sin embargo, “comer patrias” hubiera sido algo más popular aún de lo que es.

Y no es casualidad que ahora todos los pretenciosos de sensibilidad extraterrestre a lo ET, plenos de Serrat, prefieran la mermelada de arándanos en la tarta de queso, o tomar el vodka aderezado con el zumo de esa misma fruta.

¿La habéis probado? Yo sí. Es agria. No es ninguna maravilla. Pero, ¡ay, amigos!:

¡¡ARÁNDANOS es ESDRÚJULA!!

Teniendo en cuenta que nuestro idioma es eminentemente llano, esa ruptura métrica hace que comer arándanos, aunque cueste, otorgue a los comensales un orgasmo pletórico (perdonen la redundancia, pero necesitaba poner otra esdrújula) de autosatisfacción narcisista. O sea...

¡¡Masturbémonos con la métrica!! ¡¡La semántica ha muerto!!

Cuando alguien sugiere arándanos suele satisfacerse por la sofisticación de su apetito, como si ello lo separase de los perros a la hora de considerar necesidades básicas. Yo suelo sentir vértigo. Vértigo ante lo imposible. Ese abismo...

Debería abrir una tienda de artículos esdrújulos: arándanos, cáncamos, sílfides, plátanos, pánfilos, histéricos/as, panegíricos, esquizofrénicos, filántropos, licántropos...

Bueno...

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Rise


Ayer empezamos a grabar una maquetilla con cuatro temas (se titulará “Rise”), de los que dos son composiciones de Juan Pedro (guitarra) y dos son versiones (“Love Gun”, de Kiss, y “Be my Baby”, de las Ronettes). Os pongo los respectivos videos para que veáis lo que nosotros entendemos por “amplitud de miras”. Jo, he de decir que Mari Cruz se sale con la voz y que creo que hemos tenido suerte en cuanto a los medios que nos han llovido del cielo (eh, viciosos, medios técnicos, NO DE COCA).
http://www.youtube.com/watch?v=8-0upHlWfQ4

Aún así, el miércoles vamos a grabar los coros de algunos temas, entre ellos el de las Ronettes, y esperamos que la producción no lleve demasiado tiempo: hemos de mandar esos temas a Nueva York para que un contacto de Paul (batera) considere incluir dos temas en un disco recopilatorio a editarse pronto; por añadidura, hemos de hacernos unas buenas fotos como presentación. ¿Cuándo?

En fin, apenas hemos empezado a tocar y ya con estas prisas. Es como si empezáramos la casa por el tejado (hay que preparar un repertorio más largo, o sea, queda un curro considerable) pero bueno, las cosas van saliendo.

¿Y mi perrita? Tenemos una nueva inquilina en casa. Aún hemos de decidirnos por el nombre. Se me ha olvidado traer una foto, pero me encanta.

Y tengo una cena en casa esta noche (comprar, cocinar); y tengo que organizarle la despedida de soltero a mi hermano; y tengo que enterarme de cuándo nos hacen las fotos; y tengo que llamar al veterinario para pedir cita para la primera visita de la perrita; y tengo que...

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jueves, 30 de octubre de 2008

Ser uno mismo, mismamente


(...)

Mammonio es un músico que está solo- nadie toca con él, y no por falta de talento, sino por una zancadilla compulsiva que pone a todo orden que se le proponga.

Pero le duele, claro. Pospone continuamente la decisión de ser mínimamente periódico, pero le duele; su “tratamiento” auto-recetado es hablar de su problema eternamente, desbaratando toda posibilidad de resolución mediante la reducción al absurdo de todo lo que se le proponga, para quedar de ese modo justificado su estatus de niño adulto al que hay que cuidar y consentir, y de paso sentir pasar el tiempo como si él fuera “un” centro del universo alrededor del cual todas las conversaciones convergieran en el mismo y único tema de conversación que le interesa: él mismo.

(...)

- ¿Sabes?- me cuenta- cuando voy por la calle me he fijado últimamente en que bajo la cabeza cada vez que cruzo la mirada con alguien.
- Ah...- le digo. Me veo venir el asunto...
- Sí; para mí es muy significativo. Es como si les permitiera invadirme. ¿Es que valen más que yo? ¿Por qué debo bajar la cabeza cuando me cruzo con ellos?
- ¿Estas tan seguro de que “debes” bajar la cabeza?
- Bueno, he tomado mis medidas; mirar a la derecha, por ejemplo.

(...)

- Pero, en fin- le digo.
- ¿Qué?- me pregunta.
- Que... bueno, yo.... En realidad... ¿No tienes nada mejor en que pensar que en eso, con la que está cayendo?
- Bueno... a mí me afecta.
- Es paranoia. Eso que me cuentas es un rasgo paranoide. No tiene nada que ver con la realidad. No tiene esa importancia. Pensar en ello tanto tiempo es conferírsela, lo que equivale a entrar en el mundo de los imbéciles por la puerta grande...- en ese momento me arrepiento de llamarlo imbécil. Pero luego. Qué coño.
- Pero yo lo siento así- insiste con su argumento-plañidera hecho a la medida de la sensiblería-de-profesora-de-escuela propia de los etarras o los punkies que acaban de descubrir el propio peso de su culo tras darse cuenta de que han acabado de eructar (por no hablar de la ingente masa de peonzas mareadas que hacen del mercado de la comida macrobiótica, anti-gimnasia, yoga, tarot y merdo-memez en general, uno de los negocios a tener en cuenta dado el alza de dichos valores en el mercado).
- Sí- le respondo- “Yo lo siento así”, te crees que eso es como una garantía de validez. Los sentimientos son verdades como sentimientos que son; sus motivaciones pueden estar, sin embargo, guiadas por las coces del azar y, aún siendo sentimientos reales, la realidad a la que señalan puede ser una simple y sencilla majadería. Tu preocupación es la sublimación de un gesto insignificante, es una puta paranoia. Es típico. Nadie está pendiente de hacia dónde miras cuando vas por la calle, salvo en la intensidad. Además, da igual. Que les den por culo.
- ¿Ves?, entonces admites que la mirada tiene un poder...
- Sí, pero una cosa no quita a la otra.
- ¿Cuál a cuál?
- La cualidad al exceso.
- Bah...

(...)

- Y entonces, ¿eso es lo que te preocupa últimamente?- le digo.
- Sí.
- ¿Y nada más?
- Bueno, estoy practicando formas de evitar que me humillen así.
- Joder...
- Sí, miro hacia la derecha, hacia arriba.
- Pero, ¿por qué no aceptas que es una paranoia? Me cabrea verte dándole vueltas a gilipolleces, ¿para cuándo te preocuparás de ponerte a preparar un repertorio en condiciones con más gente, empezar a tocar de verdad, dar conciertos, no pillarte esos ciegos, etc.?
- Pero lo de las miradas es algo que me preocupa, son mis sentimientos.
- No lo niego, pero deberías ser más escéptico.
- Hay que ser fiel a uno mismo...

(...)

- ¿Quién te ha dicho esa gilipollez?- le digo.
- ¿Qué?- me responde sorprendido.
- Lo de ser fiel a uno mismo.
- ¿No estás de acuerdo?
- Tú, ¿hablas de filosofía o de la realidad?
- ¿Qué?
- O sea, puedo estar de acuerdo, pero sigo teniendo ojos.
- No te entiendo...
- Mis convicciones no evitan que el mundo sea de una determinada manera.
- ¿Y?
- Lo que menos desea el conjunto de los humanos es que los individuos sean fieles a sí mismos. La sociedad es un número de títeres en el que el protagonismo recae exclusivamente en la hipocresía. No se trata de estar o no de acuerdo; se trata de que no te dejarán ser tú mismo a menos que seas un caballo de Troya.
- Pero, entonces, ¿qué solución propones?
- Disfrázate de regalo...

(...)

- Dices que me disfrace de regalo- empieza a repetir para sí como si lo estuviera memorizando, con una mano en la barbilla; en realidad, está haciendo tiempo para elaborar una respuesta. No la tiene. Pero le da igual, lo importante es destruir toda propuesta constructiva- dices que me disfrace de regalo... dices que me disfrace de regalo...

(...)

- Dices que me disfrace de regalo... dices que me disfrace de regalo...

(...)

- Y bueno- me dice- ¿por qué tendría yo que seguir tu “método”?
- Porque el tuyo no funciona, salta a la vista.
- ¿Y en qué ves eso?
- Estás sólo.
- A lo mejor quiero estarlo.
- Pero lloras.
- A lo mejor quiero llorar.

(...)

- Te equivocas, mi método funciona igual de bien que el tuyo.
- ¿Ah, sí?
- Sí: he dejado de mirar al suelo.

(...)

- Dejemos de hablar de esto- le digo. Más que nada porque me desespero.

(...)

Acto seguido me pongo a pensar en toda la conversación. No la quiero olvidar, así que tomo una hoja de una de sus libretas y apunto unas notas que la resumen. Mammonio se levanta mientras tanto y se pone a hacer café. Cree que escribo un poema. Cuando acabo de resumir el diálogo lo doblo y me lo guardo en el bolsillo. Javi llega y toma alegre la libreta para leerlo y me mira extrañado de no encontrarlo.

Argh. Me duele. Le confieso mi crimen. He robado nuestra conversación, Mammonio. Es imprescindible. No se enfada. Pero yo me siento mal.

Robaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpiratarobaelpirata

(...)

Vuelvo a coger su libreta. Escribo un poema para estar en paz. Un regalo. Se lo dejo. Pero me llevo una copia (la de los tachones y correcciones).

(...)

POLEA

Escala, no por subir,
sino por sentir los brazos.

Sube, no por alto,
sino por frío.

Oscila, no por reír,
sino por sentirte una caída larga.

Mide en tu tripa
la altura del abismo
a la altura de tu espalda.

(...)

Llegada la hora, me marché de su casa. Tenía actuación en la Jam de blues.

No fue mal.

Pero tengo la sensación de que no me soporta nadie.


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martes, 28 de octubre de 2008

La muerte de Occidente



Occidente nunca fue capaz de ver su propia debacle con claridad. Su propia esencia se lo impedía. Ni siquiera ante un aviso tan claro como la caída del muro de Berlín, en Europa.

Resulta cuanto menos inquietante que una sociedad como la europea, en la que los ingenieros habían sido elevados a la máxima categoría social, fuera incapaz de prever el desastre que implicaba la desaparición de uno de los extremos que mantuvo felizmente en equilibrio la frágil estabilidad del continente desde su último intento de suicidio (en el que dio un paso atrás en su emancipación y, como un enfermo mental, pasó a estar apadrinado por dos potencias antagónicas). Y eso que esa disposición casaba perfectamente con el ideal de equilibrio aristotélico, representado por Europa. Desaparece nada menos que uno de los contrapesos de la sociedad y nadie se alarmó; todos creyeron que simplemente había vencido el Capitalismo.

El Crack de 2008, 19 años después de la debacle comunista, puso las cosas en su sitio. Lo peor de todo era constatar, entre los más visionarios de la época, que no había marcha atrás, que era inevitable el Apocalipsis occidental.

¿Por qué? Porque, inmersos en sus guerras internas, nadie era capaz de contemplar el verdadero problema, y sus avisos y síntomas eran inmediatamente “alistados” como argumentos en dichas dialécticas, ajenas a la realidad. Cuando cayó el bloque soviético llegó el triunfalismo neoliberal; cuando cayó el Neoliberalismo, llegaron las triunfantes voces ecológico-socialdemócratas.

El problema era de otra índole, y mucho más profundo e insalvable.

Tenían razón los socialdemócratas al afirmar que todos somos, esencialmente, humanos, antes que ciudadanos. Las reglas de acción y reacción históricas se aplican por igual a todos los grupos. Eran las dimensiones las que habían cambiado: con la globalización de la economía la división de clases pudientes y clases pobres, como era tradicional en el contexto europeo, desapareció; era mejor tener un país estable con ciudadanos contentos con su basura (bien presentada) para funcionar al nivel siguiente. Ahora había países ricos y países pobres. La clase, división interna de un país cuya lucha hacía funcionar la economía, pasó entonces al ámbito de los Estados: había Estados privilegiados y Estados basura.

Las tensiones sociales históricas de cada país tejían un decorado que, a modo de telenovela, mantenía a todos los ciudadanos entretenidos en peleas de rellano, chocheces de viejas y guerras dialécticas sobre quien es más guapo, de tal modo que no podían darse cuenta de lo que realmente pasaba, del verdadero cambio que se estaba dando a nivel mundial.

Así, la izquierda europea deambulaba erráticamente de un tópico a otro, sin saber muy bien hacia dónde tirar, y la derecha no era una alternativa, decididos como estaban a adelantar la debacle del sistema económico mediante la exigencia de un crecimiento económico insostenible.

Las diferencias “de clase” a nivel de Estado eran tremendas, hasta tal punto que los presupuestos de muchas empresas occidentales superaban con creces los de muchos Estados. Los occidentales era intocables, verdaderos aristócratas del mundo. Los europeos de izquierdas se estaban convirtiendo en los déspotas ilustrados de antes de la Revolución Francesa, que hablaban, opinaban y pontificaban sobre los problemas de los países pobres, hacían sus actos de caridad mediante las distintas ONGs, y se permitían manipular sus sociedades mediante principios multiculturales (como si la miseria fuera un ejemplo más de diversidad cultural digna de ser mantenida en una suerte de “parque antropológico” mundial), pero todo esto sin tener en cuenta la opinión de las personas implicadas o, en caso de ser contrarias a sus intenciones, despreciándolas en virtud de una supuesta carencia de “valores” democráticos y/o humanísticos. No deja de ser despotismo. El ilustrado era también muy bienintencionado, pero la guillotina se encargó de corregir su error. ¿Qué guillotina estaba destinada a nosotros? No es casualidad que la decapitación de occidentales sea tan valorada por la audiencia de Al-Yazhira.

Claro que vislumbrar la analogía histórica arriba señalada, en una sociedad donde, cada vez más, se revalorizaba positivamente la postura mayoritaria frente a la propia de una élite, era difícil, pues la medianización que sufría occidente hacía que cada vez fuera más rara la existencia de algún tipo de excelencia en cualquier ámbito intelectual. Y a su vez, dicha filosofía chocaba teóricamente con la pretensión de Occidente de seguir siendo aristócrata.

En este contexto, y siguiendo la premisa de arriba según la cual “las reglas de acción y reacción históricas se aplican por igual a todos los grupos humanos”, era previsible una revolución social articulada en el nivel en que estaban sucediendo las cosas, es decir, a nivel mundial. Es así: cuando se oprime demasiado, se produce una revolución.

La III Guerra Mundial supuso el levantamiento definitivo de los países más pobres contra un Occidente indeciso que, por un lado, no podía mantener un ejército tan tecnológicamente avanzado con una economía ahogada en sí misma y, por otro, los valores conquistados de respeto a los derechos humanos impedían sofocar enérgicamente dicha revolución mundial. Los revolucionarios, por el contrario, estaban decididos y no les importaba saltarse dicho código- esa era su fuerza, sus bases sociales les apoyaban incondicionalmente. Occidente, viejo, cansado, no era el mismo que, en tiempos de Roma, hacía de la crueldad contra sus enemigos un espectáculo aclamado por el pueblo. Sofocar sin matar era imposible.

Occidente, enfermo de post-cristianismo, no comprendió que sus nuevos principios no funcionaban en un estado de guerra; pero era también cierto que renunciar a ellos era dejar de ser Occidente.

Por ello, occidente estaba herido de muerte. Era sólo una cuestión de tiempo; de cómo, cuándo y dónde... Al luchar sin principios se suicidaría; al no luchar, sería engullido por el mundo hambriento.

La gente lucha por sus hipotecas.

¿No sería mejor aprender lo antes posible a cazar y a sobrevivir en la naturaleza?

Pues el balneario-Occidente se acaba señores.

Hagan juego...

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Atraco


Atracaría un banco por ti. Te dejaría en un lugar cálido y seguro, a salvo. Te dejaría la nevera llena, la cama con las sábanas limpias, un edredón de plumas y una manta para tus extra-fríos. El congelador estaría repleto de helado de todas clases. Te dejaría el botiquín lleno de todo tipo de analgésicos, y con algún ansiolítico, por si acaso. Tu puerta sería la más segura de las puertas, las paredes estarían hechas a prueba de bomba. Tendrías en tus manos la forma de pedir ayuda a tus amigos. Nada malo te pasaría allí. De salir mal, nadie sospecharía de ti, nadie iría a detenerte.

Estarías segura. Te lo garantizo.

Los bancos no manejan ya grandes cantidades; pero tú y yo tampoco necesitamos demasiado. El atraco perfecto para pagarse unas vacaciones. Verte feliz en una tumbona en el Caribe. Merece la pena, claro. No nos cogerían. Iríamos a Cerdeña. A Roma. A San Petersburgo. De hotel modesto en hotel modesto, entre tus brazos de cinco estrellas. Berlin. Doner frente a la puerta de Branderburgo. Abrazo en Check-Point Charlie. Promesas de amor eterno bajo los acordes estridentes de una guitarra eléctrica en Conney Island, Leipzig. Fotos y risas junto a la catedral de Colonia. Vértigo en el National Gallery de Londres. Vértigo por los acantilados de Irlanda.

Saldría de nuestra guarida- en la montaña, lejos de toda la mierda. Me sentiría natural, en tanto que atávico. El amor humano. Los roles milenarios. El cazador que sale y la mujer que espera. Protección. Posibilidad de no volver. Protección; que nunca le pase nada, que nunca pase hambre ni frío, que nada ni nadie le haga jamás daño.

Es raro. Pero es un sentimiento. Está ahí.

Te dejo en casa. Tengo que hacerlo y arreglármelas para volver sano y salvo. No puede pasarme nada malo. Nunca necesitarás ansiolíticos, te lo juro. No puedo morir. Es como irse para siempre. No puede ser. Ya no.

Espero el autobús. Sí. Voy a hacer el atraco yendo en bus. Sería absurdo que me pillaran con todo el dinero por no tener carné. Todos los atracadores usan vehículo propio. Llego a la ciudad. Me paso por casa del abuelete.

Lo conozco porque voy a leerle libros todas las tardes, como voluntariado. Es parte de mi plan. Duerme toda la mañana. Tengo las llaves. Es perfecto.

Llego a casa del viejo. Lo saludo, le preparo un cola-cao y luego se duerme. Me cambio y me pongo el traje de obrero, y regojo los enseres que dejé aquí ayer por la mañana, en uno de los armarios que él nunca usa. Bajo a la calle. Con una peluca y gafas de sol y el mono azul.

Abro una alcantarilla y pongo la vallita portátil para que nadie caiga dentro. Bajo. Para que crean que hago algo. Subo. Me alejo haciendo que atiendo una llamada. La alcantarilla está frente a la sucursal. He elegido al Santander. Es mi banco y son unos hijos de la gran puta.

Subo de nuevo a casa del viejo. Cojo su silla de ruedas y una manta a cuadros para taparme las piernas y evitar, así, que la imagen en las cámaras de seguridad del banco les de pistas sobre mi estatura. Me cambio de peluca y me pongo una barba no muy larga, y unas gafas culo-de-vaso con una hendidura en el centro que me permite ver. Bajo, ya en la silla. Me dirijo al banco. Al intentar entrar me salen a ayudar dos empleados. Ya dentro, le pongo a uno de ellos la pistola de imitación en las costillas, apretando para asustarlo más. Me dan lo que hay. Sólo 20.000 euros. Para ellos es poco. Para mi va de sobra para mis planes. No saben que soy millonario. Es una simple cuestión de saber qué moneda vale más.

Todo va bien y fluido. Salgo en la silla y, ya en la calle y fuera del alcance de las cámaras me levanto y salto en la alcantarilla que me espera abierta. En la silla de ruedas dejo la dirección del viejo para que se la devuelvan. Él no tiene fotos mías, no sabe mi verdadero nombre. Tiene, además, Alzheimer, y sus recuerdos son siempre borrosos y sin sentido. La ONG a la que dije pertenecer no existe. Además, lo traté muy bien. Él sí que me echará de menos. Él sí que estaría orgulloso de mí.

Dentro de la alcantarilla tiro las pelucas y las barbas y cojo una mochila que dejé allí, donde meto el dinero. Sigo los pasadizos que ya conozco y salgo por un callejón que da a una parada de bus. Ahora soy un estudiante. Cojo el bus y me dirijo a la estación de autobuses para regresar a casa. Pasan muchos coches de policía por la calle, pero el bus de línea no tarda en pasar y pronto estoy en la estación esperando el que me lleve hasta ella.

Todo sale bien. Abro la puerta y ella está segura, sana y salva, en casa. Le enseño el dinero.

Vayámonos a donde sea.

Te quiero.

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lunes, 27 de octubre de 2008

Los fingidores


Él era “The Pee-Fucker”.

Era su identidad de blogger, aquella con la que hacía todo lo que no se atrevía con su identidad física- la identidad química hacía, más o menos, lo que le daba la gana indistintamente, sin posibilidad de planear ni de programar nada.

Pero surgió otro Pee-Fucker (“The Pee-Fucker II”). Copiaba sus fotos, imitaba su estilo y resultó tener más éxito que el original. Sí, la epidemia de los imitadores comenzó como un tímido juego travieso de sufridores espirituales de la web. Fue antes de la prohibición de los blogs...

Pronto se convirtió en un temor permanente de todo internauta que destacara en algo. En cualquier momento cualquier blogger podía encontrarse con que un emu-blogger (se empezaron a autodenominar así) había empezado a introducirse en su red de amigos y más allá, haciendo estragos a mayor escala que él mismo.

La admiración empezó a expresarse mediante la usurpación y la iconoclastia. El asesinato de John Lennon sólo fue un acontecimiento precoz.

“Suplanta a tus ídolos” cantaban los imitadores.

Suplanta a tus ídolos.

No tardó en llegar el primer imitador de imitadores: les seguía y emulaba en su actividad mimética. La tentación de ir más allá y suplantar la persona física objeto de admiración tampoco tardó en hacer sucumbir a más de uno: de pronto, el asiento de tu compañero de oficina era ocupado por alguien ligeramente distinto, alguien que mejoraba la versión anterior, a la que hacía desaparecer mediante clásicos métodos pre-autópsicos.

La muerte también se imitaba: contraían la misma enfermedad y por cada “ser humano de destino original”, como se les empezó a denominar, había, en la misma sala de hospital, treinta atentos imitadores, emu-bloggers y simuladores de imitaciones que le miraban con atención y experimentaban los mismos gestos, convulsiones, rictus y hasta últimos alientos, muriendo al mismo tiempo que él.

Era más valorado el imitador que el imitado; la imitación implicaba una toma de conciencia de la propia mediocridad y un consiguiente esfuerzo por acercarse a la suplantación del original. El imitado no tenía que hacer nada, le bastaba con ser él mismo. Era un premiado de la lotería de la recombinación genética, carecía de mérito alguno, en el sentido burgués de la autoedificación.

The Pee-Fucker sacaba a su perro seguido por cien Pee-Fuckers con otros tantos perros. Era inquietante la estampa del estanque del parque, con todos mirándolo atentamente para sacarse los mocos a la vez que él, con admiración por su espontaneidad.

¿Qué deseaban?

¿Por qué?

¿En qué momento se decidiría alguno por matarle y ocupar su lugar? Los “radical supplanters”, minoritarios, se camuflaban entre los menos peligrosos emu-bloggers.

Al fondo, un guardia urbano seguido por 200 emu-bloggers-guardia... Pero los emu-bloggers eran corporativistas; nunca atacarían a un radical supplanter por defender a un ser humano de destino original. ¿Incongruencia? No; la evitarían pasando de emu-blogger a radical supplanter y cargándose al guardia, ser humano de destino original.

Suplanta a tus ídolos.

Transfórmate en tu ídolo. Quítale el sitio.

Los romanos, al crucificar a Cristo, fueron considerados unos visionarios al adelantarse 2000 años a ellos.

Haz una raya en la pared. Se admirarán de que no sea copiada. Te querrán robar el alma. Te eliminarán.

¿Y esto?

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viernes, 24 de octubre de 2008

Reunión



Mierda. No debería haberme fumado ese último porro. Lo noto. Me voy.

Más de lo normal. En estado natural me hablan y se me va la cabeza. Padezco incapacidad de atención al prójimo. Puede sonar o gracioso o servo-cabrónico, pero es cierto, me ocurre. Independientemente de consideraciones éticas o morales, es mi enfermedad, y las enfermedades no se eligen, a no ser que se trate de un suicidio y, créanme, alguien que pierde los papeles por una magdalena con bolitas de chocolate está demasiado atado a la vida.

Pues con porros es peor.

No debería haberme fumado ese último porro. Lo noto. Tiendo a irme. No es el día ni el momento. Y lo he hecho. Me lo he creído.

Acudo a la cita. Salgo a la calle. Música en la cabeza, como siempre. Pero con el porro, a más volumen; suena claramente mejor, se siente claramente mejor.

Perros. Mierdas de perros. Esquivar. Pero sinuosamente. Vivan los trazados perfectos.

Cruzar las calles. No caminar demasiado rápido- llegar con la cara llena de sudor no es conveniente. Debería haberme quedado en casita. Cuando se es tan yo es mejor evitárselo al exterior.

Los porros te redecoran como un interior-externo- de ahí la incomodidad.

Ya estoy llegando. Ante todo, evitar ser tan honesto, tan sincero. Recuerda, en sociedad se valora sobre todo la capacidad de falsedad amable; el esfuerzo por no molestar con verdades impertinentes. Mierda, con lo perezoso que me vuelven los porros, especialmente para la titánica labor de la mentira piadosa...

Los porros sacan el mejor sarcasmo de mí. Hoy no debo hacerlo. No debí haberlo hecho. El tiempo duele tanto...

- Buenos días- dijo el de la funeraria.

Me quedo mirándolo. Joder, se le ve en la cara que toma coca, se va de putas, le gusta que le caguen, y hasta distingo en su brillo un matiz cínico gemelo del mío sarcástico. Me jode adivinar tantas cosas. Sobre todo que, aún así, es un frustrado que no sabe quién es. Perdido como una bala sin víctima. Coprofílico, seguro. Me siento inspirado para luchar. Claro.

- Sí, hasta los días pueden serlo.
- Comprendo su dolor- dijo soltando la muletilla.
- ¿Es higiénico, como el papel, el dolor?- le replico.
- ¿Perdón?
- Ah, su uso quita parte del encanto.
- ¿Le conozco?

(Uli 1- Funeraria 0)

- Sería el único.
- Bueno, siéntese y relájese.
- ¿Lo dice en serio?
- Claro, le vendrá bien. Mientras le traeré un café y charlaremos sobre los detalles.
- “Detalles” es igual a dinero; “dolor” quiere decir locura. Hábleme claro, no se preocupe.
- Bueno, tranquilícese, enseguida vuelvo.
- Y averiguará entonces lo que quiere decir “relajarse”, para mí.

El dependiente de la funeraria se queda un momento pensativo y sale de la habitación. Empiezo a liarme un porro allí, en la sala de espera. Me voy a relajar. La estoy cagando. No soporto la hipocresía a un módico precio. Las funerarias son necesarias. Me cago en la necesidad. Buah, lo enciendo. Mejor. Esto es más soportable así.

Entra una señora acompañada de su marido. Mal asunto. No me voy a callar y él me armará un pollo, gritará mucho, teatralmente, para quedar como un valiente huno pero con la seguridad de que alguien impida el percance. Así es la cobardía de aquí. Teatral. La gorda se me queda mirando asustada.

- No se preocupe, señora, que esto no es ni comparable a su consorte botando sobre usted pletórico de vino.

- ¡Buf!- dice pantojilmente. Parece que la provocación no da resultado. Se habrá confundido con el “pletórico” y el “consorte”.

- Pero pasen- insisto- esta agencia de viajes es cojonuda, te pueden enviar al cielo, al purgatorio, al infierno o esa sala de espera eterna de los ateos...

Ahora se van. Ahora sí. Sin intento de agresión. Fallé.

(Uli 0 - marido de la gorda 1)

Vuelve el encargado.

- Señor, le ruego que se marche, aquí no se puede fumar, y mucho menos eso.
- Me estaba relajando, como usted sugirió...
- Me refería a otra forma de relajación más legal.
- Ya, aquí sólo se fuman personas, por lo que veo.
- ¿Cómo?
- Ah, desperdician el humo del crematorio. Váyase a tomar por el culo.
- Por fin estamos de acuerdo en algo.

Me levanto. Empiezo a ponerme de nuevo la chaqueta,

- De acuerdo no, sólo compartimos secretos, aunque usted no lo supiera; hágame caso, llene su piscina con agua fecal, le encantará.
- Tomaré nota de su sugerencia.

No hay quien encienda a este tío. Claro. Con tal de evadirse en sus ratos de ocio con materia colombiana es capaz de tragar con cualquier cosa. Algunos llaman a eso esperanza. Yo lo llamo simplemente mierda.

Cuando llego a la calle, entra el matrimonio con un policía y se paran ante mí.

- Ese es- dice la gorda.
- Este soy- digo yo, con el porro encendido en los labios, echándole el humo al agente- magnífico, además, el hachís, gracias.

Dos hostias.

Me recogen en comisaría tras mediar mis amigos y familiares. Dicen que estoy alterado por la muerte de mi amigo. Se encargan ellos de todo. Me disculpan.

Lo peor es que me dejo hacer, permito que triunfe la mentira.

Me importa una puta mierda la madera del ataúd, el forro, las flores y toda su puta madre...

No pensar, no estar, no sentir.

Como él.

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lunes, 20 de octubre de 2008

http://muchachadanui.rtve.es/videos/sanchez-drago-23.html

Dios mío...

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El PSOE, como partido histórico, y la magdalena como despersonalidad


El pasado sábado estuve en la Alameda. Hubo una manifestación protestando por la brutalidad policial de los fines de semana. Llegaron frente a la comisaría y, una vez allí, protestaron y pitaron, pancarta al frente, y se disolvieron pacíficamente; eso sí, para dar sentido (y contenido) a la protesta, la gente se quedó por allí divirtiéndose. Pero todo muy ordenado y sin incidentes.

¿Sabéis? Por un lado entiendo la ley anti-botellón; la libertad funciona cuando no se abusa de ella, ciertamente. Mi generación, que fue la inventora de tan popular práctica, nunca llevó este pasatiempo a los extremos que veríamos en nuestros hermanos pequeños. Cuando yo iba a la facultad era impensable hacer botellonas allí, no porque no se pudiera, sino porque era excesivo- íbamos allí a estudiar; luego tuvieron que poner guardas en cada entrada para evitar que los estudiantes entraran con alcohol duro. Quiero decir que, si bien antes entrar con una litrona de vez en cuando no tenía importancia, la aglomeración de borrachos que se daría posteriormente obligó a cortar por lo sano con ello. En el resto de la ciudad la historia es más o menos la misma, y yo estuve de acuerdo con esa ley. La higiene y la salud de los vecinos de las zonas “calientes” debe estar por encima de todo lo demás.

Claro que cuando se trata de alcaldes como el nuestro, D. Alfredo Sánchez de Monteseirín, la cosa se desvirtuó enseguida. Se dio un ataque directo contra una forma de vida, contra un colectivo muy concreto con el pretexto de dicha ley, y además se oyeron argumentos que sólo se recordaban de la época del franquismo (ahora las reuniones se dispersan por imperativo policial). La Alameda de Hércules vio cómo no sólo se atacaba a aquellos que bebían en la calle, sino también por añadidura a los que estaban sentados en una terraza de un bar legal. Los establecimientos ya no ponen música a ningún volumen, dada la presión de las autoridades a ese respecto. Diríase que el alcalde quiere que la ciudad entera sea como los alrededores de un hospital, un lugar idóneo sólo para la tercera edad (pero con semáforos con sólo ocho segundos para cruzar), pero las cofradías tocan el tambor y las trompetas cuando les sale de los cojones. Ah, eso es tradición, es idiosincrasia, es de aquí. Entonces sí. Si las bombas nucleares fueran tradición sevillana tened por seguro que nuestro inepto alcalde apretaría el botón año tras año. Las agresiones policiales injustificadas se repiten fin de semana tras fin de semana. Es escandaloso que a un estado de carga policial semanal se le llame “orden”; es irresponsabilidad y, sobre todo, total y absoluta incompetencia de quienes gobiernan.

Y lo más divertido es que la plaza del Salvador, donde abundan las gallinas lugareñas y los imbéciles vestidos con el mismo traje sport del COI de hace veinte años (chaqueta azul marino cruzada, corbata roja), de los cuáles una amplia proporción son funcionarios o concejales del Ayuntamiento, persiste con su tradición de cerveza en la calle tanto al mediodía como por la noche- claro ahí no meten mano, pues la clientela son ellos mismos.

Con un alcalde prototipo de imbécil cebado por una protectora madre a base de magdalenas, que consideró al público del concierto de Madonna como “demasiado variopinto para Sevilla”, que lo único que sabe hacer es ponerse el traje (sport, COI, cruzado, corbata roja) para hacerle la cama a la iglesia, las cofradías y al chovinismo sevillano más reaccionario, tradicional (lo que en Sevilla equivale a caciquismo de pequeño-burgués agrario, o a catetismo a secas), aparte de la feria, el Rocío y todo lo que hieda a folclore popular (o lo que es lo mismo, por obra y gracia de los de arriba, a miseria, hambre, analfabetismo y picaresca), es normal que esto ocurra; las formas de vida alternativas que se proponen en la Alameda chocan con su proyecto de una Sevilla-reserva-espiritual-folclórica de España. Los mejores logros de su gestión (carril bici, por ejemplo) lo son de sus compañeros de Izquierda Unida; incluso el distrito de la Alameda lo lleva ese partido, con choques con la Alcaldía por los excesos represivos. ¿Es que tienen casas que vender en la zona y quieren revalorizarla?

En definitiva, con semejante imbécil, de esos que no ofrecen esperanza de recuperación para la inteligencia, de esos que a cada tapa de jamón con música de semana santa se le mueren millones de neuronas, esto es lo que nos espera: el ataque de la intransigencia cateta y ultraconservadora de esta ciudad.

Siempre suelo votar al PSOE, uno de los partidos socialistas de más tradición y antigüedad de Europa. Pero a ese imbécil yo no lo vuelvo a votar. No sé que hace en ese partido. Ni sé que hace ahí el partido en sí. En Sevilla, el PP es la extrema derecha, el PSOE el centro derecha y IU es la reserva radical de los desencantados enfermos de resentimientos de clase (lo que aquí es muy explicable). No hay izquierda competente en Sevilla. La mató Queipo de Llano (la Virgen de la Macarena sigue luciendo su fajín- el de un genocida).

En las próximas municipales votaré a Izquierda Unida, dentro de lo que cabe... lo prefiero.

Bueno, como os contaba, el sábado, al subir por C/ Calatrava, contento porque la policía no la hubiera liado esta vez, me encuentro siete furgonetas agrupadas en el puente de la Barqueta dispuestas a bajar. Al pasar junto a ellas un policía nacional le dijo a otro “ese chaval lleva porros seguro”.

“No lo sabes tú bien”, me dije.

Y hasta un cerebro.

A saco contra la Alameda.

Que no se note el odio hacia lo no-tradicional.

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http://www.abcdesevilla.es/20081019/sevilla-sevilla/policia-local-multa-cuatro-20081019.html

viernes, 17 de octubre de 2008

Exclusividades

El guardia de seguridad transportaba, por primera vez, una pistola; se la había entregado un compañero para que la llevara a las oficinas y la metiera en la caja fuerte. Estaba ahí, en el fondo de su mochila, enfundada.

Pasó junto a una tienda. Entró. Se lo había pensado mejor.

La dependienta y su compañero lo miraron e inmediatamente empezaron a cuchichear. Sí, era el mismo cliente que hacía unos días había intentado robar una chaqueta; en esa ocasión logró convencerles de que no lo denunciaran para mantener su puesto de trabajo.

-¿Qué desea esta vez?- le dijo el compañero, cortante, señalándole la salida.
- Deseo lo imprevisible- dijo.
- Vaya- dijo riéndose- de eso no tenemos esta temporada- y miró a su compañera riendo.
- Sí que tienen dos de esos artículos.
- Ya... Por favor- dijo poníendose serio- saque la mano de su mochila, sé que ha introducido algo en ella, deje ya de hurgar ahí dentro.
- De acuerdo- dijo.

Sacó la pistola, que ya estaba cargada y todo.

- Sorpresa- dijo, y le voló la cabeza sin dilación.

La dependienta, que salió corriendo despavorida escaleras arriba, se escondió en un probador. Él no tardó en encontrarla.

- Lamento que ya no sea tanta la sorpresa para usted como para él, discúlpeme; acabaré enseguida.

Efectivamente, le voló la cabeza sin más retrasos.

Es que esta moda de lo exclusivo...

Palabras puestas

Palabras, palabras...

Esos ladrillos de la catedral
del corazón, vestido de domingo...

¿Qué son, sino veletas
de vientos inconstantes,
títeres que fingen tragedias
de gigantes,
oscilaciones de péndulos
que rompen la sincronía aparente
de los relojes?

Y sin embargo,
marcan con fuego
la realidad que simulan
con el calor de su equívoco...

Y sangran los corazones,
cruzan cauces de lágrimas
el calor rosado de las mejillas...

A pesar de la terquedad del sol
y las estrellas por ignorar
esa muerte del universo entero
que provoca,
a veces,
una palabra que se clava en el pecho...

Y sin embargo,
los poetas no dejan de ser peces
en una pecera.

Esa es la historia entera...

miércoles, 15 de octubre de 2008

El enjambre de abejas laboriosas

La mentira, la verdad,

los límites...

¡Qué propio del tiempo
observar los extremos,
los horizontes,
los envoltorios del misterio!

- es más fácil,
parece que el pie avanza
sobre el agua turbulenta y amorfa
del infinito.

Yo me he cerrado a la satisfacción de lo falso
excepto en lo explícito.

El salto,
el vértigo,
estar preparado,
ajustar el alma para que nunca
se separe del frenesí junto a ella...

Pacto tácito de esencia de silencio
entre cuerpo y cuerpo para el alma...

Inmortales los astros que se erigen
en el nuevo mundo de la farsa

- la farsa, sí,
de la mentira del amor que de bella,
se hace cierta.

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martes, 14 de octubre de 2008

The U-Bets


Ahí estamos tres de los miembros de The U-Bets. De derecha a izquierda, Paul (batería), Mª Cruz (voz) y myself. El viernes pasado dimos nuestra primera actuación (tras sólo dos ensayos) y salió bien. Increible.


Aquí estamos hace dos semanas en el mercado de la calle Feria en un jam sesion organizada por el gran Javier-Blues. El bajista y el saxofonista que aparecen en la foto no son del grupo. Con las gafas de sol, Juan pedro, el otro guitarra.


¿Y qué decir? ¡¡Mª Cruz canta como Janis Joplin metida a metalera!!

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Oh, vaya, qué divertido…



Sábado, voy por la Alameda a las cinco de la tarde y me dice un amigo que Siniestro Total toca gratis esa misma noche. Me dije “glub” y salí veloz hacia mi casa para cenar y prepararme para el evento. Llego.

Genial, pude verles probar sonido como si de unos colegas se tratara; apenas había gente, era… natural. Las guitarras se les desafinaban como a nosotros, los músicos estaban fríos al principio como nosotros. Es buena la humanidad. Aprovecho para recomendar el empalamiento público de Mariah Carey (por ejemplo). Ana Torroja, en fin… casi se lo hace sola.

El odio es tan…

De todas formas no sé qué coño pasaba esa noche. O sea, tengo 34 años y me estoy poniendo enorme como un cerdo. Todo estaba lleno de veinteañeros saludables, delgados, que beben y les sienta bien, que se divierten, se implican, bailan, saltan y tienen ganas de ligar; yo, por el contrario, no quiero ligar (no me hace falta, no me interesa, voy servido); no bebo (por el bien del respetable y de mi persona), no bailo (antes sí lo hacía- ciego perdido); no me integro (me quedo mirando al grupo, fijándome en esto o aquello, y me pongo a pensar en el mío, entre otras cosas porque me CUESTA escuchar a las personas- interrumpen mis monólogos solitarios).

En fin, soy un paciente modélico de psicoanalista. Con todo esto…

Nada más llegar me encuentro con un excompi de los Azid Queens y sus amigos, quienes a su vez tenían con ellos a una chica colgadísima que no me dejaba en paz; luego en el concierto no hago más que encontrarme miraditas por todas partes (mezcladas con encuentros con antiguas novias o rollos), se me ponían al lado, me rozaban el culo o se me tiraban encima en los momentos de subidón musical; utilizaban todos esos trucos de veinteañero/a más manidos que la mar, pero a los que la estupidez propia de la edad les confiere un incomprensible estatus de truco infalible. El caso era que yo sólo quería ver el concierto y que me dejaran fumar mis petas tranquilamente sin paranoias. Para más rizar el rizo veo caras conocidas de mi anterior etapa fotologuera (acabé hasta los huevos): como me puse por principio que nunca mi actividad de la web trascendería a la realidad, decidí mirar hacia otra parte, hacerme el idiota (se me da genial) y soñar con flotar en el aire y ver el concierto parapetado tras una nube bien negra.

Dios, ¿qué sucede?

Yo soy solo un puretón, estoy decadente y…

¡¡NO TOCARON “CONSEYEIRO”!!

jueves, 9 de octubre de 2008

La vida marital de Fernando y Esperanza


Fernán se compra un periscopio para vigilar desde su cuarto si Esperanza anda por el pasillo y así circular sin peligro, evitar encontrarse con ella. Fernán utiliza el periscopio también para comprobar si se encuentra en la cocina o en el baño. El periscopio de Fernán se asoma inesperadamente por cualquier rincón, vigilando el terreno, en cualquier momento del día o de la noche. El resto de los compañeros se asustan al principio cuando se encuentran frente a frente con la lente del instrumento, el ojo de Fernando aumentado hasta magnitudes monstruosas. La primera vez que se topan de cara, súbitamente, con el periscopio asomando por el rellano de una puerta, gritan aterrorizados y se sobresaltan y el corazón se les pone a cien por hora, y los vecinos se habitúan a esa especie de hilo musical. Soy yo, Fernán, me he comprado esto, ¿sabéis? es para ver quien anda por el pasillo, perdonad, pero os tendréis que acostumbrar a esto, ahora os voy a enseñar un poema que he escrito esta mañana, ya veréis, es magnífico, sí, venid, venid...

Esperanza pasea grácilmente por la casa seguida secretamente por Fernán, que planea ducharse sin saludarla, ataviado con su chilaba y su turbador turbante improvisado, utilizando su periscopio mientras repta por el suelo de los pasillos y del salón. Fernán vigila por las esquinas, de rodillas o en las posturas más extravagantes, para otear el terreno.

Los compañeros de piso toman café, mientras tanto, y ejercen de espectadores, en silencio. Al principio se miraban con complicidad. Ahora piensan en sus cosas, y procuran no traer visitas a casa.

Cuando Esperanza se dispone a salir de la cocina, Fernando sale corriendo, pisándose las faldillas, casi se cae, y se esconde en su cuarto cerrando de un portazo. Esperanza pasa ante ellos, toda risueña, tarareando una canción, y les saluda con la mano, extendida verticalmente, los dedos juntos, primero los mueve hacia abajo, los dedos juntos, después los mueve hacia arriba, los dedos juntos, y una sonrisa amigable, toda ella hecha un encanto.

Fernando escucha música en su cuarto, Esperanza no se atreve a llamar a la puerta, se queda pensativa, y decide irse a correr al parque y se mete en su cuarto para ponerse la ropa deportiva, tarareando la misma canción, sonriendo igual. Al salir suelta a sus compañeros un Hasta ahora muy dulce, y la puerta del piso se cierra con ella fuera de él. Se escuchan sus pasos bajando por las escaleras, y se desvanecen en las profundidades.

Se abre entonces, muy despacio, la puerta del cuarto de Fernán, que da al salón, y asoma primero el extremo del periscopio, que analiza la estancia, izquierda, derecha, arriba hasta el techo y abajo hasta las losetas del suelo, y las analiza cerca, muy cerca, y murmura Qué bonito, qué bonito... Sale a gatas sin dejar de mirar por el periscopio y, tras tomar muchas precauciones, se mete en el baño y se encierra, pero tarda tiempo en escucharse el ruido del agua. En su lugar se escucha música árabe y empieza a salir humo por debajo de la puerta. De la presencia de Fernando, para Esperanza, hay tan sólo una evidencia: el humo de porros que, como vapor gris de pantano terrorífico, sale por la rendija de debajo de la puerta de su cuarto e inunda todo el piso. A veces se escuchan sus alaridos recitando solo o con alguno de nosotros.

Los compañeros de piso siguen con su vida normal, y cuando Esperanza les pregunta por su novio ¿Sabéis algo de Fernán?, piensan que son tal para cual, y que quizá deberían mudarse de piso y dejarles a ellos allí, con sus persecuciones y huidas neuróticas.

Fernán planea comprar nuevos y más sofisticados instrumentos ópticos. Esperanza logró meterse en su piso al final de su última ruptura, y Fernán le sugirió que le llamara por teléfono antes de golpear la puerta de su cuarto, para dejar claro que no iban a vivir juntos, sino a compartir piso por circunstancias mayores, y que ir a su cuarto equivalía a ir a visitarlo a su casa. Fernán camina descalzo por las calles cuando quiere hacerla llorar, pero no lo consigue, y se le olvida y se divierte haciéndolo porque sí.

Una tarde infernal

Rogelio ha venido a mi casa. Yo estoy tumbado, intentando de nuevo escapar a las garras del ocio, al humo y al líquido, y a sus chispas, truenos, relámpagos y demás ilustraciones efectistas. Estoy muerto de ganas de fracasar, y Rogelio ha venido a mi casa y me lo sirve en bandeja.

La tele está encendida por accidente. Alguien la ha dejado así y se ha marchado y no la ha apagado. Vibra con la inmundicia de un programa basura. Los seres se autoejecutan allí, muy contentos. Se autodefenestran virtualmente, el público aplaude, la presentadora se aparta coquetamente el pelo de la cara y cruza las piernas, y se siente sexy, y el orgullo por su trabajo la hace sentirse Artista de la Mediatización, una profesional de futuro, un ente independiente repleto de éxito, por encima del bien y del mal. Sus invitados destripan sus más morbosos miembros con una sonrisa en la boca, y sangran ketchup. Yo estoy allí, y ellos hablan de sus interioridades de cloaca.

El programa versa sobre el siguiente tema: Yo he tropezado, me he golpeado la cabeza e, inexplicablemente, he catapultado a alguien por la ventana.

Hay varios invitados que cuentan sus experiencias.

- Mi marido estaba leyendo un libro con los codos sobre la mesa- cuenta una enorme ama de casa, vestida con algo que parece una sábana, con estampados y todo. Los estampados son palmeras y playas y sol. Una enorme vista panorámica como vestido.

-...cuando tropecé y me golpeé la frente con el bordillo de la mesa. Como todavía estábamos pagando la hipoteca, conservábamos aquella vieja y larga mesa de comedor, pero tenía un defecto, y era que la tabla se había separado de las patas, se tambaleaba y se resbalaba muchas veces sobre su soporte, los invitados no podían apoyarse en ella porque se podía desequilibrar, y caerse así toda la cena y los platos y todo, así que había que clavarla o pegarla de nuevo, y eso que ya se lo había recordado muchas veces a mi marido, “hay que arreglar la mesa, que no se te olvide”, pero él no hacía nada... ehh... bueno, como decía, con el golpe, a mi marido, que estaba sentado y apoyaba los codos en ella como ya he dicho en el borde del otro extremo de la mesa, con mucho cuidado para que no se desequilibrara, se le resbalaron los codos y la tabla, al girar así tan violentamente hacia arriba, lo enganchó por la barbilla y salió catapultado con tal mala suerte que atravesó la ventana (tenemos unos preciosos y amplísimos ventanales en nuestro piso) y cayó los cinco pisos a la calle. Pero por suerte no aplastó a ningún transeúnte, y el libro chocó contra la pared, un libro muy bonito sobre procesiones, sí...

La presentadora se interesa mucho por el chichón de la invitada. Es una entendida en la ciencia de los coloretes. Ya están celebrando con champán el que el programa le haya pagado la reparación de la mesa y el ventanal cuando ha llegado Rogelio a mi casa. Mi estado no puede ser más deplorable. Estoy tumbado en el sofá, medio tapado con las faldillas de la mesa camilla, con los ojos vidriosos, y mi cara parece una magdalena. Sobre la mesa, una taza vacía manchada de café, seco. Suena ahora la banda del programa que toca una indescriptible pieza adscrita a la más genuina, ortodoxa y tradicional patchanga de las pasiones de la tortilla de patatas.

- Hola...- resopla y sonríe, y analiza la situación, en silencio, y observa toda la estancia, y me vuelve a mirar y deja pasar unos segundos para acabar la frase- ...excremento.

Ya estamos en la calle. Caminamos en silencio. Hoy es uno de esos días en que vamos a deambular de aquí para allá sin decir nada, tan sólo compartiendo el sonido de la ciudad que nos rodea, que nos engulle. Salimos de mi calle y enfilamos el parque. Llegamos a un banco. Justo cuando nos vamos a sentar, pasa una chica junto a nosotros. Rogelio se detiene, se queda erguido y la observa pasar. La chica intenta aparentar que no se da cuenta, pero sus pasos ligeros y gráciles se van convirtiendo en pasos agarrotados, indecisos e inseguros, torpes, muy torpes, con la vista rígida y fija en el suelo. Rogelio, cuando ya ha pasado de largo, se da la vuelta, levanta las manos con una enorme sonrisa, y luego se sienta. Hoy no es día de hablar, la chica ha tenido suerte.

Comienza a liarse un porro mientras yo miro a los pájaros y a los gatos que descansan sobre el césped. Termina de liárselo y empezamos a fumar. Estamos ensimismados en el ritual cuando percibimos las sombras de dos personas que se paran ante nosotros. Yo pienso que se trata de locos o de tíos pidiendo algo, y me fastidia la idea de tener que soportar a alguien en ese momento. No sé que piensa Rogelio. Entonces veo ante mí una placa de policía. Una chapa que pretende ser de oro pegada a un ser. Hum... “bonitos” relieves, sí. Extraña protuberancia biológica la que la sostiene. Estoy colocado. Es extraño, ¿no?, un ser pretendidamente humano que se siente autoridad en virtud de un trozo de lata. Esto es extraño. Estoy colocado. Esto no está ocurriendo, no lo está, no puede ser...

- Documentación, por favor.

Ajá, pienso yo. Ante todo calma y tranquilidad. El análisis de los hechos es siempre el mejor camino para la salvación. Al menos eso dicen. “Documentación”, un sustantivo. Oh, pero ese ser ha pretendido construir una frase. “Documentación”, sintagma nominal. Y luego... ¿”por favor”?... ¿Un sintagma nominal, y luego “por favor”? ¿Y el verbo principal, cretino, retroser mutante? Oh, no, no puede ser, esto no está ocurriendo, noo...

-¡Documentación, caballero!

Insiste en el mismo estúpido esquema sintáctico de lo no sintáctico, el imbécil. Me intenta provocar, eso está claro. “Caballero”... Ironía barata de su mente licuada por una colitis cerebral. Seguro que la ensaya delante de un espejo. Levanto la vista y Rogelio ya se lo ha dado todo, y lo cachean. Al final yo les doy también la documentación. Soy un espejo donde se refleja Rogelio. Mientras la inspeccionan, la lumbrera se vuelve a dirigir a mí. Oh, van vestidos de paisano. La cara de cráter, sin embargo, solo puede extirparse para mejorar.

-¿Sabía usted que lo que estaba haciendo es ilegal?

Me quedo un tanto estupefacto. Hace preguntas retóricas y todo, el muy capullo. Es ofensivo. Ya decía el Marques de Sade que el rigorismo hace estúpidos a los hombres.

- ¡Le estoy hablando, caballero!
- Oh... sí, claro- le contesto. Hay que hacerlo con aparente temor y respeto. Veo en lo riguroso de su semblante a un come-pollos fritos precocinados. Seguro que caga con expresión grave y seria. El héroe y su lucha solitaria contra el crimen. Mira a su lado y descubre que no queda papel higiénico. Su maldita, estúpida e incompetente novia, reflexiona con rencor recalentado... Por cuantas vejaciones tienen que pasar los hombres grandes, piensa entonces para sí mismo, y eso le hace sentirse más orgulloso. Y cuando contempla sus heces, se siente tentado de firmarlas y llevarlas a algún museo. ¡Compren las heces de un verdadero e incorruptible policía!. Y al verse como un auténtico hombre que suda como hombre y que huele a hombre y que golpea como un hombre y que se impone como un hombre, se le humedece la boca.

Entonces dudo si he hecho bien en contestarle que sí a su pregunta estúpida. Seguramente no. Veo el rigorismo oligofrénico de los tribunales y los juristas, veo esfumarse un posible atenuante, el clásico ¡Oh! ¡Yo no sabía que no se podía hacer! ¡Oh!

Si mi vida fuera emitida por televisión, veo ahora un salón lleno de macarras descojonándose de mí, llamándome gilipollas por haber respondido que sí que sabía que estaba haciendo algo ilegal. Ya decía el Marques de Sade que el rigorismo hace estúpidos a los hombres.

El subser retrohumano disfruta rebajándome de esa manera. Tira nuestro porro ante nuestras narices y lo deshace en el albero. A Rogelio le encuentran el trocito de hachís que tenía y se lo quitan. A mí me cachean también, pero no encuentran nada. Comprueban nuestros datos. Estamos limpios. Nos dejan marchar, no sin antes informarnos de que pronto llegará una multa de 300 euros a nuestras respectivas madrigueras. La vida es hermosa.

Salimos del parque, cada uno metido en su propia historia mental. Ni siquiera nos late deprisa el corazón ni notamos que respiremos con alivio o nerviosismo, o con tensión acumulada, o que sigamos cualquiera de las conductas que se supondrían naturales tras semejante putada. No. Seguimos caminando en silencio, igual que cuando llegamos allí veinte minutos antes, igual que cuando salimos de mi casa, igual que muchísimos días en que se ha decidido no hablar. Parece que nos hemos impregnado de una cierta indolencia.

Me ha dado tiempo a fumar algo, y la tarde se tiñe de esa especie de sentimiento de ansiedad y apetencia, pero no sé cuál es el objeto o estado que persigo o deseo. Intuyo la belleza de algo que no alcanzo a captar, algo que se me escapa de las manos. ¿Qué es lo que resulta tan bello?

Y pienso en que quizá sean las chicas que deambulan por las calles, o quizás el aire cálido que nos rodea, o el efecto embriagador de las flores, o la atmósfera del bullicio, de la gente, el movimiento del cielo, el movimiento de las piernas, las manos, los brazos, las caras, las bocas, el movimiento de los cuerpos, la sensualidad de las posturas, el fluir de los buscadores, o quizá se trate de tener ganas de tocar, o de pintar, o de bailar, o de dar alaridos. Entonces descubro, asombrado tras mis ojos de gelatina, que puede que no se trate de gritar, no, es decir, seguro que no, pero estoy convencido de que hacerlo resulta bastante descongestionante, una buena treta para descargar ese deseo sin un objeto que se pueda palpar.

Acto seguido empiezo a dar saltos y a gritar entre la gente, y la gente me mira mal, y Rogelio resopla de disgusto y se pone a dar golpes a una pared con los puños, mientras se lamenta de cara a esa pared, abrazándola y golpeándola. A nadie se le ha ocurrido reflexionar sobre el papel fundamental que la pared ha tenido en la Historia. Es un papel decisivo. Es culpable. Bien, Rogelio. Yo paro y lo observo, e intento averiguar por qué lo hace. No creo que sea porque la considere culpable de los desastres del mundo, no, ni por complacerme, pues no he pensado en voz alta. Rogelio ignora lo que pienso y el hecho de que compartiera mis opiniones más íntimas sería una casualidad demasiado, eh... casual. Puede que la golpee porque le moleste mi danza o quiera aportar su granito de arena, o puede que sea porque le desagraden las reacciones de la gente, que en realidad, de reaccionaria, nunca reacciona en serio.

La gente debería reaccionar, sí, y llevar a cabo sus más íntimos deseos. ¿Qué desean? ¿empalarme? Bien, eso está bien, yo corro mucho. Así son los sueños de los dementes. Si no lo fueran, quizás desearan enseñarme una coreografía más bonita, a su juicio. Bien, eso estaría bien, bailaríamos juntos y habría manifestaciones de miles de personas saltando y gritando y chocando entre sí como pelotas de goma. Eso sí que sería reaccionar.

Pero Rogelio se lamenta y realiza una extraña performance callejera que parece una parodia grotesca de las oraciones del Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. A su vez parece un demonio que llora desconsolado el robo de su tridente. Le pongo una mano en el hombro. Sé que esperaba ese momento para continuar su farsa.

- Nos han quitado los porros, tío...

Ah, los malditos porros.

- Lo tuyo no es una farsa, Rogelio, no lo es, te lo aseguro; podemos seguir, y acabaremos consiguiendo más, tarde o temprano.

Mis palabras no lo animan en absoluto, lo que me alivia, y seguimos caminando. Se recupera y vuelve a resoplar y a esbozar muecas bilabiales, como siempre. Andamos deprisa y enfilamos una larga calle que nos conduce al centro de la ciudad, aunque ya estamos en el centro, pero el lugar al que nos dirigimos es más centro aún, más denso, más antiguo.

Y una vez allí nos acercamos a la plaza donde Fernando diera su recital espontáneo en mitad de un ritual hip-hopiano. Pienso que esta plaza está mejor así, sin aglomeraciones ni escenarios. Tiene dos iglesias, frente a frente, y hay una larga escalinata en una de ellas. Nos vamos a sentar allí, para no-hablar con comodidad. Rogelio ve a Ramón en uno de los escalones, solo. Esta versión de mi yo aún no conoce a Ramón, está a punto de conocerlo. Ignoro que unos meses más tarde Ramón nos acompañará al recital del que regresaré con la muñeca rota.

Llegamos y nos ponemos delante de él, en pie. Hola... y Hola... y Hola, yo me llamo Uli... y Hola, yo soy Ramón.

Permanecemos así, Ramón sentado y Rogelio y yo erguidos sobre nuestras piernas estiradas y enclenques. Él nos analiza desde abajo. Nosotros lo miramos, pero también observamos el lugar, el ambiente, los posibles trapicheos para reponer el hachís arrebatado, el aire, el vuelo de las palomas, los vasos de cerveza de la gente, los adoquines, los muros de piedra de las iglesias, sus portales, sus arcos. Estamos decididos a permanecer así, sin decir ni una palabra. Ramón, al contrario de lo que cabría esperar, lo acepta sin problemas.

Ya llevamos quince minutos mirando alrededor, Rogelio y yo, mirándonos mutuamente, y Ramón mirándonos a nosotros. Cuando mis ojos se cruzan con los de Rogelio, él se encoge de hombros y hace de bilabiales, pero esos cruces duran poco. Ninguno de los dos se atreve a proponer nada en lo relativo, en realidad, a nada. Deseo cerveza, pero decidirse a conseguirla parece algo complicado. Ramón me mira a mí y luego a Rogelio, y vuelta a empezar. Reparte su atención con aparente equidad, no se fija más en el uno que en el otro. Saca un cigarrillo. Sueño con que lo rompa. No lo hace, lo enciende.

Yo saco mi paquete y Rogelio hace un pequeño zumbido-resoplido y con un movimiento grácil de su mano izquierda toma uno de los míos de manera que todo, su mano, su brazo y el cigarrillo, parece ligero como una construcción de palillos de madera. Rogelio es frágil como una copa de cristal. Luego tomo yo otro y lo enciendo. Ahora todo encaja. Es una tarde magnífica.

Vemos aparecer por el otro extremo de la plaza a M. Sylvain Loiseau. A veces viene a las reuniones del grupo de poesía, pero se marcha en cuanto Fernando empieza a recitar, por lo que su presencia dura poco, a veces tan sólo unos segundos. No es que desprecie la amistad de Fernando, no. Tan sólo desprecia su poesía, actúa como si le provocara urticaria, por así decirlo. Pueden quedar y comer juntos, y tomar café, y pasear, y fumar hachís y charlar sobre temas interesantes, pero en cuanto Fernando empieza a recitar, se marcha, y no vuelve. Lo más llamativo es eso, que lo hace en serio, que no vuelve.

La primera vez que le vi actuar así fue en el grupo de poesía. Fernando llegó muy contento con su última creación.

- Si empiezas a recitar, me voy- le dijo Sylvain, muy tajante, aunque con un toque risueño en la mirada. Sylvain puede dar esa impresión extraña, mezcla de risueña candidez y salvaje autarquía.

Fernán no le hizo caso y comenzó el poema, y Sylvain se largó inmediatamente, caminando muy rápido, sin despedirse ni mirar atrás, y no volvió. Es así de sencillo y drástico. No importa que haya mucho vino, o chicas interesantes, o un bonito sol. Se marcha y punto. Parece envidiablemente autosuficiente. Fernando, sin embargo, no desiste en intentar seducirle con su poesía.

En otra ocasión, Sylvain iba por una avenida montado en su moto (su “caballo”, como él dice) y, al vernos en la acera de enfrente, decidió charlar con nosotros, no sin antes cruzar el sentido contrario de la calle y esquivar peligrosamente los coches y autobuses entre pitos e insultos de los conductores, y no sin saludarnos de un modo alegre y delicado al llegar hasta nosotros, sordo a la hostilidad de la gente y a la suya propia. Fernán, sin más preámbulos, sacó la hoja con su último poema, y Sylvain metió gas a su caballo y desapareció galopando sin despedirse ni galopar. No tuvo tiempo ni de quitarse el casco. A veces es agradable ver a alguien que actúa conforme a lo que dice. Si empiezas a recitar, me voy, la honestidad ante todo, sin contradicción alguna, firme como un principio matemático.

Sylvain es uno de esos seres en blanco y negro. Viste de negro, y es pálido como el mármol, y es delgado como si fuera desmontable. Tiene el pelo negro y liso y largo. Tiene los ojos negros y muy vivos. Los labios, sin embargo, son muy rojos, como si fueran un calculado punto de color en una escultura realizada por algún artista amante de las fresas con nata, aunque un poco autodestructivo. Entre sus aficiones está visitar cementerios, donde encuentra muchos motivos fotográficos, y demostrar teoremas matemáticos. Lleva siempre una ligera sonrisa provocadora, como si existiera con ironía, como Rogelio o Pájaro, pero es mentira, es su mentira, es su adictiva ironía-fingimiento. Como si su presencia fuera una venganza injustificada. En realidad, Sylvain está ansioso de amor, y puede llegar a obsesionarse cuando una chica llama su atención, o mostrarse muy dolido cuando le hacen daño, porque en un mundo donde todo es fingido, él no es insensible, y vaga por ello condenado al aburrimiento crónico. Todo el mundo está aburrido en una abulia de depredación sin sentido, pero hay quien no lo está lo suficiente como para no darse cuenta. Fernando lo intenta conquistar, y él lo desprecia, y a Fernando le da igual. Fernando es una roca de granito en algunos aspectos.

Aparece por el extremo de la plaza, Sylvain. Ya está aquí. Empieza a mirarnos. Hola... y Hola... Hola... Hola... y Hola... Mira hacia un lado, luego a otro, a veces a nosotros, juntos o por separado. Ramón sigue sentado sobre la piedra del escalón, mirando desde abajo. Tal vez seamos alucinaciones suyas. Tal vez vayamos apareciendo gradualmente ante él como producto de su delirio. Puede que pronto seamos varios miles aglomerados ante él, mirando a un lado, mirando a otro, mirándonos unos a otros, con nuestra media sonrisa en la cara y en los brillantes ojos, sin decir nada, gracias.

Gracias por no decir nada, por no añadir nada, pues todo parece transparente. No hay más que añadir. Gracias por no decir nada.

Al cabo de media hora, sin embargo, mis piernas me piden asiento. Ahora qué hago. No decir nada, no moverse. Gracias por no moverme. Gracias por no moverse. De pronto Rogelio habla.

- Vamos a comprar vino, ¿no?

Soy un torpe...

Ya hemos bebido vino durante horas. Ahora paseamos junto al río. Hace frío, el cielo está claro y, entre la penumbra de las luces de la ciudad, se dejan ver algunas estrellas. Sylvain hace juego con el frío y lo soporta bien. Por casualidad, nos encontramos a María. María fue un accidente.

- ¿Dónde te habías metido, gilipollas?
- ¿Eh?- contesto. Contesto más o menos.
- ¡Te he estado esperando una hora!

Entonces caigo en que he quedado con ella hace dos días para ir hoy a ayudarla a transportar un ordenador que le han prestado. Quería enseñarme de paso su casa e invitarme a café, y someterme así, posiblemente, a un largo interrogatorio sobre poesía, literatura y demás. Se me ha olvidado, qué casualidad más lógica. Al menos lo es de acuerdo con la lógica de las sabandijas.

- ¡Eres un cretino y un capullo, y no he podido llevar el ordenador a mi casa! ¡Es la última vez que cuento contigo para algo!
- Perdona... es que se me ha ido de la cabeza, hace ya una semana que quedamos y...
- ¡Fue anteayer, imbécil!
- Oh, ya... Bueno, no sé qué decir... Si quieres quedamos mañana. Si quieres podemos ir ahora y recogerlo, si quieres- y en esto me quedo callado, pensativo, como si tuviera la respuesta en la punta de la lengua, y empiezo así a canturrear mentalmente una canción: si quieres, tal, pum, pum, pum, si quieres, cual, pum, pum, pum y me quedo absorto por un momento, con la mirada perdida. Algo me despierta bruscamente. Es su tremenda bofetada.

-¡AHORA, CLARO, A LAS DOS DE LA MAÑANA, CABRÓN!- María es pastillera y tal. Tiene un ligero punto histérico. Ligero como el plomo.

Me recupero poco a poco. He visto una enorme estrella blanca que me ha cegado, un extraño olor ha impregnado mi nariz, un olor que no es ni de sangre, ni de algo reconocible. Es ese característico olor que me sobreviene cuando me golpean. La cara me pica, pero no he muerto. Así que pienso que yo también podría ser detective, como Philip Marlowe interpretado por Bogart.

Cuando veo las bofetadas que le dan las chicas pienso que yo en su lugar duraría en ese trabajo como mucho dos días antes de regresar a la oficina del INEM envuelto en la cochambre del fracaso, pero no es así. Soporto las bofetadas. Existen. Y puedo coexistir con ellas. A veces uno lo olvida. Hay que tener la mente clara. Gracias, María, por mostrarme la verdad.

Tengo la cara, ahora, medio dormida. La somnolencia es la verdad. Veo que María se une a nuestra expedición, así que me largo. Es curioso, creo ahora que no valgo para tipo duro. Los tipos duros cagan con expresión grave y seria, me he olvidado del policía secreta que me ha cacheado hace unas horas. Ser o no ser. Ahora sí, ahora no. Mi voluntad es un péndulo, mi indecisión son mis segundos, yo soy un reloj de pared y, a veces, un reloj de cuco.

Me voy a largar, sí, y me voy a enfadar, pues se supone que debo hacerlo. Si te golpean tienes que enfadarte. Todo está lleno de imperativos, es difícil ser normal. No debo olvidar hacer un estudio sobre eso. Escribiré un libro de autoayuda titulado El extraño mundo de las personas normales. Comprensión e integración. Veo ahora la campaña publicitaria: Con este libro nadie sospechará que es usted un alienígena. Creo que si me acuerdo de hacerlo será un éxito sin precedentes, me solucionará la vida, me inflaré de ganar dinero, me entrevistarán en la tele, aunque a ojos de la Oligofrenia podría resultar peligroso de caer en manos de verdaderos extraterrestres. Me veo detenido por la CIA, qué gran éxito, qué publicidad. El día en que los escritores dejaron de ser detenidos en este sector del mundo demente algo de encanto se perdió en el oficio. Y pienso que me gustaría que me detuvieran, al menos una vez, en mi vida. Guardaría una bonita foto de recuerdo, con las esposas puestas, conducido por dos policías. Debo dejar de pensar...

Se supone que tengo que cabrearme. Voy a intentarlo, como si fuera un ejercicio de arte dramático. Así que ando muy deprisa. Comienzo a caminar a toda máquina. Mi frente empieza a sudar. Vamos bien. Ahora tengo que recrearme en lo sucedido, y resaltar lo injusta que ha sido su reacción violenta. Bien, parece que me voy enfadando. Y que ha estado muy mal su reacción, esa forma de cargarse mi trabajada y calculada abulia de tarde-noche. No tiene ningún derecho a pegarme la gilipollas esa.

No, no, no, no... Esto no marcha. Es falso. No puedo hacerlo, no me creo nada de lo que estoy pensando. No sirvo para ser actor, eso está claro. Yo soy un ser tranquilo que intenta vivir relajado y en paz. Esa vida ajetreada que ella lleva de manera tan intransigente, fundamentada en la cinética extrema de los lugares y los humores, me pone enfermo porque conduce a la plena inconsciencia, y eso María ni quiere ni le da tiempo a poder comprenderlo, acostumbrada como está al interesado servilismo de sus admiradores que le facilita vivir sin pensar ni contemplar. Yo la trato con más dignidad y respeto, más de tú a tú. Todo tiene su cara y su cruz. Hoy en mi mejilla se han fundido ambos lados.

Me pongo como tarea interpretar esa conjunción de contrarios cuando esté más tranquilo, quizá pueda extraer algo interesante de ello. Escribiré otro libro, este titulado Hay vida en el canto de las monedas, y tendrá como subtítulo (si el universo fuera una moneda). Sé que se me va a olvidar, pero no importa, ahora no importa. Tan sólo será un best-seller menos. Soy despreciable. Ahora camino. Lo vuelvo a intentar. Insisto.

Pero no lo consigo. Me pegan y me quedo como si nada. No lo entiendo. Tengo la dignidad del estiércol. Me jode ser así.

Y cuando dejo de pensar en ello descubro que camino cada vez más enfadado, aunque sea un extraño sucedáneo: enfadado por no enfadarme con ella. Enfadado por enfadarme por un motivo distinto al natural. Pero bueno, ya estoy enfadado, y de un modo u otro el detonante es el mismo. Podría engañarme a mí mismo y creer que me he enfadado con ella. Sí. En eso consiste ser actor. Allá vamos.

Me han estropeado la noche, y además de una forma tan desagradable e ingrata. Parece que cuando me olvido de intentar conseguir mis objetivos, los consigo. Soy un torpe. Voy tan deprisa que me pierdo por las estrechas y laberínticas calles del centro de la ciudad. Ya no sé por donde voy. Estoy cabreado. Veo un futuro prometedor lleno de éxito, he conseguido cabrearme. Ahora hay que cabrear al mundo. Ahora sí, ahora no. Estoy echado a perder...

... y descubro por añadidura que me he perdido, aunque sería más preciso decir que he tomado el camino equivocado, porque estas calles no me son desconocidas, sé dónde estoy. Me ha ocurrido algo que en los últimos tiempos se ha hecho bastante habitual en mi vida. Hay una estúpida calle que gira a la izquierda de la que casi siempre paso de largo por culpa de mis desviaciones mentales. Como tengo por principio no dar marcha atrás, aunque ese principio sin fundamento haga algo más patosa mi vida, tengo que dar un rodeo más largo para llegar a mi casa. Así que sigo caminando deprisa y al frente. Conozco todas estas calles. Son mi condena autoimpuesta. De pronto, alguien me llama desde una ventana.

- ¡Hombre, pero si es el artista!- grita esa voz. Cuando miro hacia arriba veo a un señor mayor con gafas que conozco porque hemos coincidido en algún lugar decrépito de la noche. No sé su nombre, no sé muchísimos nombres.
- ¡Sube, amigo, sube, y te tomas unos whiskys con nosotros! ¡A los artistas hay que tratarlos bien!- continua. No acabo de entender por qué insiste en lo de artista, pero en ese momento recuerdo que nos acompañó en una ocasión a Alex y a mí mientras tocábamos la guitarra junto al río. Ahora lo recuerdo bien. Suena música muy alta desde dentro de la casa. Me abre desde arriba. Subo las escaleras.

Cuando entro en el salón desde donde me ha llamado me encuentro frente a él y frente a otro amigo con barba negra, pelo negro y enorme panza. Tienen pinta de tener alrededor de cincuenta años. El anfitrión es muy delgado, casi sin pelo, y lleva unas enormes gafas de pasta negra y lentes de culo de vaso. Los dos están como una cuba. Parece que han pasado así toda la noche, escuchando música y bebiendo. Se lo montan bien, pienso.

Parece que son amigos de toda la vida. Me reciben muy cordialmente y me ofrecen el sofá para sentarme, me ofrecen el lugar de honor. Ambos están sentados en sendas sillas. Nos separa una pequeña mesilla central de cristal. Veo, al pasar para sentarme, rayas de cocaína sobre ella. Me sirven inmediatamente un generoso combinado de whisky con cola. Me pasan un enorme porro recién encendido. Lo hacen todo con mucho respeto. Me agasajan con lo mejor que tienen.

Esta cordialidad no me inquieta, hay algo que no me hace sentir inseguro. Una vez me han acomodado como es debido, empezamos a charlar.

- Chico,- empieza el anfitrión- pareces alterado, tienes mala cara, ibas andando como una bala, fíjate –y se dirige a su amigo- va sudando y todo.- Yo me quedo algo sorprendido. Parezco enfadado. Quizás yo podría ser actor, después de todo. O puede que esté realmente enfadado. Disolución. Hago desde aquí una llamada a la disolución.

- Bueno,- contesto- me he enfadado con una chica.

Los dos se sobresaltan en sus respectivos asientos. Parece el acontecimiento de la noche. Se ve que se estaban aburriendo de solemnidad. Toman el asunto con gravedad. Intentan mostrarse muy comprensivos, intentan resolverme el problema. No me han entendido pero no me da tiempo a rectificar. Me hacen preguntas. Dejo las rectificaciones para después. Resulta divertido que tomen mi incidente con María como un asunto de pareja.

- ¿Y qué te ha ocurrido con ella?- pregunta el barbudo.
- Pues que me ha abofeteado.

Casi automáticamente el anfitrión reacciona de forma tajante.

- Esa chica está enamorada de ti.

Hay quien cree que lo enigmático esconde necesariamente un alto grado de sabiduría. También hay quien confunde teatro y vida. Decido que es el momento oportuno para aclarar su error. María es una caldera de reacciones químicas naturales y artificiales. Es complicado unir la palabra amor a la palabra María, sabiendo quién es. Tiene tanto genio que parece tan sensible como un garrote.

- No, hombre- me adelanto para explicarme- lo que pasa es que...
- ¡Esa chica está enamorada de ti!- me interrumpe con la violencia con que interrumpen los borrachos cuando se ven ante un filón lleno de verdades- Creeme, cállate y escucha, que nosotros entendemos de eso: si te ha abofeteado, es porque la has tratado mal, y eso está bien, es la única manera de que te quieran las mujeres, son unos bichos de cuidao, son alimañas...

Está claro que está más preocupado por descargar sus resentimientos y frustraciones que por escucharme.

- No te precipites, hombre, no te precipites- dice el barbudo, intentando calmar los ánimos, tan fácilmente alterables, de su amigo, mientras le paso el petardo cargadísimo que me habían dado- las cosas con las mujeres no son tan sencillas, no le digas esas cosas al chaval, coño, que lo vas a desgraciar.

Tiene razón. De hecho, nada es sencillo, y si lo es, es mentira. Detrás de toda afirmación categórica no se esconde más que una opinión pretenciosa. Valga mi frase como ejemplo. Estoy hecho polvo...

Vuelvo a intentar aclarar la naturaleza de mi relación con María.

- Pero si no es...
- ¡Tú escúchanos, que nosotros entendemos de eso!- me vuelve a interrumpir, con mucha brusquedad, el anfitrión, y tras tragar saliva y calmarse un poco se dirige a su amigo- No digas gilipolleces, idiota, tú sabes bien que esas sólo te respetan cuando las tratas con la punta del pie, es así, les va la marcha, si no lo haces pasan de ti y se buscan a otro que les de más caña.

Yo bebo de mi vaso con nerviosismo. Nadie está interesado por nada salvo su dolor. Dónde me he metido, maldita sea, dónde, no aprendo, nadie aprende nada...

- ¡Pero tú qué sabes, hombre, si eres capullo, hablando como un entendido en el tema, como si fueras un playboy, si ninguna mujer te ha aguantado en la vida!- le contesta el barbudo con desprecio, toda su panza extendida bajo su jersey ante su minúsculo cubata- ¡No contamines al artista con esas barbaridades tuyas de mierda!

El anfitrión se dirige entonces a mí. Ignora lo que le dice su amigo. Lo hace para provocar. Yo soy el artista. Están actuando para mí.

- Lo que tienes que hacer es dejarla, y ya está- me dice con la incongruencia de su tajada.

Yo voy contemplando a uno y a otro, conforme hablan. Parece que estoy viendo un partido de tenis, girando mi cabeza paulatinamente a un lado y a otro.

- ¡Que te calles, cojones, con tus mierdas y tonterías, que vas a matar al chico con tus gilipolleces! ¡Déjame a mí aconsejarle!- grita el gordo.
- ¡Tú te estás pasando de chulo, gilipollas, que eso es lo que eres, gilipollas!
- ¿He fallado alguna vez con estas cosas, idiota, que me estás tocando los cojones, eh, acaso no he acertado yo siempre con mis consejos?

Parece tener razón, pues el anfitrión se queda callado, vencido por un aparente argumento de peso. Se callan los dos por un instante. Es agradable volver a oír música de nuevo. Pero de pronto arremete otra vez, todo borracho, el anfitrión.

- Lo que tienes que hacer es dejarla...- y se queda satisfecho mirando a su vaso, contento por decir la última palabra.

El barbudo se le queda mirando, tomando fuerza, dejando que el tiempo, los segundos que transcurren, sean el impulso de su respuesta. Se hace el silencio. Le mira fijamente. Él anfitrión se siente observado, pero sigue mirando a su vaso. Está sonriendo. Tararea algo. A veces parece reírse a resoplidos. Son risas explosivas y esporádicas. La tensión se muerde. Es densa como un chicle de fresa al primer mordisco. Y, entonces, despacio, descargando las sílabas con todos sus sonidos, saboreando cada una de las consonantes y vocales, grita el barbudo.

- ¡Pero si tú no eres más que un cabrón y un hijoputa!

Entonces se levanta el anfitrión y bajo el lema “¡Ya me has tocado los cojones!” le arrea un puñetazo en la boca. El otro se queda algo traspuesto en el sillón, y después se intenta levantar, pero casi se cae de la borrachera, mientras su amigo permanece de pie, en postura amenazante, con los puños apretados y los dientes apretados y la tripa apretada y los pómulos apretados, observando los patéticos intentos del gordo por mantener el equilibrio. Finalmente se queda de rodillas sobre el suelo de gres. Por un momento se hace el silencio. Los dos quietos, posando, forman un cuadro, una escena dramática. Imagino un plano de cine. A la vez, permanezco sentado, preguntándome cómo me las arreglo para verme en semejantes berenjenales.

- ¡Y ahora coges y te vas a la puta calle, y me dejas a mí charlando con el artista!- añade el anfitrión, cerrando la escena. Tan sólo falta el telón, y todo estará bordado. Nuestra marcha no será más que un epílogo.

- Yo creo que me voy a marchar con él...- digo yo, tímidamente, antes de que pueda reaccionar. Sin embargo, me levanto tan decidido a marcharme que no se interpone en absoluto.

Nos abre rápidamente la puerta, salimos, se caga en nuestros muertos y cierra inmediatamente de un portazo y bajamos las escaleras. Al salir a la calle ni nos despedimos. Tomamos direcciones contrarias. Sigo el camino hacia mi casa, sin volver sobre mis pasos, dando un rodeo, deseando meterme en mi cama. Ante todo no ir hacia atrás. Me encuentro cansado. Mi vida puede ser cualquier cosa, menos aburrida, pienso. La gente está histérica. Yo estaba tumbado en mi sofá. Necesito tiempo para trabajar, o para mirar a las paredes y contarles cosas. Ha sido un día intenso entre muchos días intensos. Mañana volveré a intentarlo. Haré méritos para que Rogelio me vuelva a considerar un excremento. Escribiré un poema antes de dormir. Volaré en sueños. Mi colchón será mi alfombra voladora. El ruido de los coches, desde mi torre, que circulan por la avenida, coches solitarios, es un goteo de sonidos que imitan al viento. El suelo parece mojado a su paso, pero todo está demasiado seco. Miro a los dígitos luminosos de mi radio-despertador, y deseo que sean velas encendidas para así apagarlas con un suspiro, mientras me engaño para creer que fuera ruge una tormenta caudalosa que todo lo limpia y refresca.