jueves, 26 de febrero de 2009

Primavera



Parece que la primavera se adelanta o algo así. Este año me tiene bien cogido. Me siento frente al balcón a las tres de la tarde y el aire, resplandeciente de sol, parece un mundo que arde, pero no quema, y llama, y pide guerra. Cojo la bici y todo es hermoso porque el viento que me da en la cara es una caricia térmica y aromática, el sol calienta el cuerpo lo justo. El mundo parece amable y en él se puede hacer cualquier cosa. Las cosquillas de las curvas, la brisa, el sol; el sol calienta la piel de la gente, activa su mecanismo automático y todos somos flores, todos expulsamos feromonas como locos.

Ella y su perfume de primavera, metido en mi pituitaria, ella, diluida en mi sangre como una droga que me mantiene brillante, perfumado de sol, bajo el sol. Mammonio está desesperado y cree que yo no porque la tengo a ella. Él quiere ser. Yo quiero ser del todo. “I wanna be at all”. La primera vez que escuché “I wanna be adored” de los Stone Roses creí entender eso. Cuando descubrí la verdad, en fin, decepción.

Mammonio no entiende que no la tengo como él cree: se me escapa, inabarcable como un mar que se quisiera atrapar entre dos brazos. Y yo, por mucho que busque el encuentro, resbalo también entre sus dedos. La unión total es imposible. La belleza genera ansia, incomprensión, fascinación. Conceptos de agua o arena que las manos no pueden modelar. Amar es permitir buscar el uno en el otro lo que no se ha de encontrar nunca.

El sol, el aire, el viento, las flores. El jolgorio de la calle. Mi misantropía se confunde. Mi silencio irrita menos. Todo se ve más grande y nítido. Tengo el cuerpo impregnado de su olor de primavera. No se va. La primavera la ha tornado en una flor inmensa y yo sólo sueño con posarme en sus pétalos una y otra vez, como un insecto presto a derramarle el polen, derramado mil veces antes, y a la vez, nunca...

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Tam-Tam

Mi vacío traspasa lo que me rodea.

De otro modo,
mis órganos no podrían
seguir cayendo hacia ningún sitio.

Y vives en la misma
hondonada donde antes me perdía
en mi propio eco.

Ahora toda la sima está llena,
y el exterior,
hueco.

Por eso lo que tocas suena a recuerdo compartido.

La vida-tam-tam,
exprimida en la unión,
sirve para hacer ruido...

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martes, 24 de febrero de 2009

Péndulos

Los colgantes que penden de las orejas del tiempo.
Los avalorios, los pendientes:
dime cómo te haces viejo y te diré si son de oro.

El tiempo escucha en las esferas de los relojes el crujir de sus ruedas
sobre nuestra gravilla de tierra.

¿Te he dicho que muero por aspirar tu alma a través del olor de tu cuello?

Los pendientes del tiempo oscilan entre extremos.
¿Cuáles serán los tuyos?
¿Y lo míos?

Veo péndulos-escobas que oscilan mientras
el tiempo barre el polvo movido por su aliento;
oigo péndulos-fusiles que oscilan entre el disparo y el suicidio
de los silencios.

Siento péndulos que huyen del centro y alternan dos caras igualmente falsas.

Sin el tiempo quedaríamos eternamente quietos.
¿Conoceríamos el equilibrio?
Cuestión de instante, brillo,
como gestos crepusculares de alegría.

Pero,
qué sincronía cuando el tiempo pasa sobre nosotros
como una sola estela...

Balancéate como marea, compañera,
que mi péndulo de luna
hará que rompan las olas
acompasadas al borboteo de la espuma...

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lunes, 23 de febrero de 2009

La gran Panerada


Leopoldo la lió de nuevo. Completamente cargado de calmantes, era casi incapaz de articular sus palabras con claridad. “El loco delira, pero no miente”, balbucía continuamente ante el rechazo de la audiencia. Pocos de allí sabían con quién trataban. Los perfopoetas que lo introdujeron, esos, quienes no dudaron en aprovechar la oportunidad para editar con el poeta más representativo del grupo de los “novísimos”; esos, que pagaron a aquel (que estará siempre en la historia de la literatura española) tan sólo 200 euros por su aparición pública- esos no sabían nada de Leopoldo María Panero, salvo su posible utilidad como combustible para la vanidad ilimitada de algunos ignorantes.

Y lo hicieron con una falta de pudor que rozaba el exhibicionismo. Algunos ni siquiera se sabían el título del libro, recién publicado y cuya presentación justificaba el acto, de memoria; otros afirmaban con total tranquilidad haber descubierto a tamaño poeta a raíz de su presencia esta semana pasada en el Festival Internacional de Perfopoesía. Sobre todo ignoraban con qué personaje se las estaban midiendo, y él se encargó de dejarlo claro, como siempre.

Y es que, con mucha frecuencia, la falta de luces va acompañada de la osadía más impertinente. Tras presentarlo mediante una lectura perfectamente currada y sincronizada de sus poemas, lo dejaron a su suerte solo, sobre un escenario con público y un micro por delante. No está mal, para tratarse de un anciano esquizofrénico, su solidaridad y sensibilidad hacia su enfermedad. Para él, el verdadero autor, el mayor poeta, no consideraron prepararle nada ni hacerle compañía arriba, aunque sólo fuera para guiarlo en medio de su divagar visionario y alucinatorio. Ellos ya habían acabado su recital, les habían aplaudido, habían publicado con él, y, por lo tanto, ya le podían dar por culo como el que tira una cáscara de plátano tras alimentarse. Ninguno de los que lo introdujeron lo conocía de antemano. Ninguno; pero por estética respetuoso-falsofelatoria, lo presentaron con grandilocuencia. Ya digo que no lo conocen. Se lo pusieron a huevo.

En fin, sólo recitó cuando lo obligaron a hacerlo y de mala manera. La gente se permitió el lujo de ordenarle leer. Él, sin embargo, les habló de que la CIA controlaba todos los medios de comunicación y gritó varias veces “viva ETA”. La gente se levantaba y se iba. Leopoldo se excusó para salir a mear y ya no le dejaron seguir: tenían su alimento, pero no querían el escarnio. Qué tremenda osadía.

Ahí quedó. El valor de la lectura fue metapoético. Al la salida oí a alguien llamar la atención a los organizadores por dejarlo así, solo, frente al público, y ese alguien se excusó en que durante la tarde lo habían ensayado y les salió bien. Ya digo que no lo conocen en absoluto. El bueno de Leopoldo tiene tras de sí décadas de tomar el pelo a lameculos de la misma especie. Si se hubieran molestado en averiguar algo más de él... pero no. Les engañó según su costumbre. Y es que no tenían el nivel para afrontar semejante compromiso con uno de los más grandes poetas de este país.

Y, al fin y al cabo, ¿esos tíos quién coño son?

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viernes, 20 de febrero de 2009

Dientes entre la lana

Un bozal de lana,
sobre la cara,
un bozal.

Una diana en la arena,
una araña en el portal
-se rasgan ansias entretejidas
por el aire de la escena...

La diana siempre aguarda a que quieras ser un arco…

Muerde, ensaña tus actos
como si fueran de sal
con el dolor de las heridas;
la mosquitera de seda
y su guardián y la colmena
esperan a que seas algo
bajo la luz de la vida
-es bueno tener sombra.

Pero desconfía:

Es en la luz donde se aplaude
al susurro incipiente del final…




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jueves, 19 de febrero de 2009

Boya

A veces me sube la marea;
y entonces ya no estoy,
como no está el que se viaja
entre sus vértigos.

Y a pesar de tener mis ojos entre tus paredes,
a tu alcance de estepa,
tan lleno de listas de nombres y sucesos,
¿qué cabida tienen los remolinos invisibles
en que me hago océano en un silencio opaco
a toda voz presente?

Te digo: “estar” es cuestión de actitud,
“no estar”, de poder.

Cuando me sube la marea ya no veo
lo que libre llega por el aire,
ya no oigo ondas sólo porque me traspasen:
mando sobre los sentidos y les dicto un mundo.

Cuando me sube la marea la espuma sube a borbotones,
como fuente de mi corazón licuado,
y las olas pasan sobre mí
como las sábanas de agua de mi alma.

Cuando me sube la marea me arropo,
como una boya,
en el capricho de la inmensidad,
y ni oigo, ni veo, ni siento
salvo la profundidad del cielo y del fondo...

Esa, a la que llamas “silencio”...

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miércoles, 18 de febrero de 2009

Cinismo







Lo que resulta tan aberrantre de los cínicos es que han aprendido a rebatir la verdad.

Pero, claro, lo que constituye su gloria alimenta también su maldición: a pesar de alcanzar la cumbre, son incapaces de abstraerse de sus propias mentiras...

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martes, 17 de febrero de 2009

Lecturas



La bici vuela. Al final va a ser verdad que inflarle las ruedas y engrasarle la cadena resulta útil. El problema de ir en bici es que mientras vas en ella no tienes muy claro hacia dónde ir, pues ir a algún sitio acaba resultando absurdo; y permanecer no yendo hacia ninguna parte tampoco se presta a una entrega ilusionada por mi parte. Sin embargo, correr, volar a toda velocidad, sí que le da sentido al ejercicio durante un rato.

Lo bueno de empezar a hacer deporte es el tremendo alivio que supone dejar de hacerlo; algunos identifican esta sensación de bienestar con sus saludables beneficios, pero yo no soy tan imbécil. Si te escarificaran con clavos ardientes y, cuando la sesión acabara, te sintieras mejor que durante ella (debido al cese de dolor añadido), ¿querría ello decir que abrirse heridas con hierro incandescente es bueno y saludable? ¿lo recomendarían los médicos?

En fin, a lo que voy. Volando te llevas al menos la experiencia sensorial del vértigo, lo que, a falta de mayores ofertas, está bien. Luego te paras, te sientes mejor, claro, y lo culminas con un Porr-heit junto al río. Un instante de paz antes de que el absurdo de permanecer en nada te haga moverte de nuevo para no ir a ninguna parte y bueno...

Al menos el sábado que viene recita D. Leopoldo María Panero en la Alameda. A veces ocurren cosas. Iré a escucharle, a pesar de que hay público. ¿Me lo perdonaría él? Suele tratar a su audiencia como si le provocara alergia. El problema del público es esa mascarización imperativa de la asistencia.

Están “los comprometidos”, con ese gesto de permanente preocupación y alerta que les impide disfrutar de nada (no deja de ser una nueva degeneración que añadir al estoicismo cristiano) pero sin ir acompañado de una acción esencialmente contraria al status quo que repudian y que, supuestamente, les hace sufrir (¿os he dicho que el problema del mundo moderno es que la inteligencia se asocia inconscientemente a la imagen de un monje flagelándose en su celda en la soledad de la noche? de ahí la actual profusión de imbéciles).

Luego “los culturetas de oficio”, que siempre acuden a todos los actos que se celebran con la última adquisición de la Casa del Libro bajo el brazo, pero con una extraña resignación: apoyan el acto en tanto que infrecuente, pero se lamentan de la falta de originalidad y calidad de lo que se les ofrece (sufren insularidad cognitivo-urbana).

Luego llegan “los poetas” (esos son los peores: si los ves cuchichear y reírse, ten por seguro que están poniendo a parir al conferenciante; como escuché a un poeta en la Sala Imperdible, “una división acorazada es menos dañina que cuatro poetas tomando café”).

Los “hipersensibles místico-vegetarianos”, con cierto deje de túnica y cortina y una predisposición programada a la fascinación misteriosa por los abismos eternos que las procelosas simas que un tenedor o una cucaracha ocultan (por ejemplo, observen a esa u otra chica, posiblemente erasmus, enferma solitaria, de jerseys de lana anchos, pelo suelto muy largo y cuidado, que miran siempre al suelo y usan perfumes dulzones y ligeramente tóxicos, con muchos frutos secos y manzanas en el bolso-mochila, que está, pero no está ahí, y aún así algo oye que la hace estremecerse- generalmente flipan con su distorsión alucinatoria).

Los “eternos suicidas”, o sea, aquellos que tarde o temprano intervendrán en el acto en la sección “ruegos y preguntas” y lo harán con un cierto deje de dolor clínicamente tratado, una falta de esperanza total, y una negatividad que roza la ciénaga subterránea de un profundo pozo (lo curioso es que, diez años después, descubres en otro acto que no se han suicidado y permanecen en el mismo punto, como Coldplay- o sea, o es mentira o es mentira: tanta exhibición de dolor tiene que rematarse, nunca mejor dicho, como es debido; si no, es sospechosa).

Y, finalmente, “los suspicaces”, quienes sospechado de tanto estudiante y ambiente semi-académico van ansiosos de encontrar el más mínimo indicio de que todo es mentira y que detrás de tanta palabra no se oculta el más mínimo saber.

Allí estaré, a pesar de todo.

¿A qué grupo perteneceré yo?

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lunes, 16 de febrero de 2009

Tallo de trébol

Mi trapecista, de vapor de fruta,
en simetría con tus miembros arbolados;

y en la piel blanca de bruma,
sueño promesas de texturas
empapadas como esponjas.

¿Qué sientes cuando finges siluetas
de trébol con los brazos y las piernas,
sujeta fuerte a mí por el tallo?

La savia dulce que fluye y se hace río
tras la búsqueda del néctar...

Como una abeja te busco,
flor fingida que se mece
en los sueños donde vuelo,
y te devuelvo miel.

Y muy cerca,
casi en uno,
nos sorprenden las ráfagas secretas
de los valles escondidos tras los bosques.

Las ramas cantan viento,
la hierba baila viento,
el soplo corre entre los cuerpos,
y te aferras, trébol,
como si te faltara el aire...

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domingo, 15 de febrero de 2009

Carta de amor no premiada en el VIII Concurso Concurso Antonio Villalba de cartas de amor

Querida Pilar,
Me resulta muy difícil dirigirme a ti en estas circunstancias; no obstante, comprendo a la perfección tu enfado. Creo que por escrito podré, al menos, explicar mi punto de vista sin que nos volvamos a tirar los trastos. El apartamento se hace demasiado grande para mí solo, ¿sabes?, he abierto los ojos y, por un momento, pareció que todo lo sucedido ayer no fuera más que un mal sueño, pero al ver tu lado vacío me di cuenta de que no era así. Necesito que arreglemos las cosas, así no puedo seguir adelante. Nunca me habías gritado de esa manera, ni en nuestras peores discusiones, y nunca había oído de tus labios semejantes palabras dirigidas a mí. ¿Cómo explicarte que fue un accidente? ¿Cómo podré volver a mirar a tu padre a la cara después de haberle pegado un tiro con su escopeta favorita?

Lo sucedido no ha sido consecuencia de otra cosa que mis buenas intenciones, aunque oírlo te resulte extraño, pero es así. Tan sólo quería acercarme más a tu padre, como persona, para ganarme el favor de tu familia, pues desde el Incidente de tu Madre mi posición había quedado en entredicho. Mi error fue no confesarle mi total inexperiencia en la caza de patos, y ha quedado comprobado que acercarse a él con un arma no es una buena estrategia, tratándose de mí. Creía que al unirse dos hombres mediante una actividad tan ligada genéticamente a la virilidad se derribarían los muros que existieran entre ellos por una suerte de solidaridad milenaria. Pero lo cierto es que con un hombre hecho y derecho comparto el mismo número de genes que una ameba. ¿Qué puedo decirte que no te dijera ya ayer, a pesar de tus gritos? Buscaba patos y creí encontrar uno, pero era tu padre soplando por el reclamo; comprendo que resultara irritante que eso sucediera, sobre todo después de habérmelo recordado él mismo mil veces mientras nos preparábamos (“no me confundas con un pato o te arranco los cojones”) y que, en ese contexto, mi buena puntería (para tratarse del primer disparo de mi vida) no fuera un atenuante para mí (aunque intenté que lo fuera); pero estaba decidido a ganarme su favor y, de paso, impresionarte a ti con una buena pieza. Miles de años de seducciones de mujeres mediante trofeos de caza hicieron mella en mi herencia atávica y me emocioné más de lo que debía.

Lo siento mucho. Por suerte, sus nalgas podrán reconstruirse casi por completo, como me pudieron informar los médicos mientras me trataban la nariz rota por tu puñetazo de agradecimiento. Mi nariz también quedará bien, gracias. Aún así, las contusiones que le provoqué en la cabeza no son graves, pero precisó de varios puntos de sutura: no comprendo cómo tu padre se tragó el reclamo de patos tras recibir el disparo, pero al quedársele atravesado en la garganta no paraba de graznar y yo, henchido y sorprendido por un repentino sentimiento salvaje y sanguinario, cegado por mi inesperada ferocidad cazadora (y por los matorrales que cubrían a tu padre en medio de aquel lago), le propiné varios culatazos al grito de “¡Muere, asqueroso palmípedo, muere!” (lo que es peor, pues ya sabemos lo sensible que es al tema del tamaño de sus pies y los problemas que le han dado sus ataques de furia cuando lo llaman “Big Foot” en el pueblo). Al final, me detuvo la silvestre habilidad para las patadas y puñetazos que sus compañeros, que acudieron enseguida, me mostraron en abundancia y generosidad. Sólo entonces descubrí el fatal error.

Resulta curioso que mi relación con tus padres haya ido, literal y figuradamente, de culo; no sólo por el accidente del disparo, sino por el otro “incidente”, cuando en las pasadas navidades tu madre estaba en la cocina y confundí su culo con el tuyo… bueno… en fin; está claro de quién lo has heredado y yo soy muy despistado y... ya sabes lo que me gusta sorprenderte por detrás mientras haces el café o trasteas por la cocina y pegármelo fuerte mientras te agarro las tetas y te digo toda suerte de guarradas al oído, pero está claro que tu madre no tiene el mismo sentido del humor. Y el que ese día yo hubiera estado especialmente inspirado (“quiero alisarte todas las arrugas...”, citando a Henry Miller) no hizo otra cosa que empeorar las cosas. Tu madre, por cierto, tiene la misma destreza que tú en cuanto a los rodillazos en los huevos: lo hace sin mirar, con los ojos concentrados en helar la sangre de su víctima con un frío odio intenso e interminable, y una puntería certera.

Apenas pude explicarte nada de lo sucedido, pues las ambulancias llegaron pronto y nos recogieron a los dos. Recuerdo a tu madre, que me miraba fijamente con ganas de dispararme ella, sí (pero en serio), y tus gritos y descalificaciones posteriores al inapelable derechazo. En cuanto me hubieron observado y curado los moratones, enderezado y vendado el hueso de la nariz y me fueron dados algunos puntos de sutura (los rurales amigos de tu padre se toman en serio sus iniciativas de grupo) estuve otra vez como nuevo. Pude por suerte evitar a tu madre en el camino hacia la salida, además. Tomé el primer autobús y regresé a casa, y pasé la noche escuchando tus alaridos, entre sueños y pesadillas. Y a la mañana, la constatación de tu ausencia, ¿dónde estás?

Vuelve, por favor, esta es tu casa y tu vida. Al fin y al cabo, ¿has visto alguna vez que el amor sea el único motor de tan extraordinaria cadena de accidentes? Entiendo que suene muy raro decir que haber metido mano a tu madre y haber disparado a tu padre sean pruebas del amor más sincero, pero lo cierto es que esa es la verdad. De todas formas, estas extravagancias no deberían sorprenderte demasiado, dado que nos conocimos vomitando por la borda de un ferri. Descubrimos en el primer instante la primera de una larga lista de cualidades comunes que nos unirían de la forma en que lo han hecho hasta ahora.

Sin embargo, reina el silencio en esta casa que te llama.

No existen problemas entre nosotros que no se puedan arreglar con una explicación y un poco de esa comprensión mutua que siempre nos hemos regalado con el derroche natural de las miradas.
Y ten cuidado con tu derecha, chiquitina, que me has vuelto a sorprender con otra faceta tuya, de esas “espectaculares”.

Siempre tuyo,
Uli

martes, 10 de febrero de 2009

Lo que dice una gota

En la curva de una gota de lluvia
queda trazado un ojo.

La corriente,
donde se curvan en una las miradas,
fluye al horizonte del mar...

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lunes, 9 de febrero de 2009

Concierto de The U-Bets el próximo 3 de abril

The U-Bets damos nuestro primer concierto junto a Lead Road, el próximo día 3 de abril, en la Sala Calle 32.

No falteis!!

Mares y aguas

A raíz de la anterior entrada me he puesto a pensar en los mares que he visto, porque hay uno que se escapa a esa regla de frustración que mencionaba: vi el Mar Báltico helado en enero de 1993. Totalmente congelado, paralizado como en una instantánea de frío. Ese mar se transcendía a sí mismo y, sí, dejaba que volase en la infinitud del momento ante la monumental presencia del infierno blanco que se extendía ante mí, desde el embarcadero del Palacio de Verano de San Petersburgo, hasta el polo norte y, con él, el norte de todos los continentes. Es otra cosa, el mar congelado. ¿Cómo será un mar en ebullición? ¿Provocará algo parecido? No sé, pero el hielo difumina el horizonte y parece ahora todo mar, ahora todo cielo. Todo blancura de nieve y página en blanco. Me gustó aterirme hasta los huesos ante semejante visión. Recuerdo que llevaba en el Walkman el casete de AC/DC “Dirty deed’s done dirt cheap” del 76. Escuchaba Ride on entre el frío, los canales, las iglesias, los palacios y alguna aventura de hotel con pistola incluida. Hice fotos de ese mar, pero no me apetece colgarlas (buscarlas, escanearlas, brurghhh...).

El Mar de Azov es la contraposición, un mar de andar por casa, una sopa, poco salada y algo estancada. El Lago Michigan es eso, un lago, aunque con más olas que el Mar de Azov. El Lago de Managua se supone que lo he visto, pero sólo como criatura. También he estado en las Cataratas del Niagara, pero sólo recuerdo el color naranja de la luz a través de la lona de la tienda de campaña. Al parecer, flipé tanto que me puse perdido de agua y mi madre tuvo que mantenerme en pelotas el resto del viaje. Las debo haber visto, y sin embargo sólo recuerdo la tienda.

Bueno, Hermann Melville escribió al comienzo de Moby Dick una parrafada genial sobre el mar y sus virtudes, atractivos y características positivas- desde entonces me refiero a ese libro como “Mobile Dick” no por que me disguste, sino porque ya no puedo evitarlo. El mar no deja de ser tierra de bajura inundada. Que nos sorprenda y nos ponga melancólicos es un signo de debilidad sensorial (mierda); pero sólo comprendemos los conceptos a través de dicha experiencia. A joderse.


Siluetas

Bajo el mar, la roca y la sal,
- el fondo un deshielo de desierto;

al salitre de las olas en rocío,
-y bajo el mar, las piedras-
los botes se hacen dedos y recorren,
como amantes,
los cabellos de los vientos
- una hoja de hiedra se talla sola mientras tanto,
soplada en arena y sal, en lo alto de la playa.

Mares y aguas,
horizontes derretidos por los ojos
que vuelan hacia ellos como flechas,
dejando para el frío la anónima sombra
de sus propias siluetas:

la blanca cola nupcial del invierno
tejida entre ambos hemisferios,
donde zozobran todos los sueños
como copos copulados sobre el hielo...

... ella, abraza mi hoja de hiedra
como una quincalla extraviada,
encontrada entre el hielo, el sol y la arena.
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viernes, 6 de febrero de 2009

Time-breathe-breeze



Fin de semana. Mi novia se va a pasarlo con sus padres, en su pueblo. No los ve desde navidades. Me quedo solo.

Hace años me hubiera encantado esta perspectiva porque hubiera podido planearlo todo de manera muy autodestructiva y fiestera; ahora no me hace ninguna ilusión. No me apetece ver a casi nadie, vuelve a no gustarme la gente; llego a los sitios y a los cinco minutos me quiero largar agobiado. Es así de cierto. No puedo soportarlo. Antes me curaba el dolor a base de alcohol y por momentos parecía pasarlo bien, pero luego, irremediablemente, daba el show de acción-sarcasmo-provocación y se liaba la cosa. De un modo u otro todo convergía en una afirmación verbal o activa que podría resumirse en “esto es una mierda, la vida es una mierda, vuestra vida y vuestras esperanzas son una mierda- vuestra desesperanza también-, el amor es una mierda, nacer ha sido una broma demasiado pesada y llevo dentro una gema que necesito encontrar enseguida para cambiarla por almas para realizar un sacrificio absurdo y cruel”.

Si esto se debiera a un sentimiento intenso de desprecio o de auto-sublimación tendría más sentido, pero no es así: estoy ligeramente averiado, y mi avería es el dolor social. Es como si estuviera muy cansado ya, como si hubiera visto todas las películas, todas las historias, y nada me interesara, nada. Nada salvo cuatro cosas que no sirven salvo para sí mismas. Fingir.

Empecé a fingir los once años, tras estar a punto de diñarla por enfermedad. Se supone que tras algo así uno debe hacer algo significativo; es decir, si uno es tan memo como para convertir su propia vida en una puta película, y yo lo fui. Si hubiera muerto no me habría dolido nada, de eso estoy seguro. Ningún tripi ni ninguna seta de los que me he comido mucho más tarde hicieron los estragos que la cercanía de la muerte le regaló a mi cerebro. Nada de sufrir, sino flotar, mientras los sentidos dejan de canalizarse por el cuerpo y todo el alma es un receptor, una antena, una mente de la cabeza a los pies, conforme se desintegran tus miembros; comprendes lo que sucede a tu alrededor con una lucidez total (es decir, intuyes, ubicas, más allá de las cuatro dimensiones, las aberturas a otros universos que se te presentan a voluntad; vives en la quinta dimensión con la naturalidad con que correteas por un prado plano y sencillo, y descubres que ahí tiene su reino, su régimen totalitario, tu sentido del capricho).

Poco después, cuando empecé a recuperarme de aquello, me visitaron mis profes del cole, entre ellos el director. Empezó a hablarme de viajes astrales. Ahí empecé a fingir, más o menos. Entendía su consideración al venir a verme e interesarse por mi episodio, y me parecía una bonita historia todo aquello que me contaba, pero un viaje astral, tal como yo lo viví, no es ir volando a Nueva York dejando el cuerpo atrás. No es eso; es vivir, percibir y comprender en tus propios sentidos sin nombre una integral del espacio tiempo. El paso siguiente a la conciencia del reloj. Aquel buen hombre me conmovió con toda esa historia, sobre todo por el tono- creo que fue la primera vez que me sentí tomado en serio- pero sentí lástima por él. No podía explicarle lo que había pasado porque carecía de argumentos sensibles. Tendría que haberle provocado una neumonía de cojones como la mía y que hubiera sobrevivido a 41º de fiebre para que supiera de lo que hablo. La lengua no tiene esos conceptos. No hay referente sensible a esas realidades. No hay símil ni metáfora que valga para eso. La quinta dimensión es al tiempo lo que el empujón de un acelerón en la espalda es a la velocidad. Pero eso es como no decir nada.

Fingir es agotador porque aumenta las horas de tormento e incluso te acaban metiendo en compromisos inesperados. Y no he visto tanto, al menos en esta vida, para estar tan cansado y con esa sensación de estar de vuelta de todo. Esa experiencia sólo me sirvió como preparación.

Ni siquiera veo el mar cuando lo miro, sino una distorsión. Soporto el atlántico, pero el mediterráneo me incita a pensar en un mar estancado y prisionero de la tierra, demasiado navegado, con demasiada historia, con demasiada mierda y poca corriente que la limpie. Así, ¿con qué moral me puedo ir a Almería, por ejemplo? Voy cuando, en realidad, ya estoy jodido sin remedio. Y el atlántico tiene ese sabor a azul oscuro que da frío; el Caribe es poco más que una sopa tibia con peces empalagosos y algunos tiburones. Me he bañado en el pacífico, pero no lo recuerdo (tan sólo era un bebé). El pacífico y el índico, ¿esperanza para recuperar la fascinación por el mar? No, no soy tan imbécil. Seguro que encontraría algo en ellos que me hiciera, irremediablemente, perder la sensación de infinitud en sus horizontes.

Bueno. Me quedo solo. Pasarán las horas sin ningún sentido. Cuidaré a la perra e iré a ensayar. Sólo quiero salir para dar conciertos y huir inmediatamente después.

Todo parece tan absurdo como respirar, y sin embargo, ahí estamos...

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martes, 3 de febrero de 2009

Miradas



Ojos. Dicen que son la única extensión visible del cerebro. Desde luego, estamos hechos para leer en ellos algo más que un tamaño o color; la naturaleza nos ha dotado con un don intuitivo a la hora de adivinar la psique, el alma del que mira y es mirado a contrafuego. Existen personas que nunca miran a los ojos y viven en un mundo lleno de especulación, duda e inseguridad. Saber leer los ojos y, sobre todo, tener el valor de hacerlo confiere a aquel que lo practica una plenitud perceptiva en lo que a lo social se refiere. El de la mirada huidiza y tímida, o es un buzo experto en sí mismo e inexperto en las profundidades de las superficies, o es un fingidor que juega sucio; y de entre esos fingidores, los hay que simulan inexperiencia social con hipersensibilidad añadida, o sea, fingen ser el primer caso, y esos mentirosos en segundo grado son, sin duda, los más peligrosos. Pululan entre el artisteo con bastante éxito.

Ojos: puertas, ventanas, gemas, bolas de cristal, llamas, fuego, estrellas. De todo se ha dicho ya sobre ellos, pero hay que decir más. En los talleres de creación literaria suelen aconsejar no tocar temas tan trillados como el amor (y, dentro de él, los ojos) hasta que el poeta en ciernes haya madurado; en su lugar, recomiendan una poesía doméstica, facultativa y de ultramarinos. En mi opinión, todos nacemos con una gran pila de poesía espantosa a cuestas: sólo el que, emancipado del pudor, se libre de esa carga dando a luz a todos esos poemas malos que lleva consigo vivirá para ver salir de su corazón los buenos, que siempre esperan a salir los últimos. Aquellos que aconsejan dejar los temas más recurrentes y universales para el final son, generalmente, los que han soltado toda la mierda al principio, mierda que ahora les avergüenza (por ello aconsejan, con toda su buena voluntad, saltarse ese engorroso episodio). Pobre de aquel que les obedezca, pues a la edad de cuarenta tendrá que cagar malos poemas de amor durante bastantes años hasta que lleguen los buenos en su estricto turno. No se puede engañar a la vida, es de memos. Yo animo a todo el mundo a chapotear en el charco de la poesía amorosa mala y desgastada. Esa fue la pulsión que hizo nacer a la lira. Y los ojos, ¡cantemos a los ojos, mostremos una vulgar serie de símiles manidos! Pues esta inocencia nos hermana con el escalofrío original del primer poeta de todos, y ese es el único camino posible hacia el final mantenimiento de la llama.

Ojos. El misterio de su magia, ese elemento sin nombre que rebosa al corazón y todo lo sumerge en el océano de su identidad. Nadie supera la sustancia de sus propias miradas. En ello está todo. Nada de malabares de palabras: ojos; nada de pieles sedosas y curvas proporcionadas: ojos; nada de bocas de fruta y cuellos sensuales: ojos. Las palabras mienten, los cuerpos fingen y la sensualidad de un cuerpo precisa de la aprobación final del mirar de sus dueños (si no, surge esa extraña sensación de vergüenza ajena cuando alguien se insinúa sin ir al compás de sus propias pupilas- signo de estupidez). Ojos, ojos, ojos...

No han de ser ni verdes, ni azules ni grandes, tan sólo han de rebosar a la persona de quien brillan. No es un posar, sino un mirar.

Horizonte difuso

Miras luz líquida donde sólo hay sombra
-viertes el mundo y miras lo que haces.

En los ojos paz de cuna mecida en su espesura;
pero en los ojos,
un fogonazo de sol- y una intensidad de luna.

Noches abiertas de agosto y cortinas,
noches de lunas, brisas y alientos.

Caben todas en tu mirada-valle.

Y la tierra en fragancia de lluvia,
tierna tierra,
en tu mirada que penetra penetrada,
tierna tierra,
donde el horizonte difuso
ya no sé si es tuyo,
o es de ellos.

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lunes, 2 de febrero de 2009

Paredón de actualidad



The U-Bets tenemos bajista, por fin. No hemos tardado tanto como yo me temía. Todo está ya servido y en la mesa, nada falta, nada sobra, ya no vale ninguna excusa para no despegar. El juego de voces nuevo suena genial, las canciones están claras y en cuanto el bajista se adapte empezaremos a liarla. Es probable que nos estrenemos en Granada, aunque no se descarta hacerlo en Sevilla, dependiendo de cómo esté la cosa en las salas más competentes. Iniciamos gestiones.

Un fin de semana dedicado al amor de sofá. Ha sido magnífico: mi niña y yo hemos visto Dexter, Doctor en Alaska, IT Crowd, la serie documental “El mundo en Guerra” y nos hemos metido entre pecho y espalda una buena cantidad de viandas bien servidas. La perrita se ha recuperado de su gastroenteritis y vuelve a intentar masticarnos a los dos con todo su cariño. Los deportistas millonarios españoles ganan cosas y son más millonarios que el viernes. Pelota va y pelota viene, y la caja registradora hace cuentas. Cómo me la suda eso. Los partidos políticos se espían a sí mismos y luego se acusan de mentir. Crisis. Los bancos lloran entre sábanas de seda y se quedan los donativos del Estado.

Hay que conocer las limitaciones de cada uno: yo nunca podría (ni debería) gobernar, habría mandado a hacer trabajos forzados a la Reina por publicar semejante panfleto insultante para la democracia española (ahora se comprende por qué en Grecia no quieren a esa familia ni en pintura), mandaría a Dª Espe a ser operada de una anoplastia (con un concepto opusdeista de la aplicación de la anestesia), habría fusilado a todo el deporte español (jugadores, árbitros, hinchada y la cossa-ejecutivos-nostra al completo), a la banca, a las inmobiliarias y especuladores, a todas las cadenas de televisión y allegados, y, como no, a la Academia del Cine Español que, a falta de mayor reconocimiento, se autopremia año tras año.

¿Qué culpa tuvo Goya de que apareciera esta mierda de grupo de actores y directores, siempre los mismos, trincando subvenciones mientras se declaran antisistema, haciendo siempre de sí mismos, dado que se consideran más interesantes que los personajes que un guionista construye con todo su esfuerzo? Pues los americanos hacen lo mismo, sí, pero producen miles de películas al año y la selección de cintas premiadas tiene más garantías de calidad que aquí, donde con cuatro o cinco películas medio decentes al año ya saben, antes de empezar a rodar, a cuántos premios optaran en función de los actores-funcionarios o directores-funcionarios implicados en la misma. Me cago en el cine español. Juo, juo, juo, vaya mascarada impresentable...

Aislado por completo, miro en mi propio ombligo las resonancias del mundo, y mi patetismo sincero me otorga una lucidez atroz. Lucidez inútil: nada vale si no va acompañado del poder de la seducción y, obviamente, mi golosa tendencia al insulto hace que mis ideas no lleguen a casi nadie. Pero, a la vez que comprendo la hostilidad que provoco, ello me hace feliz. Nada queda en el tintero y al final del día no tengo que lamentar ningún ejercicio de autocensura. Y del eco, del escándalo y de la ofensa queda siempre un resto de duda incluso en el más orgulloso y obstinado de los burros afectados, y ese resto es como una mancha de tinta indeleble.

Me estoy convirtiendo en un ermitaño, eso está claro. Cada día que pasa considero con más interés dedicarme al trabajo de vigilante anti-incendios. Solo, en lo alto de una montaña, con mis prismáticos, mis libros, mi guitarra, mis canutos. Y denunciar, como cosa atroz, el más mínimo indicio de humanidad a mi alrededor por la radio. A mandar aviones para que apaguen su presencia de inmediato. Ah, me despedirían enseguida. Mandaría aviones anti-incendios a los campings más poblados. No podría evitarlo.

Es la negación obstinada de todo. El único momento en que no niego es cuando escribo poesía, cuando toco, cuando pinto. Un ratón agazapado que ruge las contadas veces que sale de la madriguera y observa el horizonte. La negación. “Niego, reniego, niego para afirmar”; o “ser no de tanto sí”. Ya he escrito bastante sobre ese tormento para los estudiantes de lógica.

Lo importante es ser un color: presente incluso en la ausencia, reconocible enseguida, fácilmente abstraible del objeto que lo porta, tanto que incluso llega a ser la esencia de su identidad. Un color existe aunque no lo tengas delante, como una idea platónica. Ser un color, respirar, integrarse en el paisaje del corazón, donde se manifiesta el mundo de análoga manera.


Escala cromática

Soy un color,
el de la distancia,
que el aire trae con su olor a horizonte;

el del tiempo,
que la lluvia toca con su tic tac
de melancolía de cristal;

el del instante,
que tu piel transpira,
respirada y expirada,
como aguas que se mezclan
en una sola sangre.

Soy un color de tránsito,
una resta,
una tangente invisible
-sí, la del intervalo entre una nota
picada de vértigo,
y un escalofrío de muerte frente al mar.

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