viernes, 30 de enero de 2009

Fuera

Un huella, en la arena azul,
cielo amarillo;

una suela de arena,
vacía y azul,
una ola suena.

Al pincel del viento
lo llaman brillo
los chiquillos,

... cuando están fuera...

...
...
...
..
..
..
.
.
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miércoles, 28 de enero de 2009

La metamorfosis de Oli





Cuando Oli regresó al pueblo no era consciente de la etapa difícil que se le presentaba por delante: una de esas transiciones radicales que implican el dolor y la agonía de la parte de ti que se va desvaneciendo en beneficio de esa otra que avanza, el entonces otro gran desconocido, que empieza a nacer y a vivir. Volver de una ciudad como Chicago, con varios millones de habitantes, a esa pequeña localidad de apenas 35.000 ya suponía un shock para Oli. Pero había más cosas. Cuando se marchó había dejado en España a su novia Olga, a la que en realidad, antes de aquel viaje, sólo veía cuando ella venía de Madrid por vacaciones con su familia. Eso le venía bastante bien dado su carácter independiente pero no lo libraba de sufrir en las separaciones; ese sufrimiento, cuando Olga regresaba, se transformaba a los dos días de su llegada en otro distinto, aunque de la misma magnitud, cuando decidir sobre su tiempo libre ya no era cosa suya, sino de los dos. Y entonces empezaba a contar los días que quedaban hasta que se marchara, pero mientras tanto era todo cuidados y atención, quizás por la lástima que albergar esos sentimientos le provocaba hacia ella. Siempre es una semilla minúscula la que dará lugar al roble robusto y enorme.

El caso es que la relación se había roto durante los doce meses y un día que permaneció fuera. Hubiera sido un milagro que hubiera sobrevivido, pues a la edad de dieciocho años, cuando se recurre al amor, sólo se pretende tantear la realidad sin una mayor trascendencia que la teatralidad de lo dramático, novelesco y cinematográfico; y, sobre todo, los cuerpos. Ya a los tres meses de marcharse a Chicago recibió de Olga (por carta) patente de corso para sus diabluras por allí y él, como buen pirata, no tuvo ánimo de escribirle más cartas desde entonces. No mencionar los hechos era una gran mentira para la que aún no estaba preparado, lo que, teniendo en cuenta la metamorfosis en ciernes, resulta cuanto menos cómico. Y dio igual, pues al final en vez de piratear a diestro y siniestro acabó liado con una americana todo el tiempo hasta que regresó a España. Y a esta también le fue infiel, una sola vez, pero lo curioso fue lo mucho que le dolió hacerlo. En los siguientes diez años el Oli que por entonces sólo se insinuaba vagamente se desarrolló, maduró, se envileció, casi se destruyó y al final pasó el testigo al Oli adulto, y a lo largo de este período fue capaz de repetir la pantomima con una frialdad e indiferencia que rozaban lo temerario. El temprano joven-Oli, casi post-adolescente, vivía aún en un mundo difuso por la presencia de elementos contrapuestos que, lejos de proceder de alguna postura filosófica, convivían por estar unos muriendo y otros surgiendo. Era un entramado desordenado con una mezcla de buenas y piadosas intenciones y un deseo de hervir de rabia.

Cuando llegó de Chicago descubrió que, más o menos desde la época en que le escribió la “carta”, Olga salía con su mejor amigo, Óscar, así que todo el cargo de conciencia que había soportado a lo largo de los ocho meses que había durado su relación con la americana se lo habría podido ahorrar; por el contrario, como Oli le había contado a Óscar, con pelos y señales (por carta o teléfono), lo que estaba haciendo por la ciudad del blues, cuando llegó ya se había encargado él de propagar toda la información de manera que, en un grado u otro, todo el mundo en el pueblo supiera lo malvado que había sido, por supuesto incluida Olga. A Oli le resultaba chocante descubrir, primero, que cuando Olga escribió la carta ya estaba con Óscar, y luego comprobar que a pesar de ello al que llamaban cabrón era a él, el que se había mantenido fiel más tiempo y quien sólo pasó a la acción tras recibir el “permiso” de Olga. Así es como se aprende: el futuro vampiro no iba jamás a aceptar las cosas como trigo limpio a partir de entonces.

Olga era católica practicante. Qué ironía encerraba para Oli toda esa hipocresía del pecado y de las apariencias- él, el melenudo, el rockero, el incipiente borracho, el poeta-porreta, el viajero, el sospechoso solitario, cuadraba más con la imagen de perverso pecador que ella; podrían también haber propagado toda la verdad de lo que ellos dos habían hecho mientras Oli estaba lejos, pero no lo hicieron, dejaron a la injusticia ser. Les resultaba cómoda...

Cambiar tanto y regresar a un lugar que no lo hace salvo para mal es chocante, pero surgieron nuevos amigos y nada más llegar empleó todo el tiempo en concentrarse en estudiar profundamente su primera guitarra eléctrica, formar una banda lo suficientemente insultante y gritar bien alto su cabreo total con la vida; y largarse cuanto antes a la universidad para no volver jamás a ese pueblucho lleno de mierda al que nada le ataba. Tantos cambios de sitio con su familia lo hicieron un desarraigado (Guatemala, Badajoz, Nueva York, Córdoba y luego ese maldito, pequeño y correoso lugar) y no sentía apego por ninguna patria salvo por la de su propia mirada.

Así, Jenny, una amiga que había conocido en Chicago, vino a España y se pasó por el pueblo de visita. Al parecer, su hermano, que estaba casado con una Española, conocía a un tipo de allí y quería que Jenny le entregase un paquete de su parte. Oli se presentó en aquella cafetería a la hora señalada y allí estaban, la americana, el amigo español común, y Paula. Oli la reconoció en seguida: era aquella chica que en el instituto pasaba veloz por el pasillo todos los días, tan esbelta e interesante como inalcanzable. Y así, de golpe, sin quererlo ni beberlo, estaba allí hablando con ella, mientras la reunión transcurría divertidamente. Hacía sólo dos días de su regreso, y todo se entremezclaba con la confusión de la readaptación, pero la cosa con Paula fluía con una naturalidad sorprendente y pronto adoptó la costumbre de quedar regularmente con ella.

Paula era una chica solitaria con una personalidad muy particular. No bebía, no se drogaba, le gustaba el deporte, estaba tan inadaptada como Oli al micromundo que allí se desarrollaba, era ecologista radical, vegetariana (afirmaba “no comer cosas con cara”) y quería estudiar algo que la mantuviera unida a la naturaleza, como biología o veterinaria. Oli se reía con cinismo de muchos de sus planes, pero la verdad es que le gustaba mucho; era una chica casi perfecta en todo, inteligente, culta, inquieta, guapa y atractiva, con un físico intachable; desde luego, nada que ver con Olga y sus traumas sexuales con látigos, cruces, clavos y misticismo lacrimógeno aderezado con faltas de ortografía. Pero Paula, como contrapartida, pasaba del sexo y de los hombres; afirmaba con orgullo no haber besado nunca a un chico (y ya tenía 18 años) y no quería que ningún tío la controlara ni que le diera el coñazo. Cuando quedaban se pasaban las horas charlando y charlando; bueno, sobre todo hablaba ella y Oli se quedaba escuchándola, bloqueado. Nunca tenía una opinión digna de serle comunicada sobre la vida a ese nivel, en la superficie terrestre, el de los avatares diarios a los que ella se refería continuamente, y cuando, a veces, ella venía a su casa para verle tocar la guitarra eléctrica él se excusaba con cualquier pretexto para evitar el momento incómodo. No quería hacer el paripé del chico que intenta seducir a la chica con un instrumento ruidoso y falomórfico como si fuera un ritual. La música era sagrada para él y no podía someterse a ninguna servidumbre; si la seducía, tenía que ser por él, no por lo que hacía. Oli se daba cuenta de que no lograba mostrarse o abrirse ante ella, había algo que se le atragantaba en la garganta y lo convertía en una estatua. Como decían los Beatles, Why am I so shy when I’m beside you?

Paula lo invitó a pasar un sábado en una casa en el campo que tenían sus padres, ella y él, solos. Se pasó varios días fantaseando sobre lo que allí podría ocurrir, y anímicamente estaba preparado para tomar alguna decisión o comunicar algo importante en aquella ocasión. Ella, que debió olerse el asunto, cuando lo recogió con la bici le dijo que había habido cambio de planes y que sería mejor que se fueran al pueblo de al lado y luego regresaran, como un buen paseo. En realidad esto tranquilizó a Oli: ya no había tensión ni nada que decidir. Salieron los dos por la carretera y en el viaje de ida Oli le demostró sus capacidades atléticas corriendo a gran velocidad, dejándola atrás a veces; una vez allí, desayunaron en un parque y luego emprendieron el regreso para llegar a casa a la hora de comer. En el regreso Oli sufrió una "pájara" y ella tuvo que ayudarle a pedalear hasta llegar a casa. Oli comprendió que le iba a costar más trabajo de lo esperado alcanzarla en todos lo sentidos, y que, de no ser más cauto, estas situaciones lamentables se iban a suceder una tras otra. Así, pasaron aquel curso tirando y aflojando, Oli corriendo tras ella y ahogándose, declarándole su amor cada vez que se pillaba un ciego y la encontraba (Paula apenas salía por las noches). Por supuesto, esto se convirtió en la comidilla de todos sus amigos comunes.

Pasó el invierno, llegó el verano y con él, Olga. Oli se iba a marchar definitivamente al llegar el otoño, no sólo porque empezaba la universidad, sino porque toda la familia se iba a trasladar a la capital para alivio suyo, pero esta noticia la guardó un poco en secreto. Algo le decía que podría serle de utilidad. Paula se había largado a Córdoba para prepararse para estudiar allí y no regresaría hasta septiembre, pero sólo para recoger el resto de sus cosas. El mes de julio lo pasó Oli veraneando en el pueblo de su madre, en una casa que tenían en la sierra. Oli pasaba las horas plantando pinos mientras escuchaba a los Ramones en el walkman, o se pasaba la siesta en su cama, mirando al techo, imaginándose que tocaba con los Stone Roses mientras escuchaba su primer disco. Don’t waste your words I don’t need anything from you... Palabras que intuyó presagiaban algo inminente.

En agosto regresó al pueblo y, cuando una tarde volvía de casa del batera de su primer grupo se encontró a Olga, con su hermana y su prima, a la puerta de la heladería. Fue un simple saludo sin acritud visible y poco más, pero aquello lo desencadenó todo.

Al día siguiente se presentó en casa de Oli la hermana de Olga, Olivia. Lo llevó a la casa de una de sus tías y una vez allí, con un café por delante, le explicó que su hermana estaba harta de su novio, un tío super absorbente, machista, aburrido, etc; le dijo que ella había presenciado cómo, al poco de marcharse él a Chicago, Óscar le había hablado mal a Olga de él para seducirla, etc. Oli le dijo que muy bien, pero que él no entraba en ese entramado de citas secretas y habladurías de terceras personas, y que la cosa ya estaba bastante podrida a esas alturas. Y punto.

La víspera de su cumpleaños, Oli salió para emborracharse merecidamente y allí, en el bar que siempre frecuentaba, lo estaba esperando Olga, aprovechando que Óscar estaba currando. Oli la invitó a un chupito de tequila y luego se fueron, con varios amigos más, a bailar por ahí. Cuando dieron las doce, Olga se le tiró al cuello y lo besó con el pretexto de felicitarlo por su cumpleaños, y Oli se dejó hacer. Era un dulce sabor el de la venganza, un sabor que hasta entonces no había probado, y lo probó a base de bien, le gustó, y decidió que quería el fruto entero: que ella dejase a Óscar por él.

Olga, dramáticamente entregada, le reprochó en varias ocasiones su historia con Paula, que por supuesto había llegado a oídos suyos; Oli le decía he vuelto como respuesta. He vuelto.

Sin embargo, en los días siguientes ella no se decidía y se acercaba la fecha de su regreso a Madrid; tan sólo lloraba, sobre todo por Oli. Oli se dio cuenta de que pretendía marcharse como si no hubiera pasado nada, así que decidió forzar las cosas. Eligió una fecha perfecta: la víspera de la marcha a Madrid de Olga; así no habría tiempo de que ellos pudieran arreglar nada antes de separarse. Esperó aquella noche en la puerta de la casa de su abuela (donde ella vivía cuando venía al pueblo), sentado entre los coches, a que los dos regresaran de echar un polvo por el campo en el coche de Óscar; llegaron, se detuvo el coche, y entonces Oli se levantó de la acera. Se abrieron las puertas y Oli le pidió a Olga, que ya salía, que subiera arriba, que tenía cosas que contarle a su antiguo amigo. Ella lo miraba con ojos de terror, pero, sobre todo, con ojos de telenovela (realmente le encantaba poder vivir un drama similar en su vida) y subió a toda prisa para seguir el asunto desde detrás de los visillos del balcón. Una vez solos, con toda la familia de Olga mirando por las ventanas, le explicó a Óscar, con una frialdad y precisión total, lo que había ocurrido: que se había tirado varias veces a Olga a lo largo de varios días mientras él trabajaba. Oli pudo ver el odio homicida en los ojos de Óscar conforme pronunciaba despacio, alto y claro (también para los de arriba) las palabras y él las iba recibiendo; sabía que la tensión arterial se le había bajado, que había tenido un amago de desmayo; que Oli estaba dando forma real con sus palabras a la peor de las pesadillas de Óscar. Oli ya conocía algunos de los dolores de la vida muy bien. Y se fue a su casa, una vez hechos los deberes.

En esos pocos días que había compartido con Olga se dio cuenta, definitivamente, de que no la hubiera podido soportar mucho más tiempo de no haber intervenido su amigo en su ausencia. Descubrió lo cruel que él podía llegar a ser, lo perverso y frío en la venganza, y que detrás de todo ello no había una lucha por algo noble, sino por su orgullo herido. Los había jodido sin tener la intención de luego perdonarla a ella. Actuó por maldad, y como jugada maligna le salió de puta madre. El vampiro había casi salido por completo de la cápsula.

Llegaron las fiestas de septiembre y su marcha definitiva del pueblo estaba ya encima. Se fue a una de las ferias de las afueras a celebrarlo, y entonces se encontró con Paula. Estuvieron charlando toda la noche y después, cuando amanecía, se fueron los dos solos a lo alto de una loma. Todo el nerviosismo desapareció y, por primera vez, pudo ser él mismo ante ella. Quizás aún hubiera esperanza. Tal vez ella pudiera detener en el último instante su metamorfosis; al fin y al cabo, ella seguía siendo ella, fiel a si misma y a sus principios, fuerte. Pero temía que todo ya estuviera decidido y hacerle, en la distancia, lo mismo que a Olga. Paula lo besó en la mejilla y se dejó abrazar, y estuvieron así, bromeando hasta el mediodía, cuando Oli la dejó en su casa.

(...)

Pasó un año. El vampiro había salido y florecido. La noche reinaba en el corazón de Oli y nada importaba ya salvo brillar. Estaba en un bar llamado XL, que él frecuentaba mucho, y entró Paula. Se vieron, se abrazaron y enseguida se besaron un largo rato.

- Eres el primero a quien beso de verdad- le dijo Paula.
- ¿De verdad?- (la incredulidad y el cinismo es la enfermedad del vampiro).
- Cuando volví de Córdoba este verano esperaba volver a verte.
- ... - (la cobardía también lo es).
- ¿Por qué no me dijiste nada de que te marchabas? Me dolió muchísimo, me quedé descompuesta, no me lo esperaba cuando me lo contaron, se suponía que me lo tendrías que haber dicho a mí antes que a nadie.
- No estaba seguro de lo que iba a hacer- le mintió haciendo gala de su recién adquirido estatus.
- Aquella noche, en la loma, me hiciste sentir algo por primera vez.
- Ahora no puedo atarme a nadie- le dijo- algo ha cambiado, no es mi momento.

Y siguieron besándose.

Así que ella podría haberlo salvado, quizás entonces. El problema era que Oli ya no quería salvación, se había enamorado de su destino.

Cuando se despidieron la cara de Paula brillaba casi tanto como sus ojos. Oli se preguntó cuánto tiempo tardaría en recomponerse del aluvión de sensaciones y, ya en frío, darse cuenta de que todo había acabado; que el Oli que ella había conocido había muerto. Lo que hubiera dado aquel Oli difunto por oír esas palabras en el momento adecuado, en el pasado; pero, lejos de lamentarse, el Oli nuevo sintió lástima por el Oli muerto, y se alegró de haberse transformado.

Sabía que Paula le odiaría al principio, y que luego sería un eterno recuerdo amargo para ella. Le daba igual.

Ya nada podría salvarlo salvo él mismo, y no quería hacerlo. Al menos la había librado a ella de él, lo que no era poco. Eso nadie se lo agradecería nunca.

Por delante estaba toda la noche por descubrir, brillando con la fuerza de lo desconocido, y él, nuevo, misterioso y resuelto, iba a tomar de ella lo que le correspondía.

lunes, 26 de enero de 2009

La seriedad de la tierra y el cielo


Es curioso el jolgorio de la vida de los que viven en el interior de las copas de los árboles; esos pájaros pequeños, distintos en carácter a los mayores que, más proclives a las llanuras y marismas donde el cielo ocupa y limita toda la bóveda, abandonan el follaje de los árboles y ponen su nido arriba, en el cenit de la copa, o lejos, en los riscos o entre los juncos, donde sólo el cielo las cubre y adonde sólo acuden cuando la necesidad de la naturaleza así lo exige; el resto del tiempo planean en el cielo abierto, o nadan, o joden a otros animales para comérselos (cuando no las tres cosas). La lechuza, sin embargo, a pesar de su gran tamaño, se queda en la espesura del bosque enamorada de la noche y de la sombra, y su caza y su vuelo de silencio llevan impresa la fascinación que sólo lo mágico genera. Los buitres, que otean las llanuras y las montañas desde grandes alturas, tienen, en comparación con los búhos, un carácter agrio, al igual que los avestruces; la elegancia cómica de los pingüinos tan sólo disfraza un mal semejante o aún peor. Los patos y pelícanos van por completo a su rollo con el pico mirando al agua, tienen aire de hijo único y, aunque parece que el agua otorga cierta simpatía a los pájaros que abandonan los bosques, el sol se encarga de joderles el carácter de manera definitiva. Se han escrito preciosos libros sobre las gaviotas, pero la verdad es que las reales son unas auténticas hijas de puta, a pesar del mar.

El cielo pesa. Ciorán supo darse cuenta de que para referirse al cielo de manera pertinente hay que considerarlo como una absurda lápida de piedra que cubre la nada. El cielo es un objeto infinito aplastante como una sombra. Su hermandad con la nada estriba en que un ser humano no puede abarcarlas- por ello confunde sus identidades. Eso es todo. El único paso que sigue es tomar partido.

¿Qué voy a hacer con el cielo, que ignora lo que significa marchitarse, o lo que es el sufrimiento y el éxtasis de la floración? Quiero estar con las cosas destinadas a ser y morir con ellas, que de igual forma están destinadas a la muerte. ¿Por qué os he hablado de extinción a vosotros, astros eternos? He estado buscando demasiado tiempo a la nada en otra parte. Pero retorno a los otros mundos donde soplan las penalidades. Por ellos deambularé como un ermitaño sediento de pecado. (Ciorán, de “Breviario de los vencidos”)

Los chimpancés son simios que siguen colgándose de las ramas, entre las hojas y siempre a la sombra; y preferiría a uno de ellos como compañero en una isla desierta que a un gorila, por ejemplo. El gorila, más ligado a la tierra, adquiere de pronto un aire sombrío, una seriedad estoica y una consecuente peligrosidad real y física, y ello a pesar de que permanece en la espesura de la selva. De los simios que se adentraron en la estepa, en las llanuras, en las sabanas, sólo sobrevivimos nosotros. Girasoles con una vitalidad animal amargada y enferma, marchitada de antemano por la conciencia.

Árboles...

Durante un tiempo fui aficionado a tocar la guitarra desde la copa de un árbol. Lo hacía siempre que podía, en cualquier lugar donde hubiera un árbol trepable. Los ficus enormes de la Plaza de San Pedro eran perfectos. No sé si tocaba mejor, pero lo disfrutaba más. Mi relación con las copas de los árboles no acababa ahí; en las alturas conocí a mucha gente que permaneció en mi vida. Eso sí que me sorprendió. Cuando no estás en una copa y el cielo sobre ti es abierto, cambia la cosa, y así fue como conocí, mientras tocaba en lo alto de una estatua del río, a un grupo de skins de Madrid. Se subieron para currarme, y acabaron invitándome a cerveza toda la noche. No lo entendían. Lo comentaban. Y luego más. Se despidieron con un cierto aire ido.

¡Cuántas dicotomías! ¿Copa o llanura? ¿Cielo o tierra? ¿Realidad o nada? ¿Ciencia o magia?

Cuento esas llamadas y las reconozco como ecos de mi propia voz pronunciada en el pasado, perdida en el abismo, desfasada, rasurada de viento y obstinada, y mi pie sobrevuela mientras tanto el hormiguero con desidia, sin decidirse a dar el paso.

Nada cambiará en el cielo cuando camine, por ello puedo contar con él.





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jueves, 22 de enero de 2009

La terrible simetría


Recuerdo, hace años. Es curioso. Ayer me volvió a la cabeza esta historia. Como bien aparece en “Contrapunto” de Aldous Huxley, el tigre depredador de alguien suele ser, a su vez, el cordero presto al sacrifico para otra persona. Encadenados. Eslabón con eslabón, por supuesto, transversalmente; si no, la cadena no funciona.

The Tiger (William Blake)

¡Tigre! ¡Tigre! luz llameante
en los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué distantes abismos, en qué cielos,
ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse? ¿Y que mano
osó tomar ese fuego?
¿Y que hombro y qué arte,
torció fibras de tu pecho?
Y al comenzar a latir tu corazón
¿Qué mano terrible o pie?
¿Qué martillo, qué cadena?
¿Qué horno forjó tu seso?
¿Qué yunque? ¿Qué osado puño
ciñó su terror mortal?
Cuando los astros lanzaron sus venablos,
y cubrieron sus lágrimas los cielos,
¿Sonrió al contemplar su obra?
¿Aquel que te creó, creó al Cordero?
¡Tigre! ¡Tigre! luz llameante
en los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
Osó idear tu terrible simetría?

Aquella tarde, Marga y yo tuvimos una conversación. Quería una relación abierta, ya sabéis. Bueno, yo tenía entonces 26 años y me conocía perfectamente el cuadro. Ella, que sólo tenía 23, no exactamente: dramáticamente sí (eso además le encantaba), pero civilizadamente, no. Yo estaba bastante curtido en ambos casos, por desgracia. La verdad es que por mucho que la mente avance, el corazón, que hace lo que le sale de los cojones, tiene sus propios lastres. Pero ya se sabe. El corazón sólo aprende a base de reiterados auto-hostiamientos, anunciados o no. Así es la vida.

Y así insistió ella en que hiciera lo que me diera la gana, etc. Era sábado por la tarde, se había hinchado de pastillas el viernes (de hecho, tuve que recogerla en la calle aquel sábado a las cinco de la tarde) y se marchó a casa. Parecía que realmente creía que había abierto mis ojos a un mundo nuevo. El que yo le dijera que ya lo conocía de sobra era para ella tan sólo la confirmación de una inconfesada ingenuidad; como si disimulara algo vergonzoso afirmando lo contrario. Los neófitos del hedonismo de andar por casa son irremediablemente pretenciosos, orgullosos y, sobre todo, sordos. Nada les bajará de su púlpito, salvo la adecuada patada autopropinada de la vida.

Salí aquel sábado, por supuesto, más que nada porque no me apetecía quedarme en casa y pensar, pues ello me llevaría a la conclusión inevitable: dejarla. La conocía demasiado bien. Yo, cuando tenía 23, era igual o peor, y no estaba dispuesto a permitir que ella me hiciera lo que yo ya sabía que hacía de todas formas, lo que yo había hecho a otras. Yo mentía mucho mejor que ella. Tanto que aún hoy me estremezco. Y, para no actuar conforme a plan alguno, fingía no darme cuenta, llevando por dentro un soliloquio del que ella no podía ni sospechar. Ser un tigre vestido de cordero.

En la alfalfa entré a mear en uno de los bares mientras algunos amigos esperaban fuera. Al salir del baño me llamó una chica y me pidió que me sentara junto a ella. Estaba algo borracha y, sobre todo, estaba contentísima, se lo estaba pasando muy bien. Me presentó a sus amigas, me invitaron a copas, me pusieron a bailar. Emilio entró a buscarme y me vio de esa guisa, bailando con aquellas, con la primera colgada de mi cuello. Miró, frunció el ceño, y se largó sin decir nada. La chica me toqueteaba y me decía que podía toquetearla a ella, pero añadió “los besos en la boca no me gustan, los demás sí”. Para mí aquello eran demasiadas instrucciones. Me dio igual, estaba bailando, estaba borracho y los demás también. Me invitó a su casa. “Está cerca”, me dijo. “Bueno”, contesté. Sentía curiosidad, pero nada más. Ella estaba muy pedo y no me gusta enrollarme con chicas que no parecen estar muy seguras de lo que hacen.

Llegamos a su apartamento, enano, y me dijo “Estoy demasiado ciega para follar, ¿lo dejamos para mañana?”. Yo, que tampoco estaba por labor alguna salvo roncar, le dije que sin problema. Dormí en el sofá y ella en su cama.

Me desperté. Mierda. Resaca. Un poco de desorientación inicial que se disipó cuando miré al otro lado del salón-dormitorio y la vi a ella en su cama. Era bastante bonita, pero tenía un aire a su alrededor que anunciaba un llanto intenso y prolongado como consecuencia de alguna rotura de su alma. Demasiado risueña. Al cabo de un rato levantó la cabeza y me miró con la misma expresión de felicidad de cachorro que la noche anterior.

- ¿Estás enfadado?- preguntó tras sonreírme fotográficamente.
- No- le dije.
- Bueno, ya lo arreglaremos, ¿no? Quedaremos otro día para follar.
- En realidad, no importa- le dije.

Entonces sonó el timbre de la puerta de abajo.

- Debe ser mi novio- dijo con toda naturalidad.
- ¿¿Quién??- le dije sobresaltado. Por un momento me veía “bajando” por la ventana.
- Mi novio, pero no te preocupes, a él no le importa, de verdad.

Aquello me sonaba. Vaya. Me quedé un poco flipado. Estas cosas deben avisarse, ¿no? Yo, al menos, cuando tenía novia, lo hacía (cuando era como Marga); aunque, por otro lado, yo tampoco le había hablado a ella de Marga; pero vamos, un par de bailes con algo de magreo tampoco es exactamente enrollarse, ni mucho menos, y totalmente legal tras sus declaraciones de democracia sexual de la víspera.

Bajó a abrir la puerta y subió con él las escaleras. Conforme llegaban arriba, la oí hablarle a él de mí.

“... sí, de verdad, es un tío muy maduro”, decía.

Eso sí que me hizo gracia. Entraron. Él era de esas personas que al primer vistazo te hacen darte cuenta de lo buenas que son. Yo intentaba evitar parecer, así sentado a la mesa, un tipo de los que dicen con la mirada “aquí estoy, he venido hasta aquí tras el culo de tu novia”. Pero claro, él conocía a esta chica como yo a Marga y, ante mi cara de incómoda sorpresa, me dijo, a modo de explicación.

- Es que yo me conformo con lo poco que me da.

Aquello me acabó de matar. ¿Hacía yo realmente eso? Comimos los tres unos espaguetis cocinados por ella y luego tomamos un café. Después decidí no pedirle el teléfono ni volver a verla más. Me despedí haciéndome el despistado (tenía mucha práctica en eso), y adiós. No podía ver cómo hacía trizas a aquel buen chico. Debía odiarme.

Al llegar a casa me llamó Marga.

- ¿No has dormido en casa?
- No.
- ¿Te has tirado a una chica?
- Algo así.
- ¡Qué guai! ¿no?- dijo con una alegría demasiado chispeante. Una alegría políticamente correcta. Qué tontos son los jóvenes.
- No creas- le dije.
- Pues me ha encantado, lo hablamos ayer y la misma noche coges y triunfas con sólo proponértelo.

Sus felicitaciones me sentaban como pesas que se añadían al lastre que me hundía en el río de mi miseria.

Al cabo de poco tiempo la dejé. Lloró, pataleó y suplicó, pero yo sabía que no era por mí. Cuando te dejan se evidencia el vacío, eso es todo; ese vacío que hará que se marche también quien verdaderamente te importe en el futuro. La confirmación de la monstruosidad de tu alma. Cómo no iba a comprenderla yo, el peor monstruo de todos.

La comprendía tanto que sabía que ya estaba todo perdido.

(...)

Sí, recuerdo hace años. Ahora he ascendido tanto. Ya no hay eslabones, ni roturas ni monstruos en el alma. Cuando pienso en todo esto, un mensaje aparece refulgente ante mí.

¿Donde has estado tú a lo largo de todo este tiempo?

A tu lado- me contesta- sin que te dieras cuenta, esperándote...


The Lamb (William Blake)

Pequeño cordero, ¿quién te hizo?
¿Sabes quién te hizo,
Te dio vida y comida
Por el arroyo y el hidromiel;
Te dio ropa de placer,
La más suave, de lana, brillante;
Te dio esa voz tan suave,
Alegrando a todos los valles?
Pequeño cordero, ¿quién te hizo?
¿Sabes quién te hizo?

Pequeño Cordero, te lo diré;
Pequeño Cordero, te lo diré:
Se llama como tú,
Porque Él se llama a sí mismo Cordero
Él es manso, y Él es suave,
Él se convirtió en niño.
Yo un niño, tú un cordero,
Nos llamamos por Su nombre.
Pequeño Cordero, ¡Dios te bendiga!
Pequeño Cordero, ¡Dios te bendiga!

...
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martes, 20 de enero de 2009

Lenta-lente


Apago el ordenador. Ya son las siete y media de la tarde. Ha llovido y me da pereza salir, pero es sólo agua: no puedo permitir que me detenga. Tengo algo por dentro, una sensación familiar. Ahora pienso en el rastrillo playero azul turquesa ideal. Necesito una palabra o una expresión rastrillo-playero-azul-turquesa. Bajo un cielo gris. Por ahí van los tiros.

Decido no bajar en el ascensor pues la última vez me quedé encerrado y tuvieron que sacarme. Tengo un cosquilleo y una especie de inquietud o nerviosismo. Bajar a saltos los cuatro pisos me refresca: el aire está frío en el pasillo y mi cuerpo embalsamado en calor lo recibe con agrado. Dónde estará ese maldito rastrillo. Me agota. Cojo la bici y salgo a la calle. Llovizna. Bueno.

Meto la bolsa de envases en su correspondiente contenedor. Aparte de contener hedor, tiene la entrada demasiado pequeña y tengo que apretar hasta que por fin se cuela violentamente, y me hago daño en un dedo. Casi nada, pero con el frío y la lluvia duele más. Jode más. Vaya, sabía yo que se me olvidaba algo: las uñas de la mano izquierda están demasiado largas. Bueno. Que les den por culo a ellas y a la música. Me monto en la bici e inicio el camino.

Esquivar charcos. Las aceras aquí se hacen como si nunca lloviera. Oigo el chirrido de mi cadena casi sin aceite. La superficie lisa y pulida refleja todas las luces superiores. Parece resbaladiza. “Alguna vez me tendré que dar una hostia como todo el mundo” pienso. Resbalar unos cuantos metros derrapando antes de la colisión. Caer en el suelo mojado o en un charco. Agarro bien el manillar y pongo mis dedos sobre los frenos para estar alerta. Siempre me parece que voy lento y la gente me mira al pasar, o sea, voy demasiado rápido. Nada me puede calmar salvo encontrar ese maldito trozo de plástico azul turquesa que refulge bajo un cielo gris sobre una arena color pardo. Una palabra que encaje así de bien en mi propia playa.

La lluvia arrecia y debería parar y resguardarme, pero no lo voy a hacer. Total. Podría no escampar en toda la noche. No es más que agua. Me paro en un semáforo. Un niño junto a su madre se ríe de mí porque estoy mojado hasta los huesos. Ello me hace sentir bien. Medio ahogado por el esfuerzo de la velocidad, bajo la lluvia, mojado, vivo. Lo vivo lleva a su alrededor una espiral de atención. Los niños ríen con naturalidad. Son con una increíble aceptación. Y me miran. Se pone en verde. Rastrillo.

Llego a mi destino. No tengo que esperar mucho y aparece ella. Le doy la pasta, ella el polen y listo. Ahora al local de ensayo. Ruedo sobre mis propias rodadas. Esquivo charcos, pero ya no llueve. Con el aire me seco un poco.

La serpiente pitón de Carlos sigue en su jaula. La alimentan con ratones vivos y, a veces, se puede ver el espectáculo. Yo prefiero no verlo. Los ratones me recuerdan a mi perrita. Me dan pena. Abro el local, enciendo la luz, destapo el ampli, lo pongo a calentar, cuelgo en el panel el nuevo set de los U-bets y nuevas letras. Me voy a por un delicioso capuchino de máquina por 60 céntimos y regreso al cubil, donde me lío el primero tiritando de frío por la ropa mojada y bajo el calentador a tope. Odio que no aparezca el rastrillo de plástico.

Las válvulas se calientan, las resistencias se ponen incandescentes. El naranja es el color del calor, pero el aroma del calor...

(...)

Hay un centro que te arde y que te filtra
-tú, susurro sueño-
por la piel.

Un tono del ocaso que transpira y te fragua,
corazón de estrella,
hidrógeno encendido
de tu ligereza que te sopla
-tú, palabra de ti misma.

Mi ojo es una lupa y,
sin embargo,
me entras por la nariz y la boca y las manos
sin caber.

Y mientras juego a tenerte y renunciarte y a tenerte y renunciarte,
me hago lente,

lentamente,
me hago lente...

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La logia de la alogía



Europa es un jardín de infancia, y todos juegan a ser muchas cosas sin llegar a serlo; y la lógica, la coherencia, la consistencia de los actos y los pensamientos son molestos juguetes para quien se imagina ser algo y no está dispuesto a ganárselo. El consenso de los idiotas es suficiente; la irrupción de la conciencia, irritante.

Los niños patalean junto al quiosco para obtener la piruleta de sus madres; y desean que sea así por derecho propio: la recompensa sin el mérito. Es una pulsión animal que el cretinazgo ha elevado a visionaria (la megalomanía es otro rasgo de la primera infancia que se mira en el espejo). Luego siguen enmierdándolo todo y pasan de la escuela. La cretina de la madre les sigue dando la piruleta cada vez que a los niños les sale de los cojoncillos. Cuando crecen, deciden ser artistas, porque los artistas al parecer (según la fijación mediocre por las biografías donde gente la brillante resulta ser humana-do-it-yourself-yes-we-can) han sido en muchos casos malos estudiantes, rebeldes precoces (cuando para ellos la rebeldía consiste en decir yes I fuck, yes I shit). Son precoces en tanto que asinus aún sin ejercer, pero nada más.

Ahora escupir es glamour. Desdén del iluminado. Y el que ve claramente la basura y la nombra, ese es un aguafiestas que destroza la ficción. Ese, que no les da la piruleta salvo cuando se la merecen, a ese hay que machacarlo. Ante todo que no nos jodan el jardín de infancia donde se nos mima como a imbéciles incapaces de nada salvo la exigencia pueril.

Como los niños, fingen, asumen un papel, actúan; creen que todo consiste en eso. Y exigen el aprobado al más puro estilo LOGSE. Nos hemos rodeado de cretinos. La generación no-hostiada está tarada. Alguien debió haberlo hecho a tiempo. Pero claro, esas madres, cuya majadería, hasta los cuarenta, había sido apenas una errática indecisión que pululaba desorientada de un lado para otro hasta que encontró en el budismo y en el origami del cerebro el jardín tan deseado donde florecer con toda la exuberancia propia de la estupidez consciente de sí misma... Y esos padres, imbéciles enólogos de tres al cuarto más preocupados por el jamón y su polla que por otra cosa... Y sus hijos rebeldes que asumen sus dos personalidades convirtiéndose en falócratas de los palillos con episodios de nirvana-bodega y algún tebeo manga...

Veo a los presentadores televisivos y veo a tipos sin talento perfectamente preparados (en eso consiste la degeneración JASP); sobre todo saben darse los aires necesarios, aunque no sirvan. Y el resto se identifican con su memez y aceptan la ficción porque se salvan a sí mismos al aplaudirse. Podría pasarle a ellos y también desearían la aceptación, aunque lo hicieran mal. Si todo el mundo decide que está bien, ¿qué importa que no lo esté? El doblepensamiento ha llegado, señores. Los presentadores no presentan, sino que juegan a ser presentadores y se les paga por ello. Veo jefes de estado que alcanzan el puesto por un pueril capricho megalómano. La vara de mando es el nuevo chupete. Así no lloran. Tipos sin talento perfectamente preparados. Actores. Malos. Eso gusta a quienes votan: votan a su mismísima miseria.

La razón no está de moda; las matemáticas sí (aplicadas a la pasta). Pero eso no importa: se puede negar la importancia de la lógica y creer en una consecuencia de la misma como son las matemáticas, y luego elevar la contradicción a objeto final de deseo (cuando viene bien). Es decir, inventar la vida conforme sucede al servicio del capricho, la osadía, la falta de ímpetu y el reino de la fantasía.

Pero una cría no tiene la dignidad eterna de la mirada de un león adulto.

La naturaleza enseña.

El león se sirve él mismo la pieza. Mírale a los ojos.

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lunes, 19 de enero de 2009

Necesariamentesidad



Hay ciertos elementos “apriorísticos”, de esas cosas que se dan por sentadas y que a todos se nos olvida cuestionar, que realmente no están motivados por la necesidad (o, mejor dicho, la “nece-sariamente-sidad”; lo necesario, en el sentido empirista o filosófico; lo que no puede ser de otra forma).

El abanico de posibilidades del caos es mucho más amplio de lo que se cree; claro que en un mundo sin imaginación, donde la felicidad consiste en consumir objetos y atribuirse los méritos de su calidad por una suerte de asimilación de sus virtudes connotativas, específicamente sintetizadas por la publicidad y la moda, es lógico que se haya perdido la fe en la espontaneidad humana más allá del sexo y la muerte- curiosamente, en esos dos ámbitos es donde resulta imposible innovar nada, pues en ese sentido están sobre-explotados por las sucesivas generaciones que, en su juventud, han creído que al follar están destruyendo y reconstruyendo el cosmos ante los horrorizados ojos de los escandalizados dioses ancestrales (y/o “valores” de las generaciones maduras), o creen que las salpicaduras de la sangre son algo nuevo en nuestro salvaje espíritu, dependiendo del marco en que se registren (con connotaciones igualmente sintetizadas por sus correspondientes modas y campañas publicitarias). Pero hasta el más palurdo puede correrse o machacar un cráneo. Será por eso que lo publicitan.

Pero los animales follan. Eso debería bastar para ser consciente de que follar es una de las actividades más antiguas y, por tanto, menos innovadoras. No creo que las generaciones anteriores (esas a las que los manifestantes genitales pretenden escandalizar) nos hayan dejado ningún enfoque o fantasía que permanezca “virgen”. A mí me da igual (no hago política con la polla). Para mí es una vivencia subjetiva y, en cierto modo, los escalofríos me recuerdan la eternidad de los sentimientos puros, transmigrados de ser humano a ser humano como la herencia más valiosa. Pero en un mundo donde lo exclusivo es el valor primordial (hasta el alma es un supermercado o una boutique de moda) valorar los sentimientos y las emociones como un testigo que pasa de mano en mano en la cadena del tiempo puede provocar incluso algunas muecas de asco en esas caritas de consumidores. Tras varios miles de años sobre la tierra tampoco creo que nosotros, los seres humanos, hayamos dejado de lado cualquier alternativa posible en lo relativo al asesinato. Pero eso no importa: la moda y sus mecanismos publicitarios se encargarán de sintetizar la mentira mediante connotaciones intelectualoides o mediante la mitificación heroica que, bien encarnada en patriotismo, o bien en revolución, tan eficaz ha sido siempre para la aniquilación mutua de ciudadanos convencidos por millones.

Todo es moda y todo responde a un modelo. La generación de los años sesenta significó la actualización, en la clase media, del Romanticismo inglés y alemán de la primera mitad del Siglo XIX, del que entonces sólo disfrutaron la aristocracia y la alta burguesía. Claro que, como sucede con los fenómenos de masa del siglo XX (bueno, y este), para aglutinar a tanto individuo es necesario facilitar la adscripción de todos mediante la eliminación de matices; o sea, se hace una versión superficial de aquellas doctrinas estéticas y, sobre todo, se sublima lo anecdótico, la biografía-modelo, para resaltar la humanidad de aquellos precursores y, por lo tanto, acercarlos a la media de la masa expectante por identificarse con algo o alguien.

Por lo tanto, analizando los paralelismos de ambos fenómenos sociales, empezaré por recordar que en ambos casos se trata de movimientos juveniles (claro que el Romanticismo fue el primero de todos los movimientos esencialmente juveniles donde se dio por primera vez, además, un choque generacional, además de social, en Occidente). El Romanticismo tuvo en la música su máxima expresión, con Beethoven a la cabeza (también en los sesenta triunfó una forma revolucionaria donde los sentimientos también son paroxísticos: el rock); en ambos casos se sublima el amor visto desde una perspectiva ideal e incluso ingenua (el amor como fenómeno metafísico del Romanticismo), se abrazan las causas en pro de la justicia o las revoluciones sociales (el Romanticismo también fue revolucionario, burgués, liberal o nacionalista), se crea una mística de la violencia- o “lucha” que en los setenta dará lugar a las acciones de ETA, el IRA, el GRAPO, las Brigadas Rojas o la RAF (los románticos se iban a luchar por la libertad de Grecia, participaban en las revoluciones liberales, luchaban por la unificación de Alemania o Italia, o bien se mataban entre ellos en duelos), y se consumen las drogas que se tengan al alcance para estimular la creatividad artística (los Románticos consumían opio, absenta, hachís o alcohol para el mismo fin).

Lo que ocurrió fue que en los sesenta el fenómeno-revolucionario-romántico de masas no tenía un correlato histórico lo suficientemente tiránico como para darle sentido, y entonces simplemente se asimiló el gesto, la pose, y lo demás se inventó, sencillamente, para equilibrar el bonito cuadro. Los sesenta fueron revolucionarios tan sólo como fenómeno de mercado: nació el mercado específicamente juvenil.

La industria discográfica, la cocacola, los cárteles de la droga, la moda, los automóviles, los programas de televisión, el cine, etc. se amoldaron a ese nuevo mercado de esa generación mimada que, por primera vez, disponía de poder adquisitivo como una unidad colectiva social. Mucha gente se forró con aquello. Fue una moda lucrativa que había que fomentar y reproducir: de ahí en adelante lo programático, o sea, TODAS las generaciones posteriores quieren vivir también su revolución sexual, social, tóxica y violenta, sean necesarias o no. La necesidad ya no es necesaria. Es parte del guión; si vas a la universidad, tendrás que manifestarte alguna vez, como lo hicieron tus padres, ¿no? Forma parte del asunto. Y follar en la facultad, por supuesto, cómo no. Y tirar piedras a la policía y huir o, mejor aún, ser detenido y tener la foto.

Claro que, como dijo Marx, los hechos históricos suceden primero como tragedia, y luego como parodia; ahora el fenómeno juvenil por excelencia es el “movimiento cani”. No creo que haya que decir nada más. Los universitarios se manifiestan contra el nuevo filón que les permite hacerse ellos también la foto con la pancarta para presumir ante sus futuros hijos diciendo “yo también fui revolucionario”: las reformas educativas (yo también me manifesté gracias a ellas en mi “momento”). Ninguno sabe contra qué se manifiesta. No importa. Es parte del guión. Hay que hacerlo para tacharlo de la lista de quehaceres.

Y todo esto sucede porque a nadie se le ha ocurrido pararse y pensar si realmente es necesario hacer todo esto de esta manera. Hay cosas que cambiar, de eso no hay duda, pero nadie se acuerda de ellas.

Un mundo donde los psiquiatras nos convencen de que nos lo merecemos todo y de que valemos para todo, y claro, con tanta caricia verbal nadie se acuerda de los méritos que hay que hacer para ganarse la bendición.

No la de Dios, sino la de uno mismo. Uno mismo y consciente.

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viernes, 16 de enero de 2009

Jaque Pastor


Juguemos al ajedrez.

Ay, querido, tú tienes cuatro torres y yo sólo una; ¡qué bien te lo has montado en este lucrativo negocio del fanatismo y de la muerte! Quiero derribarte a ti, a tu rey de Sión del momento, aunque me cueste el resto de mis fichas. Quien antes extermine al otro gana, ese es el juego. Qué suerte tienes de jugar con ventaja; si yo tuviera tus medios aniquilaría a toda tu población sin dudarlo, pero la batuta, el visto bueno de la Unión Federada del Ajedrez Sangriento lo tienes tú. Te envidio, maldito. Aún así, no creo que ganes la partida, tendrás que cancelarla antes del desenlace, pues yo represento para tu público consumista, ese que habla y opina sobre nuestro drama desde vuestra torpe libertad de expresión (no sé cómo la mantenéis, nosotros no la permitimos), la actualización del ideal romántico de la rebeldía y la lucha por la justicia, y con tu ventaja me cuestas varios miles de muertos más que yo a ti. Te detendrán antes; puede incluso que pierdas el gobierno. Ese será mi Jaque Pastor: ganarte sin casi utilizar el ejército que apenas poseo.

Has perdido tu identidad y hasta confundes la mía; pero la idiotización del individuo que significa tu modo de vida juega para mí (yo idiotizo a mis súbditos mediante una vieja droga, la misma que tú utilizas también para convencer a tus asesinos dubitativos: religión). ¿Qué haces aceptando mi desafío, poniendo las fichas sobre el tablero, comportándote como a mí me gustaría comportarme? Pues yo soy terrorista y a esto es a lo que me dedico, pero, ¿y vosotros? Aceptar mi juego ya os delata como malos estrategas para el ajedrez.

Cuando cruzasteis el umbral hace tantos años y empezasteis a ser como nosotros, nos disteis alas; la gente ama la visceralidad cuando matan a sus familiares inocentes. Ahí estábamos nosotros, profesionales del horror, para ofrecerles una venganza y ejercer nuestra labor a cambio del poder en Gaza. Un poder tan absoluto como nos lo permitan los bombardeos. Matar respaldados por un pueblo y por vuestra opinión pública. Os habéis hecho de un buen puñado de memos: a muchos de ellos nos los cargaríamos de inmediato si actuaran aquí, en Gaza, pero vosotros permitís que hablen incluso cuando va en favor nuestro. No os entiendo. Si os convertís en terroristas, ¿por qué mantener la pantomima en casa?

Y lo mejor es que, después de ejercer vosotros el asesinato de manera tan masiva y eficaz, aludáis a nuestro sentido de la responsabilidad para con nuestra población civil. ¿Es que aún no os habéis dado cuenta de que no valoramos la vida ajena?

De pronto, el Estado de derecho-terrorista alude al sentido del Derecho del Grupo Terrorista. Se dan la vuelta las monedas. La cara se hace cruz y viceversa.

Hay juegos que es mejor no jugar nunca.

Recordad, no somos más que terroristas. La vida para nosotros no es más que una moneda de cambio para alcanzar el poder.

Una insignificante moneda para comprar unas cuantas cosas.

Mi hipócrita contrincante de la sangre,
mi semejante, mi hermano...

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jueves, 15 de enero de 2009

Balanza

Volar no es aletear, sino planear.

El aleteo resuena y es vistoso como pájaros palmeros,
pero es un ardid de esgrima ilusionista
donde el vértigo se mide con el desgaste
de los miembros.

... esos ojos de espada que precisan del movimiento para evitar al
transcurso inexorable del tiempo,
esas burbujas fluctuantes,
esos trémulos cuerpos que oscilan en lo indeterminado de sus dudas...

El aleteo retorna al suelo cuando está agotado,
el planeador sólo baja a voluntad.

... pero el tiempo pasa por encima como una ola invisible,
esa ola,
la que te mantiene arriba como balanza perfecta
entre el soplo de la tierra y el aliento de las estrellas...

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lunes, 12 de enero de 2009

Adios al monedismo

Winston Churchill dijo en una ocasión que no tenía inconveniente en relacionarse con todo tipo de personas, pero que navegar sólo se podía hacer entre caballeros.
A mucho adicto a la pancarta, la pan-careta y al grito histérico esta cita le puede parecer una mala elección por el simple hecho de que Churchill era conservador; yo, sin embargo, cuando alguien dice algo inteligente no tengo problema en aceptarlo, sea del partido o secta que sea.
Por ello, cuando nos embarcamos en un viaje poético y descubro que no estoy entre caballeros alzo el vuelo y regreso a tierra; que la naturaleza me ha dado muy buenas alas para no tener que depender de las velas de nadie.
Y es que tener que soportar gritos de apoyo a Hamás entre mis compañeros de buque no es de recibo, gracias. Hamás ha demostrado, mediante la expulsión a tiros de Al Fatah de Gaza, su "talante democrático", su disposición hacia el multipartidismo y su uso de la población civil palestina como escudo humano frente a los ataques de los "otros" fundamentalistas del otro lado del muro de la vergüenza; no obstante, parece que a muchos se les ha olvidado cómo Hamás intentaba minar las negociaciones de paz con Rabin (antes de que los "otros" fundamentalistas lo eliminaran) mediante bombas en los autobuses urbanos de Tel-Aviv y Jerusalem. Está muy clara la intención de alcanzar la paz de estos terroristas, que provocaron la última ofensiva mediante lanzamientos de cohetes de manera indiscriminada; como los israelíes, vamos.
Su fuerza reside en esta dinámica que ahora sucede: provocan mediante ataques (con vítimas), los israelíes reaccionan con la misma brutalidad (y más medios) que ellos, y la comunidad internacional condena a Israel. Que mueran 1000 o más les suda la polla a estos "héroes" que sacrifican a su gente y permiten que adolescentes se inmolen: son mártires, pero en la mayoría de los casos, en contra de su voluntad.
¿Es la libertad individual un valor dorado en su ideología teocrática? No hay el más mínimo indicio de respeto hacia este valor por su parte.
Hamás no respeta la vida de nadie, ni la de su propia gente, y no quiere la paz, como ha demostrado a lo largo de su trayectoria histórica, sino imposibilitarla. El poder engancha, y sobre todo el apego al asiento y a una cómoda forma de vida (aunque a veces caigan algunos de sus fanáticos dirigentes).
Israel se comporta como Hamás, lo que es peor en un estado supuestamente democrático que debería dar ejemplo, pero ello no me mueve a simpatizar en lo más mínimo con estos asesinos. Tengo memoria y sentido crítico. Eso molesta a los dogmáticos y los usuarios de "verdades dialécticas".
Se me ha sugerido que me vaya a Israel a ayudarles; yo veo más lógico que otros se vayan a inmolarse allí, dada su clara filiación. Resulta enternecedor que el más alto valor de un supuesto poeta sea tener a su disposición unas cuantas vírgenes para follar alguna vez, aunque sea en el otro mundo.
¿Alguien recuerda la actitud tradicional de Bélgica con respecto a ETA? Es fácil hablar de terrorismo cuando no te salpica la sangre.
Y luego están esos otros, esa especie de apologetas del terrorismo exótico...
Esos etarras del exotismo de lo árabe y lo oriental....
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domingo, 11 de enero de 2009

La fe (y el sobaco de las viejas)

Cuando una idea o creencia se perpetúa a lo largo de los siglos, es que no tiene capacidad para cambiar nada, se adapta como el agua al envoltorio que se le ofrece, y lo más inteligente es derramarla...

... be water, my friend...

Pero la sangre nunca debería derramarse como homenaje al sobaco de las viejas... La sangre es envoltorio...

El perro ladra y muerde, pero no es esa su mayor osadía; su mayor osadía es pretender que se acepten de buen grado sus ladridos, sus heridas, la rabia que corre por la espuma de su boca...

... por muy milenaria que sea su sarna...


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