lunes, 23 de diciembre de 2013

La última comida



Habíamos tocado bastante tarde y acabamos el concierto a las cinco de la mañana. Al final, llegué a casa sobre las siete, muerto de frío. Ella dormía en aquella habitación cuyo aire de sueño invernal contrastaba con el helado sabor a muerte del amanecer. Me acosté con ella, nada deseaba más, pero ella se levantó enseguida: ya no soportaba mi presencia, huía; y ese día, sin ella, yo no podía dormir, así que me levanté. La perseguí por la casa y al final la atrapé sentada en el sofá: me tumbé usando su vientre de almohada y me dormí aferrándome a su cintura para que no pudiera escabullirse. Incluso durmiendo percibía que no estaba cómoda, que todo esto le molestaba, y al final se escapó para hacer la comida, y me despertó cuando estuvo lista. Luego se fue.

Sabiéndolo y sin saberlo, no hubo ya más momentos compartidos. A veces la conciencia hace caso omiso a lo que la intuición le espeta a grandes gritos. Todo no había sido más que una convergencia de hechos dirigida hacia este punto. Patatas fritas y filetes empanados por su conciencia, y buen viaje, marinero. Esa fue la auténtica despedida y su mensaje: este viaje no se debió iniciar nunca...


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martes, 3 de diciembre de 2013

Fuego a tres bandas





A veces sucede que las cosas se confabulan para no dejarte seguir tu placentera rutina. Todo se asocia en una especie de hermandad cósmica empeñada en salvarte de ti mismo. El caso es que estaba dispuesto a disfrutar de mi pequeña burbuja, metido en mi cuarto, con todo lo necesario: mi lámpara de luz tenue, mi guitarra, mis artilugios de dibujo, mi portátil con conexión a internet para lanzar proclamas cuando surgieran, mis altavoces para escuchar música, la cama bien cerca, mullida, con muchas mantas, mis enlaces de 12 horas de sonido de lluvia para dormir. La ventana cerrada, las persianas bajadas, la puerta cerrada, tabaco de liar de sobra, papel, filtros, cenicero, mis galletas de chocolate robadas a mi hermana, mi último café- o penúltimo. Quizás era eso lo peor, tener que salir a la cocina a prepararme el siguiente. Y no tener un buen sillón. Nadie es perfecto.

Y como nadie es perfecto, el teléfono sonó: era María del Mar, mi mejor amiga. Estaba borracha, algo sentimental, con esa mezcla de dolor y alegría a partes iguales. Estaba, a su vez, con su mejor amiga, Lorena. ¿Qué tienen las mejores amigas de tus mejores amigas o de tus novias? Suelen ser platos muy apetecibles, terriblemente morbosos, con un atractivo que va más allá del físico. Supongo que es una mezcla de pulsiones: lo prohibido, lo que nunca se tendrá por la lealtad que las une, y que conscientemente no deseas quebrar. Y aunque María del Mar era sólo una amiga, lo era a regañadientes. No sólo me profesaba una devoción quizás algo más intensa de lo debido, sino que varios intentos de “violación” corroboraban esa sospecha. Por lo tanto, era poco probable que su mejor amiga, confidente, etc. se prestara a mis solicitudes, así que ni me lo planteé. Y ello a pesar de estar al tanto de que en ese aspecto la lealtad de algunas mujeres no es como la nuestra: pueden hacerlo y con menos remordimientos que nosotros. Pero no me gusta contar con ese tipo de debilidades.

Lorena, en fin, me volvía loco. Tenía ese desaliño que tanto me gusta y ese físico que puede llegar a ponerme bastante nervioso. De pocas palabras y con esa tibieza en la mirada de las personas algo introvertidas que es indicio de una capacidad de fuego bajo las sábanas. Me gustaba mirarla a hurtadillas y adivinar sus formas bajo sus faldas largas o en su figura al trasluz cuando sus ropas anchas eran atravesadas por la luz del sol. Y había un algo, cada vez que me miraba. Ella lo sabía, yo lo sabía, y ambos coincidíamos en la justa resignación necesaria por las circunstancias, pero se trataba de ese tipo de intuiciones demasiado tenues como para permitirse hablar de ellas. Demasiado sumidas en lo subjetivo como para hacerlas salir sin riesgo de pecar de impertinente o presuntuoso, y, a la vez, reconocidas por ambas partes a través de silencios pactados mediante miradas y más silencios. Ahora estaban las dos, borrachas, y me reclamaban. Dos niñas guapas, simpáticas, inteligentes y encantadoras. No sé de qué cojones me quejo tanto.

- Anda, vente, que estoy ciega y me apetece verte...- decía Maria del Mar.
- Jo, estoy aquí aperrado dispuesto a ser autista de nuevo...- le respondía.
- Anda, y luego te vienes a casa y vemos una peli o algo y te quedas a dormir conmigo- me decía ella- ¡no te haremos ir a discotecas ni aglomeraciones de humanos! ¡Me apetece verte!

Me decidí a ir, el plan no parecía demasiado horrible, y bueno, me apetecía también ver de nuevo a Lorena y observarla un poco y seguir fantaseando con mis ideas imposibles. Llegué al bar que me dijeron. Ahí estaban las dos, sentadas a una mesa, muy sonrientes. Llegué y les di dos besos. Se notaba el efecto del alcohol porque esta vez besaban de verdad, casi en la comisura de los labios. A Lorena la encontré especialmente cálida. Me ponía una barbaridad. Me senté frente a ambas. Era divertido verles las caras de ciegas estando yo completamente sereno.

María del Mar me miraba con esa expresión risueña de profundo cariño sin sombras. Tenía los ojos brillantes y las mejillas algo encendidas. Lorena, al otro lado de la mesita, tenía las piernas cruzadas, largas, esbeltas y sensuales, y me miraba también, con la mano en la barbilla, con un cierto grado de ese mismo tipo de cariño: el honesto, el que no pretende tapar nada. La miraba en toda su figura y sí, seguía siendo un bombón de esos que te entran por un algo demasiado característico para ser compartido con el resto de las de su género. Hay personas que te entran por lugares comunes, otras lo hacen por lugares personales e intransferibles: como si ese atractivo sólo lo vieras tú, siendo a la vez consciente de que es mentira; de que no sólo te vuelven loco a ti, sino probablemente a la gran mayoría de los mortales. Y a pesar de todo, sientes que se trata de una especificidad química demasiado concreta.

- ¿Quieres algo? ¡te lo traigo!- me dijo María del Mar.
- Un café, pero ya voy yo, no te preocupes.
- No- dijo manteniéndome en el asiento con su mano en mi pecho- eres mi amigo y te lo voy a traer yo.
- Vale- le dije riéndome.

Se levantó y se fue a la barra mirándonos con la sonrisa de oreja a oreja tan graciosa que tenía siempre, aunque ese día más acentuada por las chispas del alcohol.

- Bueno, ¿cómo estás? Tiempo sin verte- me dijo Lorena, intentando ser simpática, a ver si lograba arrancar alguna palabra o conversación a mi yo, tan empedernido en las pocas palabras. ¿Cómo explicarle que me ponía nervioso? No quería dejar entrever mis debilidades con ella, aunque en el terreno de las miradas cortas y fugaces estaba claro, pero es de mala educación hablar de algo tan vaporoso.
- Bien, estaba en casa, no tenía intenciones de salir. Y vosotras, ¿qué tal? ¿desde cuándo estáis por ahí?- le dije intentando ser cordial, simpático, normal; lo intentaba, lo prometo, pero todo me sonaba a tipo abúlico, aburrido y repetitivo. La miraba a los ojos al hablarle, por educación, y notaba a veces una puerta abierta en ellos, pero no entraba, era peligroso. Se puede mirar a los ojos sin entrar. Todo consiste en fijarte en lo no transparente de la retina y lograrás hacer sentir a tu interlocutor como un maniquí con ojos de cristal. Puede sonar cruel, pero lo otro era poner las cartas sobre la mesa. Mis ojos me delatan cuando miran sin reservas, y no era plan. Volvió María del Mar con mi café.

- Kique es un tío estupendo- declaró a toda voz. Ella es así, cuando es feliz o algo le gusta, lo proclama. Después se me quedó mirando fijamente con su sonrisa encantadora y sus ojos grandes y expresivos. Yo no sabía qué decir ni cómo reaccionar ante semejante afirmación y posterior mirada que parecía esperar algo. Le di un sorbo al café y miré a Lorena, a ver qué hacía, y me llevé una sorpresa: estaba tan ciega que me estaba mirando el paquete y se le puso el labio inferior con ese gesto tan característico de las chicas cuando miran un paquete y piensan cosas sobre él. Me gustó, la verdad, aunque ello no hizo sino ponerme más nervioso. Aparté la mirada antes de que ella se diera cuenta de que me daba cuenta, pero no cambié mi postura en la silla. Me gustaba que me mirara en esa frecuencia de radio.

Estuvimos así un rato, charlando y riéndonos, lanzando miradas fugaces a Lorena y pillándola mirando donde se delataba, y disfrutando de la simpatía y el buen rollo que desprendía María del Mar. Bebieron algo más y se pusieron algo más borrachas, y había algo en el aire muy caliente por las tres bandas, aunque fuera en direcciones cruzadas. Al final salimos a la calle para despedirnos de Lorena y largarnos a dormir María del Mar y yo. Al ir a darle los dos besos de despedida, Lorena, nerviosa y torpe, casi me da los dos en la boca, pasando nuestros labios rozándose en medio del equívoco. Demasiada dulzura en el tacto y en el sabor. Demasiado peligroso todo. Fingí no darme cuenta de nada, ella sonrió tímidamente y se largó. María del Mar y yo dormimos juntos como dos buenos hermanos.

(...)

Al día siguiente hacía tanto sol que me dejé la bufanda olvidada en su casa. Por la tarde me llamó.

- Hey, te dejaste tu bufanda y Lorena, que vino esta tarde a tomar café, se la ha llevado por equivocación, ¿no te importa que te la devuelva ella? Si quieres le digo dónde vives.

Idea brutalmente tentadora. Me concentré en que no se me notara la emoción.

- Claro, díselo, no importa.

Me faltó tiempo para imaginar la situación: ella entra, charlamos, y a la mínima nos liamos, la llevo a la cama y la devoro de arriba abajo durante horas, me impregno de su olor, me la follo mil millones de veces y todo es maravilloso y con una compenetración estupenda y etc. Así que me conciencié: tío, no puedes cagarla con ella, quedarías fatal, seguro que en realidad no comparte tus intenciones y sí, te miró el paquete, pero estaba borracha, ya sabes, sé civilizado, etc., imagina qué vergüenza si le metes cuello y resulta que no, con lo buena gente que es, etc. no te comportes como un salido de mierda, sé un tío, un buen colega, alguien en quien se puede confiar, etc. tiene una boca preciosa, seguro que besa bien, me encanta su cuello, me quiero comer su ombligo, etc. no te dejes llevar por tu imaginación perversa, ya sabes que sueles ir por tu cuenta en estas cosas, no des por sentado nada, sé prudente, etc. etc. y etc.

Al rato me volvió a llamar María del Mar.

- Hey, ya he hablado con ella. Se pasará por tu casa a las siete, ¿te va bien?
- Ehm- dije fingiendo repasar mentalmente mi agenda- sí, a las siete está bien, ¡gracias!
- Venga, un beso, sigo con lo mío.

Cuando se acercaba la hora de repente me encontré bastante tranquilo: no va a pasar nada, tío, seguramente ni lo ha considerado; estará ocupadísima y esto será algo que hace de paso de un lugar a otro sin darle la mayor importancia, relájate, no es nada, ¡qué tontería! ¡Qué cosas piensas!

Llamaron a la puerta. Abrí. Allí estaba Lorena.

Estaba muy nerviosa, movía las manos con indecisión y le temblaba la voz. Y yo me puse igual de nervioso.

- Hola, jejejeje- le dije.
- Hola, ehm... jajajajaja
- Sí.
- ¿Te ha dicho María del Mar que venía, no?
- Sí, sí- no hacía más que decir sí como un gilipollas.
- Bueno- dijo con la bufanda en la mano acercándola y alejándola sin saber si dármela ahora o no sé cuando.
- Sí- volví a decir.
- Pu.. pues... toma...- y me dio la bufanda.
- Sí- me estaba luciendo.

Me miró, dudó si darme dos besos de despedida y al final se dio la vuelta y se fue. Yo entré en casa y cerré la puerta. Joder, podría haberla invitado a un café o algo, imbécil- me dije.

Y me senté en el sofá con cierto alivio y, a la vez, decepción por ser tan torpe, y me descubrí a mí mismo pasándome la bufanda por la cara, percibiendo un olor tan específicamente atractivo, que parecía estar hecho para mí, mientras ella desaparecía escaleras abajo...

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lunes, 25 de noviembre de 2013

Juan Salvador Urraca




Es como ser un pájaro que tuviera unas alas envidiables, unas alas de verdad; las alas que todo pájaro querría, con las que se puede volar muy alto, más alto que cualquier pájaro. La visión desde tan arriba puede resultar sobrecogedora, sobre todo las primeras veces. Emocionante, sí, pero ¿quién puede fascinarse con algo que comprende y que hace? no hay misterio. Luego te das cuenta de que la altura no es más que una imagen; sería más divertida, tal vez, si la pudieras compartir con alguien, si alguien pudiera volar igual de alto, pero sólo tal vez. Hacer las cosas uno, en una soledad motivada por la imposibilidad técnica de compartirlas que otorga esa extraña exclusividad que sólo la ignorancia valora, se acaba tornando en una enfermedad. Si sólo tú puedes planear sobre el ocaso, da igual que te lleve a entornos fascinantes: se hacen parte de ti y de nadie más, como cualquier sima del corazón, profunda y oscura, como los recuerdos y los sentimientos. Nadie puede sentir lo que tú sientes. La altura no deja de ser algo relativo. No es nada. Te enseña algo; puede. Al final te quedas en tierra lleno de apatía con tus alas magníficas replegadas porque la mente vuela aún más alto. No deja de ser lo mismo. Te recreas en la cantidad de cosas que puedes hacer, porque puedes hacerlas con sólo mover un dedo, y postergas el momento para saborear el dulce vino de malgastar el tiempo, de saber que todo se va. Lucidez. Volar es tan absurdo como no hacer nada. Salvador Gaviota, seguro, acabó siendo un animal terrestre: con toda su técnica de vuelo, depurada y revolucionaria, con sus discípulos locos por el aire, sentado en la playa: volar no solucionó nada de su vacío, mientras miraba cómo se dejaban cegar todos los demás. Seguramente cansado tras descubrir que tras el engaño inicial, el vuelo es también obediencia.

(...)

Fumaba fuera, mientras el concierto seguía adentro. Pensaba en qué clase de cansancio es este que no se cura con dormir. Pensaba con envidia en esas chicas que realmente quedan fascinadas por la música, que van a conciertos, que los viven y se los beben... ¿Por qué sólo a veces le fascinaba a él algo que fluía de sus manos sin apenas esfuerzo? seguramente sería por eso, pero cargarse el misterio haciéndose parte de él no deja de ser una forma de suicidio. ¿Y el corazón? ¿Quién puede creerse ya nada a estas alturas? Hasta el sexo es una mentira, un resto de vitalidad animal para que no se pierda el pulso por prolongar esta mierda sin sentido que es la vida: el sentido es sólo prolongar y prolongar. Es algo apto para vacunos, cabras, la mayoría de homínidos y roedores, perros, félidos. Cuanto más atrás en la escala evolutiva, más vitalidad: mirad a los reptiles. La inteligencia te dice lo contrario de lo que la vida berrea como un venado en celo.

- ¿Qué haces? ¿Cómo estás?- le dijo de pronto una chica francesa que también fumaba. Una preciosidad.

Apenas se había dado cuenta de su presencia. Mover un dedo, extender las alas. Sería sólo cuestión de tirar del hilo y ya está. Pero hasta la belleza anuncia el gris de los enfermos. ¿Qué buscas en mi?- pensó- Veré tu alma mutilada tornarse en gris poco a poco y me quedaré aún más cansado cuando te vayas.

Es extraña la propensión al cansancio y al agotamiento de los que vuelan alto. Ser terrestre, sentir como una piedra, que el mar te pase por encima y no te disuelvas... ¿cómo se hace? Sin embargo no envidiaba esa cualidad terrestre. De algún modo, sabía que algo le reservaba y lo quería averiguar. Ya que había pagado el precio de la decepción, no se iba a ir con las manos vacías.

- Tan solo disfruto la música- le dijo. Venía acompañada de varias amigas, todas igual de lindas. Debían estar hasta el coño de aguantar a salidos latin lovers sevillanos por doquier. Él, por suerte, estaba demasiado despierto como para creer en nada. Hasta el deseo está en clave de interrogación...- nací con un soplido de menos- les dijo.

(...)


La llamé, echamos un polvo, comimos y vimos una peli. Nada. Al llegar la hora señalada se me vino encima todo el peso de la atmósfera. ¿Será el frío? ¿Qué clase de sueño repara un agotamiento tan profundo? Y ella, que lo sabe, lo intenta, lo sé. Y yo sé que necesito estar solo, aunque tampoco resuelva nada. Por la noche quedó con alguien más normal. Me alegro por ella: merece ser feliz. Se quedó dentro, mientras fumaba y perdía la oportunidad con la francesa, tan linda. Recrearse en ver la arena escaparse de entre tus manos. No me gusta la arcilla.

(...)


Van a operar a Yolanda de su fractura. Se hostió con la bici puesta de alcohol, porros y coca, de madrugada, cerca de mi casa, y me llamó. Fractura de tobillo. En el hospital le preguntaron si fui yo; si era su pareja, todo el protocolo. No dejó de resultar gracioso: dos almas tan oscuras y luminosas a la vez no están hechas ni para acariciarse. Perderíamos el tiempo que empleamos en hablar de música, más bien en pelearnos por hablar de música, y en cantar o en tocar rodeados de todos nuestros amigos que, en cierto modo, también están enfermos de alas de grandes alturas. Las escuchaba interrogarla desde el pasillo y sin embargo no me sorprendía. Y es tan triste que te resulte tan familiar la sospecha... Sospechas de todo tipo, desde la infancia: ladrón, mentiroso, mala persona, ser oscuro que oculta cosas, aprovechado, timador... Y suelen provenir de personas que sí que roban, engañan, manipulan y timan, pero su porte de Homo sapiens normales y estúpidos los sumergen en la masa de promedios en la que se mueven como pez en el agua y se sienten con autoridad para juzgarte y clasificarte. Siempre digo la verdad, nunca robo nada, a veces ni siquiera me defiendo. Tal vez sea eso. Parece que las sospechas protocolarias al final se diluyeron porque la médico que la atendió fue tan amable conmigo que le habría pedido una cita de no estar yo tan averiado por dentro.

Conduje de vuelta del hospital con todo el frío a mi alrededor, y es como si las cinco de la madrugada en un día helado de noviembre fuera exactamente la hora en que se me ha quedado parado el corazón y en donde encajamos las personas como yo. Hoy me ha llamado: la operan. Se siente atrapada en las garras de la familia. Pobrecita.

(...)


Juan Salvador Urraca lucha cada tarde a las ocho por no ahogarse en la melancolía y la tristeza. Todo es pura química. Proclamo mi fe en la química y sueño con que se restablezca y me vuelvan a entrar ganas de volar. Volar. Sentir. Desear.

Por el momento, esto es lo que hay...


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jueves, 24 de octubre de 2013

La percepción de Rita




Rita no llamaba la atención a la primera, y eso que era alta y de ojos grandes. Era una chica discreta que no explotaba al 100% sus encantos y que no se dejaba ver demasiado; sin embargo, era inevitable que al cabo de un rato fueras descubriéndola: a pesar de su melena roja larga y descuidada y de su total desdén por el maquillaje y los cosméticos, bajo su jersey de lana ancho de corte andrógino se adivinaban ciertas formas muy prometedoras; sus mallas ajustadas negras dejaban entrever, bajo ese aire desaliñado, desenfadado y nada pretencioso, una figura de esas que pocas veces se ven. Y me gustaban sus enormes botas de montaña. Y yo, que además siempre sentí cierta debilidad por el pelo rojo, pasé de no darme apenas cuenta de su presencia a no poder dejar de mirarla e imaginar todo tipo de fechorías. Por aquella época, una pelirroja o una chica con el clásico teñido color caoba, daba igual, podían hacer conmigo lo que quisieran; tenían que ser muy horribles o muy lerdas para no poder hacerlo. Y ese no era el caso de Rita. No sólo resultó ser simpática y encantadora; es que era un bombón con el envoltorio aún puesto: piernas largas, culo redondo y bien colocado, hombros anchos y redondos también, unas tetas en su medida justa, una espalda preciosa que asomaba tras el cuello ancho del jersey, unas buenas caderas rematadas por una cintura de esas que dejan la curva superior del trasero en una tensión arqueada que resulta de lo más femenino y excitante, una boca preciosa y unos enormes ojos verdes. Un horror, vamos.

Llevábamos gran parte de la noche en la discoteca universitaria por excelencia de Leipzig: el Moritz Bastei, un antiguo bunker reconvertido en un complejo de ocio que incluía cafetería-restaurante y varias salas de baile para diferentes estilos, desde el tecno más radical a la música más comercial, una sala de conciertos enorme y otra, más pequeña, con música algo más tranquila, en la que podías o bien bailar o, incluso, charlar. Todo interconectado por un bar central con largas barras donde se servía cerveza a mansalva. Nosotros estábamos en la sala tranquila: una de mis compis de piso, Sara, y el resto de su gran grupo de amigos, entre los que estaba Rita. Me pasé toda la noche pendiente de ella, no podía dejar de mirarla. Charlamos un poco, a ratos, pero me intimidaba bastante. En general, me dio la impresión de que no se había fijado demasiado en mí. Nos despedimos al final de la noche y cada cual se largó a su casa, yo charlando con Sara de estupideces para variar, y también para hacer el largo camino a nuestro piso algo más ameno. Ella se reía.


(...)


Había pasado una semana durante la cual, en una ocasión, llamé a Rita para quedar, pero no estaba en casa y ya no me lancé más. Al menos sabría que la había llamado, que por mi parte había interés, pero no tenía demasiadas esperanzas en aquella historia.

La Universidad de Leipzig tenía una especie de rascacielos, construido al estilo futurista soviético en tiempos de la República Democrática Alemana, donde albergaba todas sus oficinas. Era (y es) un edificio enorme y horrible que culminaba en una especie de tajo diagonal que lo hacía acabar en una punta situada en una de sus esquinas. Por ese aspecto extraño la gente había apodado al edificio como “la muela del juicio”. Aquel año la universidad había vendido el rascacielos a un banco, había redistribuido sus oficinas por distintos lugares de Leipzig y vaciado cada despacho del recién vendido monstruo. Ahora los estudiantes iban a hacer una fiesta de despedida aprovechando el edificio vacío: cada facultad tenía asignada una de las plantas donde organizarían su cotarro como consideraran conveniente. El resultado era más de una veintena de plantas ocupadas de arriba abajo, de manera que todo consistiera en subir en ascensor hasta el mirador de arriba y bajar de fiesta en fiesta por las escaleras, para evitar subir un solo escalón (estaba muy bien pensado); es decir, habría más de veinte fiestas distintas, para todos los gustos. Además, habría teatro, proyecciones, instalaciones, conciertos y sesiones de DJs. La juerga prometía ser de antología, y con esa predisposición me dirigí al centro en tranvía con mis dos compañeras de piso, Sara y Colette.

Tras la larga cola para entrar, llegamos al ascensor y nos dirigimos al punto más alto del rascacielos. Allí había un número de music-hall la mar de divertido, todo lleno de gente hasta la bola, un ambientazo. Estuvimos dos cervezas allí y empezamos a bajar: había de todo. Nos íbamos parando en cada planta y era como un zoológico humano. Para cuando llegamos a la más baja yo ya llevaba como diez pintas en el cuerpo. Las chicas decidieron irse a casa, para sorpresa mía.

- ¿Qué?- les dije sorprendido.
- Mañana tenemos que estudiar- me dijeron las dos.
- Pues yo me quedo- les dije. Era intolerable.
- Pues pásalo bien- me dijo Sara.

Me metí de nuevo en el ascensor y volví a la planta más alta. El show ya se había acabado y los artistas estaban celebrándolo a base de champán. Aún quedaba gente. Empecé a bajar de nuevo. La verdad es que estaba solo, pero me daba igual. Iba haciendo mis paradas de avituallamiento y punto. Estaba viendo a un grupo de blues tocar cuando un dedo me tocó la espalda. Me di la vuelta. Era Rita. Fue toda una sorpresa, era la mejor coincidencia posible para mi.

- ¿Cómo estás?- me dijo toda sonriente con una media sonrisa la mar de atractiva. Me encantaba el timbre de su voz.
- Pues ahora solo, he venido con Sara y Colette pero se han largado ya.
- Me dijeron que me llamaste.
- Sí, era por si te apetecía salir conmigo a dar una vuelta.
- Vaya- dijo toda risueña- me sentí súper especial, me dije “oh, me ha llamado este tío”...

Yo me quedé asombrado, a partes iguales por interesarle y por mi torpeza en entender a la gente. Lo que no comprendía era por qué no me había devuelto la llamada, pero ese tipo de desajustes aún sigo sin comprenderlos hoy, mucho menos interpretarlos.

- Voy a por una cerveza, ¿quieres una?
- Eso no hay ni que preguntarlo- le dije.

Me quedé esperándola y observándola: estaba preciosa mientras esperaba en la barra. Pude ver cómo un tipo se puso a darle la vara. Ella pidió, tomó las dos jarras y volvió hacia mí con el tío detrás. Tal vez fuera un amigo suyo. El nota se despistó un momento y ella se me acercó.

- Hazte pasar por mi novio, por favor, que este no me deja en paz.

Estábamos muy cerca el uno del otro debido a la gran cantidad de gente que allí había. La miré a los ojos intentando escudriñar de qué iba, y sonreí con malicia. La acerqué hacia mí por la cintura y me devolvió una sonrisa similar sin apartar la mirada, con picardía. Nos empezamos a besar. Ni nos dimos cuenta de cuándo se marchó el pesado.

Seguimos el resto de la fiesta juntos, de planta en planta, liándonos cada dos metros, cada vez más borrachos, y en la fiesta de Bellas Artes pillamos un sofá y nos quedamos allí dándonos la paliza durante horas. No podíamos parar. La fiesta acabó. Nos fuimos a la calle. Amanecía sobre un Leipzig frío y nevado.

- Vamos a mi casa- le dije al oído, con ella abrazada a mi cintura, mientras caían copos de nieve a nuestro alrededor.
- No- respondió entre beso y beso.
- ¿No lo estás deseando?
- No quiero que se entere nadie de esto.
- ¿Es por Sara y Colette?
- Sí; es que he roto hace poco con mi novio y me resulta violento que me vean tan pronto con otro tío.
- Pues vamos a la tuya- le dije. Ella resopló.
- Mi compañero de piso es amigo suyo- y me volvió a apretar fuerte contra ella y siguió besándome- déjame tiempo, mantengámoslo mientras en secreto...

Dejamos que acabara de amanecer y cada cual se fue a su casa. Llevaba su sabor impregnado en la boca. Fui todo el camino en el tranvía relamiéndome los labios...


(...)


Pasaron dos días y me pegué otra juerga gorda por el centro de Leipzig. Llegué a casa a las ocho de la mañana, ya de día, pasé por el repartidor como un fantasma y me dejé caer tal cual en la cama, como un saco de patatas. Al cabo de lo que se me antojó apenas un suspiro me despertó Sara. Estaba hecho un desastre. Miré el reloj. Las doce.

- Venga, ven a la cocina, ¡es mi cumpleaños y han venido todos!

Se me había olvidado. Me levanté como pude, llegué a la cocina en pijama con mi cara de dormido y, efectivamente, allí estaban todos, incluida Rita, quince personas en aquella habitación. Antes de poder asimilar nada, algo o alguien me puso en la mano una taza de café mientras otros me ofrecían pasteles, tarta, tostadas. Había fruta, fresas con nata, rulaban copas de champán. Casi a la fuerza me sentaron en un sofá pequeño. Había nevado pero en esa cocina había un ambiente cálido que se agradecía mucho, y lucía el sol. Rita me miraba desde su asiento con cierta complicidad. Me sonreía. Teníamos un secreto.

Yo empecé a sentir los viejos síntomas que tan bien conocía. Por lo general, las tías me atraían hasta que empezaba a atraerles yo a ellas más de la cuenta, o sea, para algo más que un polvo. Como un reflejo del mal concepto que tenía de mí mismo, el que yo les gustara las convertía en sospechosas; no podían guardar nada bueno si alguien como yo les hacía tener sentimientos elevados, más allá del deseo o el capricho. Ya era consciente de ese problema, pero de algún modo se me anticipaba y se dedicaba a distorsionar mi sentido de la percepción, la imagen que captaba de ellas. No importaba que supiera que el problema lo tenía yo conmigo mismo de una manera racional; es que empezaba a percibirlas como seres horribles y hasta el deseo corría el riesgo de desaparecer. Me había pasado en la mayoría de mis historias anteriores y lo sentía venir entonces; vamos, que con Rita me estaba pasando lo mismo. Además, me jodía tener que fingir y liarme con ella a hurtadillas, como si fuéramos adolescentes. Siempre encontraba la manera de cargarme el encanto de las cosas, o bien distorsionando la realidad, o bien desperdiciando oportunidades de diversión en nombre de un sentido de la dignidad que no casaba en alguien que, a la vez, no se sentía digno del amor de nadie.

Decidí luchar contra esa pulsión, no dejarme convencer. Cada vez que Rita pasaba a mi lado y me acariciaba furtivamente la mano, me sentía un poco fuera de lugar. Me buscaba con la mirada y yo procuraba corresponderle, pero era como si no fuera yo mismo. Pasaban las horas y las botellas de champán, y pronto las tostadas y los dulces dejaron paso a las salchichas, el bacon y la comida caliente. Después, todos decidieron ir a dar una vuelta por el centro dando un paseo. Durante el camino Rita, a veces, caminaba junto a mí, me empujaba con el cuerpo o se me pegaba como si fuera algo casual. Y yo con mi extraña paranoia de autonegación. A veces nos quedábamos algo rezagados, y me besaba la mejilla de manera fugaz, para que nadie lo viera. En una ocasión se me acercó al oído.

- Ahora cada vez que veo la “muela del juicio”, pienso en ti...

Me decía cosas preciosas que yo no podía disfrutar plenamente, aunque lo intentaba. Le apreté la mano como respuesta y ella me la soltó rápidamente, pues los otros nos miraban, esperándonos. Y eso, a la vez, me brindaba el argumento perfecto para condenarla, en vez de dejarme llevar por un juego tan divertido. Y la distorsión hacía su parte del trabajo: empezó a parecerme menos guapa que antes, su figura ya no era tan estupenda, le encontraba defectos por todas partes. Y su insistencia en mantenerme oculto se me empezó a antojar como un signo de puerilidad. Tenía un ralle en la cabeza que te cagas. Llegamos a una tienda turca y todos entraron menos nosotros dos. Aprovechó para darme un largo beso en la boca allí, en plena calle. Cuando se separó, descubrí que ahora tampoco me parecía tan dulce el sabor de sus labios. Estaba hecho un lío, conocía el motivo, intentaba superarlo y, sobre todo, que ella no se diera cuenta de que yo estaba como diez rebaños de cabras. No era normal. Todos los tíos estaban locos por ella; yo mismo lo había estado hasta que ella se interesó por mí.

Una vez llegamos al centro, miré al rascacielos, luego a Rita, y me guiñó un ojo, sonriente. Nos despedimos todos y cada uno se fue a su casa, yo a la mía con Sara y Colette.

- Estás muy callado- me dijo Sara por el camino.
- He dormido poco.


(...)


Había planeado una escapada a Berlín con Sara. Le había comentado que tenía muchas ganas de ir y ella inmediatamente contactó con un amigo español que allí vivía y que nos iba a dar cuartelillo. Se informó del precio de los billetes de tren: iríamos empalmando cercanías tras cercanías, así resultaría mucho más barato. Estaba todo planeado y organizado, y aquel viernes, víspera de nuestra marcha, quedamos todo el grupo en una disco de reagge para tomar algo. El lugar tenía un restaurante-cafetería en la primera planta y la pista de baile en el sótano. Estuvimos todos cenando y tomando cervezas antes de bajar, con Rita sentada frente a mí, cada vez más desinhibida, haciéndome cosas con los pies y metiéndose conmigo cada vez que podía. Yo seguía luchando contra mi paranoia y aquella noche parecía que lo tenía todo más controlado. Mis distorsiones perceptivas parecían haber remitido y la volvía a ver como al pivón que en realidad era.

Una vez abajo, mi manera patosa de bailar me convirtió en una especie de mascota para todo el grupo. Todas mis amigas querían bailar conmigo, y me pasé así toda la noche, de brazos de una a brazos de otra. Cuando al final me tocó con Rita, la cosa se fue poniendo cada vez más caliente. Ella se me acercaba cada vez más, no parecía importarle ya que sus amigos nos vieran. Yo me dejaba hacer, claro. Y al final, allí, delante de todos, empezó a enrollarse conmigo igual que el día del rascacielos. En un momento en que Rita fue al baño se me acercó Sara.

- Supongo que será mejor que llame a mi amigo y le avise de que no vamos, ¿no? creo que hoy no duermes en casa y que te va a resultar imposible madrugar mañana...
- No- le dije- claro que iremos, me comprometí y lo haré.
- De verdad, no importa...
- Después de organizarlo todo no me parece bien dejarte tirada.

En esto llegó Rita y me volvió a atrapar. Tras un rato, los demás se marcharon y nos quedamos allí ella y yo solos. Sara me soltó un “no creo que vuelvas a casa...” antes de irse. Estábamos Rita y yo solos en medio de la pista, ya vacía, sin bailar, liándonos y riéndonos.

- Vamos a mi casa- me dijo.
- Hoy no puedo, de verdad- le respondí- le prometí a Sara que nos íbamos a Berlín mañana temprano, ha hecho todas las gestiones, no la quiero dejar tirada...
- Vaya...- y me miró como se mira a un granuja completo y sin vergüenza alguna- Vamos a la calle, anda...- y me agarró del jersey, tirando de mí.

Al lado de la puerta de la disco se apoyó de espaldas a la pared. Estábamos ya los dos bastante borrachos. Yo me quité el palestino y se lo puse alrededor de la cabeza, con los dos extremos en mis manos, y la atraje hacia mí para besarla. Ella se agarraba a los bolsillos de mi chupa de cuero. La luz de la calle entraba a través de los tejidos rojos y blancos. Hacía bastante frío. Ella estaba callada.

- Cuando vuelva será mejor, ¿no crees?- le dije. La volví a atraer hacia mí. La volví a besar.
- No; si no es hoy, no lo será nunca- me dijo en un tono a medio camino entre la seriedad y la broma.
- Venga ya...- y la atraje de nuevo, riéndome, esta vez dándole otra vuelta al pañuelo a nuestro alrededor, para ver sólo su cara y nada más. Nos dimos un beso largo y cálido.
- Si no vienes hoy, no pasará nunca...
- ¿Y tu compi, ya no te importa que lo sepa?
- Creo que ha quedado claro que ya no me importa nada...- y me volvió a atraer tirando de mi chupa de cuero.

Y seguimos así, con nuestras cabezas envueltas en el pañuelo, durante un buen rato, entre besos, recriminaciones, risas y excusas.

Al final me fui a mi casa y me fui a Berlín con Sara.


(...)


A las dos semanas me la volví a encontrar por ahí. Esta vez estábamos de nuevo solos los dos. Ahora se mostraba un poco reacia a reliarse conmigo. Estábamos en los sillones de un bar hippie charlando y tomando birras. La intenté besar, pero me apartó la cara en plan teatral.

- ¿Tanto te molestó?- le dije- tenía un compromiso con Sara, tu amiga. Cumplo con mis compromisos siempre, soy así, ¿no es eso lo que os gusta a las chicas?
- ¿No se supone que eres español, o sea, un completo desastre? Así pareces alemán...
- Venga ya, ninguno de los dos somos niños, cada cosa tiene su momento oportuno, como hoy...- y me volví a acercar a su boca. Me la volvió a apartar.
- Te refieres a oportuno para ti, ¿verdad?
- Venga ya, ¡si nos caemos bien!- le dije dándole golpecitos con los dedos por la cintura.

Pasamos así un buen rato, soltándonos pildoritas y recriminándonos cosas. Al final nos volvimos a liar.

- Me gustó lo que hacías con el pañuelo- me susurró al oído.

Sin embargo, me costó convencerla para ir a su casa. Estaba bastante ofendida por el feo que le había hecho. Fuimos paseando y atravesamos un enorme y oscuro parque, usando la luz de su bicicleta para medio ver por dónde caminábamos. De noche, con la nieve alrededor, con Rita, se me hizo un paseo gélido, sí, pero a la vez precioso.

- Vamos a mi casa- me puntualizó poniéndome el dedo índice sobre los labios- pero sólo dormiremos.
- Vale- le dije- ya pensaré algo.
- No pienses nada, nada va a funcionar, prefieres irte a Berlín con Sara a acostarte conmigo. Vaya tío...
- Dicho así suena fatal... pero ya pensaré algo.
- Ah, el orgullo de Don Juan...

La abrazé por la espalda y le mordí no demasiado suavemente el cuello, apretándola hacia mí por la cintura.

- No lo vas a conseguir.

Le besé la mejilla fuerte.

- Te crees que sí, pero no lo vas a conseguir...

Era curioso; ese día me parecía tan atractiva como el primero. Parecía que había controlado mi síndrome de rechazo: estaba como siempre, arrebatadora. Llegamos a su casa ya de día. Fui al baño y al regresar me la encontré metida en la cama y tapada por el nórdico. Me quité la ropa y cuando aparté las sábanas para meterme con ella la vi, en bragas, con una camisetita de tirantes. Estaba aún mejor de lo que nadie hubiera podido imaginar. Caí sobre ella como un gato salvaje.

- No vamos a hacer nada- me decía mientras le devoraba el cuello.
- Claro que no- le respondía besándole la boca mientras intentaba quitarle las bragas; pero no me dejaba hacerlo. Yo me detenía y la miraba con una sonrisa pícara.
- ¿De verdad vas a ser tan cruel?
- Quiero dormir, como no me dejes dormir, te echo.
- No me lo creo- le dije mientras le levantaba la camiseta y le chupaba las tetas.

Diez minutos después estaba en la gélida calle intentado averiguar dónde había una parada de tranvía. Me había echado. Sí, había sido un error ir a Berlín. Caminaba también buscando un estanco donde comprar tabaco, pero era demasiado temprano y todo estaba aún cerrado. Hacía un frío de cojones y había descubierto algo: con una chica, lo único peor que puedes hacer que estar a la altura de sus ideas preconcebidas en cuanto a que todos los tíos somos unos salidos de mierda, es no estarlo. No te lo perdonarán jamás. Así es la vida.

Y me marché a casa recordándola, libre de distorsiones ya, sin ninguna duda sobre ella y con mucho que lamentar al respecto...


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miércoles, 16 de octubre de 2013

Indolencia en expansión




Le acababan de llamar por teléfono. Era sábado y por lo tanto, al parecer, era inconcebible que pretendiera quedarse en casa. No importaba que hubiera salido bastante en las últimas semanas o que incluso la víspera hubiera optado por no recluirse; se trataba de la actitud, ahí estaba el problema, y ellos creían que transportando su cuerpo por los lugares comunes de encuentro y apareamiento eso cambiaría.

Él, por su parte, llevaba un tiempo pensando en cosas que había leído de filósofos escépticos sobre el camino de no retorno que ciertas certezas llevan consigo. El sentido trágico de la caída en el tiempo y, aún peor, la conciencia de esa tragedia, el vacío de los instantes o del infinito; el sinsentido de tener un cuerpo y pasearlo de aquí para allá para proveerse de alimento, agua y sensaciones que lo adormezcan o lo narcoticen frente a ese sinsentido general. La existencia se compone esencialmente de pasatiempos absurdos, entre medias del aprovisionamiento necesario para mantener la maquinaria vital en marcha, para seguir evitando aburrirse mediante el ejercicio de la alucinación voluntaria. Órganos, extremidades, para caminar hacia la comida y el agua que te posibiliten poder seguir caminando hacia la comida y el agua. Y dormir para poder volver a empezar. No basta con tener una conciencia del universo. Tienes que salir al exterior para que tus ojos lo vean, trasladarte. Tienes que ir hacia los paisajes, hacia las personas; incluso hacia el precipicio. Y caer es trasladarse. Y chocar. Es todo demasiado imperfecto para una conciencia que abarca tanto. Se fue a su dormitorio. Le volvieron a salir por el chat.

- Tío, no te quedes en casa, no seas tonto, vente, hemos quedado a las once en el central
- B=======D

Cerró el chat. Había leído algunas cosas y visto varias series de documentales sobre el cosmos y el sistema solar; por ejemplo, el destino del planeta, independientemente de que nos lo carguemos nosotros, no es muy halagüeño. La Tierra será engullida por el sol transformado en gigante roja, todo esto si antes no destruye la vida un meteorito pertinente, lo que estadísticamente es casi seguro, o no se enfría el núcleo del planeta desapareciendo el campo magnético y, de esta forma, quedar la superficie a merced de temperaturas que aniquilarán la vida mientras los vientos solares arrastrarán hasta hacer casi desaparecer la atmósfera, si no eliminarla del todo, como postulan que sucedió en Marte. Así que, tal como defienden los ecologistas, es malo cargarse nuestro hogar y privar a las futuras generaciones de él, pero incluso si la especie no se extinguiera y continuara su evolución, o bien aprendemos a hacer agujeros de gusano pronto o nos iremos a tomar por culo inexorablemente. Está muy bien cuidar el patrimonio histórico, pero tarde o temprano se irá todo al carajo. Y siendo así, la destrucción global de este hermoso paraíso en que vivimos dista mucho de ser el pecado mortal que pintan los más religiosos moralistas de la ecología, sino, en término absolutos, un breve adelanto de lo inevitable. Se fue al baño. Ahora eran mensajes de texto.

- Sal, no seas maricona!

Ya le empezó a resultar violento negarse tanto.

- OOOk, allí estaré.

Empezó a ducharse. ¿Y la luna? La luna se separa varios centímetros al año de la Tierra. Los dinosaurios veían una luna notablemente más grande que la nuestra y las mareas eran mucho más brutales. Cuando esté demasiado lejos, no habrá mareas, la luna tal vez entrará en órbita solar y dejará de estabilizar nuestro movimiento de rotación, y el norte y sur geográficos dejarán de ser estables, la Tierra girará caoticamente, los días y noches perderán su regularidad, las estaciones se descojonarán. La vida será imposible tal como la conocemos: ¿los agricultores se quejan del tiempo? Que se preparen si es que sobrevivimos hasta entonces. En cualquier caso, pensó mientras se ponía champú en la cabeza, a más corto plazo, apenas unas décadas, el mar entrará triunfal en esta ciudad. ¿Cómo pensar en jubilación alguna? Seremos refugiados hambrientos sin hogar, seguramente. Los que pagan hipotecas son unos ingenuos por partida doble: por el timo bancario y porque tendrán que entrar en sus hogares con escafandra. Habrá guerras, se están estableciendo tiranías, las sociedades se derrumban y el arreglo inmoral que proponen los neoliberales es tan sólo un parche. Y mientras se enjabonaba el cuerpo, repasó ese futuro que tantas veces había entrevisto: él moriría de hambre, es lo más seguro, como tantos millones más. Tal vez lo más razonable sería hacerlo con algo de dignidad. Armarse, organizarse, luchar. Pero para ello es necesario caer aún más bajo, que la gente alcance el grado necesario de desesperación para ponerse en marcha. En algún lugar había leído que para que estalle una revolución sólo es necesario que falte el pan dos días. Y eso aún no ha pasado. De todas formas, sabía con seguridad que es demasiado tarde, y lo lleva siendo desde hace ya bastante tiempo, para ninguna salvación; la revolución se hará por una mera cuestión de honor y luego se devorará a sí misma, como siempre.

Mientras se secaba, repasó algunas teorías sobre el destino del cosmos. El tiempo transcurre porque el universo se expande. Cada segundo que sentimos pasar es el tejido espacio temporal creciendo. Nos hacemos más grandes, como todo lo que nos rodea. Por eso no percibimos la expansión salvo en el paso del tiempo, al dilatarse. La interacción de los cuerpos sólo sucede en una dimensión temporal en expansión. Si no, todo sería un único instante detenido. Pasará la era estelar, cada vez habrá menos hidrógeno. Las estrellas nuevas irán siendo cada vez menos, las existentes envejecerán. Veremos un universo poblado mayoritariamente por estrellas rojas y enanas blancas, y agujeros negros, y oro procedente de supernovas. Luego, oscuridad. Fin de la era estelar. Y tras un espacio de tiempo inconmensurable sólo habrá neutrones solitarios a millones de años luz unos de otros. Y la expansión se detendrá, sin vuelta atrás. Un espacio semivacío sumido en un instante oscuro y eterno sin dinamismo ni vida. Incluso la era estelar, en comparación con el espacio de tiempo de oscuridad que nos separa de la detención total, será apenas un accidente breve y anecdótico; y dentro de la era estelar, los numerosos episodios de vida en distintos mundos apenas representarán un milisegundo de milagro accidental y pasajero. La vida es sólo un accidente breve y necesariamente finito. Regresó al dormitorio a vestirse.

Tan sólo la conciencia, como gran misterio, le dejaba preguntas. ¿Para qué venir aquí sólo para comprobar que es la oscuridad el origen y el final de todo? Pensar en “dónde”, con respecto a “qué” existe este espacio incomprensible en el que nos expandimos en forma de segundos, minutos, horas o milenios te da vértigo. Y al mirar a tu alrededor ves que sólo hay mamíferos preocupados por nimiedades sin trascendencia y, más básicamente, por aparearse y reproducirse como si todo fuera eterno. Y qué mal casan la inteligencia y los órganos sexuales, pensaba mientras elegía la camisa. Qué grandes tragedias y cuantos sufrimientos nos han infligido el no poder compatibilizar un alma propensa a tener un sentido de la justicia frente al opuesto de la animalidad visceral, que sólo entiende de lo que es posible o imposible. Da igual que esté mal moralmente: si tu polla se encuentra en disposición de penetrar a esa amiga sexy de tu novia, seguramente lo hará, porque puede hacerlo. Luego la mente intentará dar sentido a algo que por naturaleza no lo tiene. Hará juegos malabares, inventará sistemas morales supersofisticados para poder convivir con ese hecho. Le buscará una interpretación, una lógica, un sentido a ese acto cuando, de hecho, desde una perspectiva global, el “sentido” no existe. Ya estaba vestido. Salió a la calle.

Mientras caminaba, pensaba en el absurdo de trasladarse, etc. Intentó pensar en cosas más inmediatas. El amor se ha convertido en la religión del Siglo XXI. En sus interminables paseos por las redes sociales podía a diario constatar que la mayoría de las personas estaban traumatizadas por la tragedia de tener un cerebro con una cierta propensión hacia la moral y la ética, y unos genitales a la vez. Y a esa combinación nefasta la llaman amor. Y el amor degenera en traumas, en inseguridades, en crisis de personalidad, en depresiones y en tragedias. Ves a diario frases y citas hechas por inermes mentales que sirven para convencer a los abandonados de que en realidad son cojonudos, que se arrepentirán de haberlos abandonado, que les caerá un rayo divino y llorarán suplicando regresar porque existe la justicia universal. Mentira. Lo que sucede sucede porque es lo único que puede suceder en ese lugar e instante. La justicia no existe fuera de eso; es eso, y punto. La justicia es la rebelión humana frente a la arbitrariedad del todo. Cuando ves todas esas tretas desesperadas por dar sentido a todo este absurdo te dan ganas de joderles la marrana y decirles la verdad, que no es otra que la mentira de sus aspiraciones. Que no les quieren. Que los han olvidado y que es para siempre, y que, lejos de arrepentirse, se alegrarán de hacerlo. Sin más epílogos, sin más esperanza. Y que en realidad los seres humanos no son tan distintos los unos de los otros, y que sólo una predisposición voluntaria hace posible que cualquiera sea sustituido por cualquiera. Que depender de la aprobación psico-genital de otro es un signo de inmadurez emocional. Que nada nos libra de la infelicidad y que no existen los salvadores. Que debemos tomar apego a nuestra conciencia y aprovecharla y compartirla siempre que sea posible, pero no a cualquier precio. Que el amor es sólo reproducción disfrazada. Que nadie quiere desinteresadamente. Que sólo somos individuos egoístas que aspiran siempre a más, y se vuelven locos gradualmente hasta alcanzar el grado de obnubilación alucinatoria que llaman ser feliz.

Por otro lado están los paranoicos que creen que todo el mundo les odia, les envidia y hablan a sus espaldas. Y llenan también las redes sociales de mensajes dirigidos a esos enemigos velados que no dan la cara, seguramente porque no existen y en realidad a nadie les importa sus vidas supuestamente tan envidiadas; vidas tan cojonudas que precisan de ese reclamo indirecto de atención. En general, las redes sociales reflejan una población sumida en deseos superficiales, traumas sin resolver y trastornos de personalidad de todo tipo. Un mundo pirado, confuso, desorientado y obsesionado por el amor como único absoluto, como aspiración suprema. De todo, menos mirar a la realidad más inmediata. Cuando el hambre y la guerra les sorprendan, ¿qué harán? son demasiado enfermos y decadentes para suicidarse.

Llegaba al lugar. Aquel día no quería ligar, ni mucho menos follar. Era un coñazo la seducción. Había roto el juguete y, por no creer, ya no se creía ni el deseo. Era un todo-lo-mismo que ya ni siquiera engañaba a sus sentidos: podía ver la desesperación hasta en los gestos más tiernos de cariño. Todo era demasiado transparente. No había lugar para la ilusión. Se supone que eso era algo temporal: él también estaba enfermo de desamor, no dejaba de ser alguien unido a su tiempo y época. Fuera lo que fuera lo que sucediera, no estaba en condiciones. Algo estaba roto en el mecanismo con que la vida te la juega para perpetuarse inútilmente (al final nos tragará el sol). Pero la vida es astuta, pensaba. Se las arreglará para hacerte caer de nuevo, pero no hoy. Por el momento esa total indolencia y autosuficiencia le daba una consciente ilusión de ser intocable, y una oportunidad de ser él mismo sin necesitar fingir para introducir el pene en una vagina y eyacular en ella. Todo se le presentaba en un absurdo global sin puntos de referencia sólidos.

Al llegar se encontró bastante dicharachero. Después de tanta reflexión, hablar con personas le resultó refrescante. Le solía chocar esa contradicción cuando sucedía, pero al fin y al cabo él era humano también. Estuvieron un rato de cerveceo por allí y luego se fueron a una disco pequeña que no estaba lejos. Eso ya le gustaba menos: la música es una mierda en general en cualquier parte, demasiado alta para charlar y el paisaje demasiado deprimente para observar: gente desesperada buscando a gente igual de desesperada con quien copular y tal vez crear una nueva paranoia de salvación mutua que desembocará en un nuevo mar de frustración que descargar en facebook mediante mensajes, citas e indirectas obvias. La gente feliz, salvo excepciones, no suele tener mucha actividad en la red.

Al llegar se encontró el panorama que esperaba. Gente vestida para follar que disimulaba que quería follar mediante una entusiasta apariencia de pasión por la vida social. Todos mirándose de reojo. A él, que estaba en esa suerte de depresión en la que todo te la suda bastante, le resultaba cómodo no fingir nada en absoluto, y ello tenía como resultado un aspecto de no necesitar nada. Y claro, chocaba en medio de gente que necesitaba de todo y que encontraba en fingir no hacerlo, un arte. Mientras sus amigos bailaban, miraban de reojo a las chicas, hablaban con algunas o entre ellos para fingir ser muy interesantes y tener mucho que contar y no necesitar follar a pesar de estar ahí tan bien peinados, él se iba apartando gradualmente del grupo y buscando un lugar cómodo desde donde reflexionar sobre otras cosas, tales como el momento histórico que vivía. Esa discoteca acabaría bajo las aguas del mar y nadie parecía ser consciente de ello, a pesar de ser una certeza científica. Este momento se parecía al hundimiento del Imperio Romano. Se avecinaba una segunda Edad Media. Luego pasó directamente a mirar el reloj del móvil, chequear la actividad social, y después aburrirse y cagarse en la lay antitabaco que no permitía a los abúlicos como él ni el escape de hacer el transcurso del tiempo más ameno fumando. Todos nos expandíamos junto a nuestro tejido espacio-temporal sin darnos cuenta y lo único que ello le proporcionaba era una sensación de vacío, hastío y aburrimiento total.

Estaba haciendo cuentas sobre el tiempo que debía quedarse de más dentro de los límites de la educación cuando lo interrumpieron. Elevó la cabeza. Era una chica que musitaba cosas que no entendía por la mierda de música criminal con que el Dj se vengaba de su frustración por no ser músico.

- No te he entendido- le gritó al oído- la música está demasiado alta.

La observó: era una chica muy sexy, con un vestido muy ceñido y corto de color negro, tenía el pelo liso y negro, un flequillo a la altura de los ojos e iba bien maquillada con los labios, bonitos y carnosos, muy rojos. Piel pálida, ojos grandes y una figura estupenda con un escote generoso que ofrecía unas tetas que parecían ser muy bonitas al desnudo. Y olía estupendamente.

- ¡Que si estás bien!-le gritó ella en la oreja.
- No demasiado- le contestó- me aburro y la música es una mierda.

Se iban alternando en gritarse al oído.

- ¿Y por qué estás aquí si no te gusta?- dijo ella.
- Creo que no tengo personalidad en absoluto. Estaba pensando en salir a fumar.
- Ok, te acompaño, aquí no se puede hablar.

Se volvió para hacer un gesto a sus amigos y entonces se dio cuenta de que lo observaban desde hacía un rato. Los miró, se encogió de hombros y les dijo mediante señales que salía fuera. Ellos no respondieron, se limitaron a seguir mirando.

Fuera, el cretino de la puerta los obligó a alejarse unos veinte metros.

- Deberías ser policía nacional, tienes madera, lo que resulta esencial para ser madero- le dijo al portero.
- Ni te molestes en intentar volver a entrar, gilipollas- le respondió. Ella prefirió no decir nada: sus amigas estaban dentro.
- Bueno- dijo ella una vez lejos de la puerta- aquí al menos se puede hablar.
- Sí- respondió él- es un alivio, la verdad.
- Es que te veía muy apartado, como fuera de sitio.
- Y es verdad, no me apetecía salir, me insistieron mis amigos. Y este sitio tampoco es que me vuelva loco, la verdad- dijo mientras se iba liando un cigarro.
- ¿Me puedo fumar uno de los tuyos?- le preguntó.
- Claro- dijo él, extendiéndole la cartera con el tabaco y todo lo necesario. Ella lo miró un segundo a los ojos fijamente y sonrió después. Tenía una sonrisa bonita.
- Se me da fatal liarlos, ¿me lo podrías liar tú?

Él ya conocía de sobra el capricho de algunas mujeres por que les hagan cosas. Observan cómo lo haces, se fijan en tus dedos, en tu reacción, y luego saborean el cigarro como si les fuera a dar alguna pista sobre tu persona. A él le jodía tener que hacer dos, pero no quiso ser maleducado y se prestó al juego. Era raro. La miraba, era simpática y decidida, iba a por lo que quería y eso eran rasgos que él valoraba mucho; sin embargo, empezaba a entrever otras cosas. En el fondo de su mirada había una tristeza de una especie bien conocida. A la vez, no podía evitar sentir una tremenda pereza por entablar una conversación banal estándar, tener que explicar de nuevo qué había estudiado, en qué consistía su trabajo. Lió el cigarro en silencio con la esperanza de que su carácter introvertido la aburriera. Le dio el primero y se puso a liar el segundo. En plena labor ella le pidió fuego. Claro. Nunca tienen fuego. No sabía qué coño le pasaba a todas las tías que nunca compran mecheros.

- Espera un segundo que acabe-le dijo.

Una vez liado el segundo, rebuscó en su bolsillo y le acercó el mechero. Como era de esperar, ella dejó que sus manos rozaran levemente las suyas al encender el cigarrillo y lo miró de soslayo fugazmente, lo suficiente para analizar su reacción. Fumó profundamente y expulsó el humo con fuerza y hacia un lado. Lo miraba con mucha seguridad: sabía del poder de sus encantos, y con una media sonrisa mezcla de simpatía y curiosidad. Él se encendió el suyo y miró al suelo.

- ¿En qué pensabas?- le dijo directamente.
- Puf- dijo él.
- ¿Prefieres que te pregunte a qué te dedicas?
- No, no, odio eso.
- ¿Por qué?
- Eso equivale a preguntarlo, ¿no crees?
- Bueno, pero, ¿eres capaz de decirme en qué pensabas, o es que sólo te hacías el interesante?
- No seas borde, no estoy en la obligación ni de impresionarte ni de estar a la altura de ninguna de las expectativas que hayas creado. Las chicas como tú olvidáis eso fácilmente.
- ¿Como yo? Esto se pone interesante, ¿cómo soy yo?
- Joder...
- Joder, sí; contesta.
- Bueno, seré honesto. Tienes miedo en tus ojos y dolor. Lo disfrazas todo con tu imagen imponente, y haces bien porque así te va bien: impones respeto a los hombres y se prestan a todos tus tests. Creo que eres inteligente, a la vez insegura, te han hecho daño y eres bastante sensible e intuitiva.
- Hum...- dijo ella- ¿esto te funciona con todas las chicas?
- No lo sé, estoy fuera de circulación.
- ¿Tienes novia?
- Ni loco.
- Ajá, la has tenido y acabas de romper, o al menos no hace mucho.
- Ya te he dicho que eres intuitiva, no me lo tienes que demostrar.
- Entonces, ¿en qué pensabas?
- Te responderé si me prometes responderme tú luego a mi pregunta.
- Prometido- dijo ella, ofreciéndole un apretón de manos.
- Trato hecho- dijo él, sellando el pacto con el apretón. Tenía las manos suaves y los dedos largos y estilizados. Las uñas largas y pintadas de negro. Se miraron a los ojos, sonriendo, como si descansaran para el siguiente round.
- ¿Y bien?- inquirió ella.
- Pues estaba pensando en que todos los que están allí dentro actúan como si Sevilla no fuera a ser tragada por el mar.
- Venga ya...- dijo ella con incredulidad y decepción a partes iguales.
- Pues sí, lo siento.
- Eso es mentira.
- Yo nunca miento.

Ella lo inspeccionó de nuevo con la mirada.

- ¿Y bien, tú qué me querías preguntar?
- Pues muy sencillo: ¿por qué te has fijado en mí?
- Ya te lo he dicho, te veía apartado y mal.
- Eso es mentira.
- Eres listo, sabes que no lo es.

Se hizo un silencio. Se miraban a los ojos. Sonreían. Miraban a un lado y a otro.

- Yo no voy a volver a entrar, tengo la excusa perfecta: no me dejan- dijo él.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Caminaré y seguramente al cabo de unos metros decida ir a casa y tomarme un café, ponerme música y fumar hasta que me entre sueño. O tal vez ver una peli o un documental.
- Planazo- dijo ella.
- Siento ser tan aburrido, pero es lo que hay.
- No era sarcástico, chaval.
- ¿Te parece un planazo? no me molesta la compañía, puedes venir, pero no pienso follar contigo.
- Eres tan insolente...- le dijo, y lo miró de arriba a abajo- ¿me lo prometes?

Él le ofreció estrechar la mano. Ella la estrechó.

- Prometido- dijo- lo has prometido chaval- añadió resaltándolo con el dedo índice. Lo tomó del brazo y se pusieron a andar camino de su casa.

Caminaron en silencio todo el rato. Era raro. Tanta familiaridad y cercanía. Él no podía evitar verlo todo con una lejanía de irrealidad. Su aspecto no lo hipnotizaba, y si había alguien con esa capacidad en el mundo, esa era ella. Algo estaba roto en él. Sólo quería compañía. Hablar. Todo lo demás no le interesaba, y eso era sin duda grave con alguien así a su lado. Llegaron a la puerta. Ella lo detuvo.

- Si voy a entrar en tu casa sería interesante saber tu nombre, ¿no crees?
- No- respondió mientras abría la puerta- a la mierda los nombres- y la abrió ofreciéndole pasar primero con modales exagerados, extendiendo el brazo.
- Hum... Capullo...

Entraron en la casa y la llevó al dormitorio. Allí estaba el ordenador, los altavoces, la cama y un sofá.

- Ponte cómoda, navega si quieres, voy a ir haciendo el café, supongo que quieres.
- Sí- dijo ella mientras escudriñaba pistas sobre él en el orden de la habitación, los posters, dibujos y cosas que colgaban de las paredes.

Fue haciendo el café en la cocina, preparando las tazas: le gustaba el café en tazas grandes y bien cargado, y solo. Entonces cayó en que no sabía si ella lo quería solo, con leche, con azúcar o tal vez sacarina. Volvió a la habitación y se la encontró sólo con el tanga y los ligueros puestos, reclinada toda sexy en la cama, mirándolo fijamente. “Oh, no”, pensó, "esto no, ahora no". Efectivamente, tenia unas tetas preciosas en el peor momento de su vida.

- Ehm... ¿el café lo quieres solo o con leche?- le dijo mirándola a los ojos.
- ¿Qué?- dijo ella algo contrariada.
- Solo o con leche; azúcar o sacarina; y cuánta.
- ¿Cómo?- dijo ya cabreada.
- Creo que me has entendido perfectamente.
- ¿De verdad te has traído aquí a una tía como yo sólo para tomar café?
- Y para ver un docu sobre el futuro nefasto del cosmos. Siempre digo la verdad. No estoy para juegos. Te lo dije y te lo prometí.

Ella se incorporó y se sentó en la cama.

- ¿TU ERES MOÑA O QUÉ?
- No; el café se va a enfriar.
- Pero, ¿QUÉ COÑO TE PASA TÍO? ¿DE QUÉ VAS? ¡ME PODRÍA HABER LARGADO CON CUALQUIERA DE ALLÍ, TE ELIJO A TI! ¿Y ME HACES ESTO?
- Te lo dije, paso de las tías por el momento, haber elegido a otro.
- ¿Te gustan mas los tíos o qué?
- No; ni siquiera entiendo por qué os gustan a vosotras.
- Aún estás pillado con esa tía.
- Mira, no tengo por qué contarte esto, pero me he acostado ya con cinco desde entonces; no es eso. No estoy en condiciones, paso demasiado de todo, de las otras cinco sólo una me habla, las demás o ya lo estaban, o se volvieron locas.
- ¿Y QUÉ TENÍAN ESAS QUE NO TUVIERA YO? ¡¡MIRA, YO TAMBIÉN ESTOY LOCA!!- dijo levantándose y gesticulando con las manos- ¿NO CREES QUE DEBERÍAS SACAR ALGUNA CONCLUSIÓN?
- ¿Que estáis locas de todas formas, se os eche un polvo o no?
- Mira- le dijo vistiéndose rápido toda enfurecida y nerviosa- pedazo de moña, me voy a largar, ¡¡Y NI TE CREAS POR ASOMO QUE VOY A SER AMIGA TUYA!!
- Bueno...

Ella se le quedó mirando un breve momento en que se podía sentir cómo crecía su indignación e impotencia a la vez que el espacio-tiempo se expandía.

- ¿¿CÓMO PUEDES PASAR DE TODO?? ¿¿SABES LO HUMILLADAS QUE HACES SENTIR A LAS PERSONAS??
- Sí
- ¡¡AAAARGH!!- gritó mientras salía de la habitación, cruzaba la casa y se iba dando un tremendo portazo.

Él se quedó un momento pensativo. La verdad es que no. Era mejor tomar café. Fue a la cocina, tomó las dos tazas y se puso un documental sobre otra teoría que hablaba de otro final estupendo del universo: que el tejjido espacio-temporal se rompería alcanzado un límite de manera análoga a como estalla un globo de goma cuando se infla demasiado.

Tal vez fuera él, y esa extraña curiosidad por ver hasta dónde puede llegar la poesía de la gente. El caso es que no podía evitar no sentir absolutamente nada en esa millonésima de millonésima de millonésima de segundo cósmico que significaba su vida en medio de este breve estallido de luz previo a una oscuridad eterna y sin sentido...


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