martes, 25 de junio de 2013
Inciso tóxico
De repente, de la noche a la mañana, ha dejado de apetecerme fumar porros. No sé si habrá sido budú o algo en los astros. Cuatro días ya. Y esas cosas se saben y se sienten. Adiós porros, adiós; me habéis salvado la vida, pero ha llegado el momento de separarse...
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martes, 11 de junio de 2013
Algo más que una casualidad
Tras una tarde trabajando en una traducción, un rato de esparcimiento youtubico y otro de mirar al techo, me decidí a acostarme. Medio griposo, estas tardes de trabajo "improductivo" a veces necesarias suelen provocar cierto cargo de conciencia: no haber dibujado, no haber escrito o no haber estudiado o descubierto algo con la caja de las seis cuerdas. Lo de escribir lo resolví enseguida: unas líneas sobre las contradicciones y listo. Pero hay que dormir. Ya se lo había comentado a mi compi de piso: tía, tampoco puede ser que tenga que sentir remordimientos por una tarde de descanso (traducir no es trabajo comparado con eso, sino una especie de gimnasia- un pasatiempo). Está bien relajarse. El espíritu necesita quietud para escucharse a si mismo. Así que me puse a ver documentales y vídeos sobre el soul de los años sesenta, luego puse las piernas en la pared y me mantuve en silencio durante media hora, y luego a la cama.
Todo iba bien. Empezaba a soñar mientras sonaba una melodía clara, sencilla, perfectamente definida. Medio dormido caigo en que esa canción no existe. Me despierto de nuevo. Joder, la melodía es pegadiza. La base también. Tónica mayor, dominante mayor, subdominante mayor (más visto que el peo), pero la melodía... encajaba de puta madre. Pero claro, ¿es que no voy a dormir nunca? ¿es que ahora la música me asalta igual que los watsups, sin dejarme respirar, comer, descansar, dormir? Tiene cojones, y ahí estaba: era una canción nueva, esas cosas se notan, sabes que de ahí puedes tirar y tirar como si de un ovillo de lana se tratara y conseguir algo cargado de corazón. ¿Levantarme, coger la guitarra, abrir el ardour y grabarla aunque sólo fuera con el qtr-micro del portátil?
Supongo que a veces hay que educar a la inspiración, claro que es más fácil si la conoces un poco (a la tuya). Las canciones no son casualidades aunque lo parezcan. Responden a algo, son el reflejo de algo que se te mueve por dentro, que tiene un nombre y una historia con vida propia. Siempre regresan. Están ahí pidiendo paso de una manera u otra. Decidí dar prioridad a mi cuerpo en esa ocasión y dormir, de lo contrario acabaría siendo esclavo de mi mismo. Cuando la música te visita lo hace durante una buena temporada, y no te deja hasta que termines lo que tienes que hacer. Esa canción, cuya melodía quedó medio olvidada por la mañana, está ahí como un cáncer: volverá porque quiere ser. Lo importante es que la música ha vuelto. Toneladas presionando la puerta. Orquestas en la cabeza. Sonido.
Cuando regresa te cuenta chismes en la ducha, en la cama, en las aceras, en el coche, e incluso cuando alguien te habla- no respeta nada. Es así. Y de vez en cuando te confiesa algo importante: ahí está la chicha.
Vuelve la música, el color, el sol. Por fin.
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lunes, 10 de junio de 2013
Autodefinido
Admirar las líneas rectas,
mientras la vida se las da de peonza,
aunque sea mentira.
Ignorar una agonía que oscila
entre morir por inspirar,
y morir por expirar
-pero sí hablar de la rectitud
con el aire curvo de ese fuelle.
Y mientras el estómago pasea su aburrimiento
entre una náusea de jactancia
y una voracidad frustrada,
devorar con palabras
los manjares rectilíneos
con que se ensañan
los jugos gástricos del alma,
como pasatiempo.
Oscilar es eso,
o lo que es lo mismo...
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martes, 4 de junio de 2013
La grapadora de Esti
Trataba mi habitación como si toda
ella fuera un armario, aunque mi trato con los armarios tampoco era
normal del todo. Era más una relación con una portería de
balonmano que otra cosa: tiraba las cosas dentro de ellos a
distancia, marcando un tanto con una chaqueta arrugada y hecha un
gurruño, o pantalones o sábanas. Las arrugas de la ropa no eran un
problema para mí tampoco, y el hecho de que esta actitud sacara de
quicio a mis amigas o colegas, le añadía un aliciente al asunto.
Pero lo de convertir en armario la habitación entera era toda una
novedad: llegaba a casa y delante de mis compañeras abría la puerta
con la habitación a oscuras, y despreocupadamente arrojaba a la
sombra la mochila, la ropa o lo que llevara, sin mirar dónde había
caído. Y ello no quedaba libre de complicaciones.
Había llegado a casa
tras diez días de ausencia para ducharme, cambiarme y largarme a una
fiesta con Esti y Andrea: tuve que entrar y encender la luz. Tenía
clasificada la ropa en montones por el suelo. Básicamente dos: ropa
sucia, ropa limpia. Mi puntería desde el quicio de la puerta a
oscuras no era del todo buena, y había prendas en tierra de nadie
que eran difíciles de clasificar. Encontré todo lo que necesitaba
excepto los calzoncillos. Todos estaban sucios menos un par, que no
tenían cinta elástica. Todo un problema, porque esa noche pretendía
llevarme a alguna incauta a mi morada y había que cuidar los
detalles. Me duché y luego me metí en el dormitorio a resolver el
problema.
Los malditos
calzoncillos se caían, no había manera. Tampoco daban de sí lo
suficiente como para hacer un nudo en el costado. Busqué aguja e
hilo de coser por la casa, pero no hallé nada. Entonces caí: tal
vez con una grapadora pudiera hacerlo. Sólo era cuestión de estirar
la prenda por la cintura y graparla en un costado, de manera que el
sobrante quedara colgando y ya no se cayeran. Tampoco había
grapadora en la casa. Trinqué el teléfono. Llamé a Esti, que era
quien vivía más cerca.
- ¡Estiii, necesito un
favor!
- ¿De qué se trata,
alimaña?
- ¿Tienes una
grapadora en casa?
-
¡Jajajajaajajajaajajajaja!
- ¿De qué te ríes?
- ¿Para qué la
necesitas?
- Es para grapar un
trabajo que tengo que presentar
-
¡¡Jajajajaajajajajajajajajajajajajaajjaajjajajaj!!
- ¿Qué pasa?
- ¿Un trabajo? ¿En la
universidad? ¿Tú?
- Pasa hasta en las
mejores familias
- Pero hoy es viernes,
¿te la llevo mañana o pasado?
- La necesito hoy
- ¡Mentiroso de
mierda! O me dices para qué la quieres o no te la dejo
- Te mereces todas las
hormigas, cucarachas y cortapichas que habitan tu casa
- Tú sigue, sigue, que
ya verás quién te va a prestar la grapadora
- Bueno, mira, ¿voy
para tu casa y luego pasamos a recoger a Andrea y nos vamos a la
fiesta?
- Vale, pero no te la
voy a dejar a no ser que me des una explicación creíble
¿Qué se le iba a
hacer? Esti es así. Ya inventaría algo por el camino. Me subí los
calzoncillos todo lo que pude. Entonces caí en que tal vez
sujetándolos con clips a la cintura de los vaqueros aguantaran sin
caerse hasta casa de Esti. Busqué clips. No había, pero encontré
unos papeles de Daniela y bueno... le pillé prestados un par de
ellos.
Parecía que
funcionaban, pero al llegar a la calle sentí cómo uno de ellos se
soltaba y caía rebotando y campanilleando hasta una alcantarilla.
Todo era cuestión de aguantar hasta llegar, sin moverse mucho.
Parado, tieso y firme me puse a esperar el tranvía, que llegó a los
pocos minutos. Ya dentro no encontré sitio donde sentarme, así que
me quedé de pie y me puse a mirar la ciudad por la ventanilla.
Entonces reparé en una chica muy linda que me observaba desde dos
metros. Me hice el interesante y me estiré un poco: grave error,
porque al hacerlo sentí cómo se soltaba el otro clip y lo vi caer a
media distancia entre la chica y yo, haciendo tilín. Ella vio el
clip. Los dos lo observábamos y nos mirábamos. Ella esperaba que yo
lo recogiera, como es lógico. Yo sentía cómo se me iban cayendo
los calzoncillos bajo los pantalones sin nada que lo impidiera.
Claro, la cosa no estaba para agacharse ni moverse nada. Estaba
petrificado como una estatua. Yo la miraba haciéndome el duro, en
plan “clips a mí, estoy harto de dejar clips por ahí tirados, es
mi forma de ser, lo tomas o lo dejas...”. Los calzoncillos ya se me
habían caído del todo, sujetos sólo por la entrepierna del
pantalón. Los tenía a la altura casi de las rodillas. Es difícil
hacerse el digno con los calzoncillos así. Al final ella se levantó
y me acercó el clip.
- Creo que se te ha
caído esto- me dijo amablemente al entregármelo.
- Es que dan buena
suerte- le contesté yo.
Llegué a mi parada y
me bajé con toda la naturalidad que pude, deseando que no se notaran
los pliegues al caminar. Llegué a casa de Esti. Abrió la puerta.
Tenía una expresión pícara que te cagas.
- ¿Para qué la
quieres?
- Jo, ¿de verdad te lo
tengo que contar?
- Es lo que hay,
¡muchacho!
- ¿Dónde está?- le
dije mirando por toda la casa.
- No-no-no-no-no...
¡Suelta por esa boquita!
En esto aparece su
madre, que llevaba unos días de visita por allí. No había caído
en ese detalle, se me había olvidado. Pongo mi sonrisa de póker.
- ¡Hola! ¿Qué tal?
- Ni qué tal ni
leches, ahora mismo nos cuentas lo de la grapadora, jajajajaja
- Ya, de tal palo...
Miro a Esti. Pone cara
de “ya no te quedan más huevos”.
- Bueno, pues es que
tengo unos calzoncillos sin goma que se me caen y que necesito grapar
para que no se me caigan.
Las dos empiezan a
descojonarse de mi sin ningún reparo ni pudor.
- Pero... ¿dónde
están?- dice Esti, casi sin poder respirar.
- Los llevo puestos
Las dos vuelven a
descojonarse más fuerte aún.
- Pero, entonces, no se
te caen, ¿no?- me dijo la madre.
Suspiré.
- Los llevo puestos; de
hecho, están a la altura de las rodillas, sujetos por la huevera de
los vaqueros, si no, los llevaría por los tobillos.
Estallaron en
carcajadas casi sin poder respirar. Esti se me acercó, me tocó una
rodilla, notó el bulto, y se tiró al suelo. Ya cuando se
recuperaron pude hablar.
- Bueno, ¿me dejas la
grapadora?
- Te puedo dejar unas
bragas, si quieres, jajajajajajaajajaj
- Pretendo ligar esta
noche, quedarme en bragas ante “ella” no creo que ayude.
Vuelven a estallar,
llorando.
- Bueno- me dice Esti
intentando respirar- te la dejo si me dejas hacerte una foto después-
y vuelven a empezar, madre e hija.
- Y una mierda
- Espera, que llamo a
Andrea, no se puede perder esto
- No, por favor...
- Anda toma- dice
alargándome una mierda de grapadora minúscula.
Me metí en el baño y
procedí a grapar los calzoncillos. Ahora parecía que funcionaba. El
aspecto dejaba mucho que desear. Bueno, pensé, si ligo me meto en el
baño y me los quito allí, y salgo en plan “sorpresa”. Al rato
llegó Andrea.
- Quiero verte con
“eso” puesto.
- Y los cojones
- ¡He venido hasta
aquí expresamente para eso!
- ¡Sí, y te hacemos
una foto!- dijo Esti.
- Sí- dijo Andrea- una
fotoo, por favor...
Se pasaron así todo el
rato, también en la fiesta. En cualquier caso, dio igual, no ligué
una puta mierda, pero de ahí en adelante fui más cuidadoso con
tener controlada la ropa limpia...
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lunes, 3 de junio de 2013
Digitación
Gestos idénticos
pueden contener ninguna,
o todas las vivencias de una vida
- años prensados en el tacto
y el hogar perdido
en una milésima de milímetro...
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Suzanne y el cuero
Tenía esa chupa de cuero desde los
16 años. Lo recuerdo bien: la vi un día colgada en una tienda y
supe que era mía. Desgastada, con cremalleras grandes y cierre
central. Eso me gustaba. No era la típica chupa cruzada de motero,
el cuero era de primera y no era del todo cara en su género.
Aquellas navidades invertí todo lo que conseguí de abuelas, tíos y
padres en ella, y por fin salí de aquella tienda con el artículo en
la bolsa. Aquella chupa se convirtió en mi segunda piel. Fue conmigo
a Canarias, a Moscú y, nueve años después, a Leipzig, Alemania. Mi
chupa había sido testigo de tantas vivencias, tantas juergas,
romances, música, historias... El cuero seguía bien, pero el forro
interior estaba destrozado y los bolsillos totalmente agujereados
desde hacía años. Todo el mundo me aconsejaba que me deshiciera de
ella, pero para mí tenía un valor sentimental muy importante.
Estaba dispuesto a llevarla al sastre para rehacer el interior y los
bolsillos en cuanto pudiera pagármelo.
Cuando conocí a
Suzanne no la llevaba puesta: aquel era un mayo de una primavera
embriagante y calurosa. Iba a pasar por mi casa con mi amiga Esti
precisamente para recogerla, porque nos largábamos a comer a casa de
Andrea (aunque ella aún no lo sabía) y luego por la tarde nos
íbamos los tres a un lago de las afueras de Leipzig a encender un
fuego y recibir una serenata de timbales y didiridús por parte de
nuestros amigos Greinier y el resto de alemanes rastas, todo
aderezado con cantidades industriales de marihuana de la buena. Y por
la noche refrescaba en los lagos, de ahí la necesidad de recoger la
chupa.
Mi piso no tenía
cerradura, se podía abrir tal cual, y tal cual entramos me encontré
en el recibidor a Suzanne. Me quedé un poco pasmado. Sabía que mi
compañera de piso, la violinista Sarah, andaba buscando alguien que
ocupara su habitación, puesto que pronto iba a dar a luz y se iba a
vivir a otro lado. La niña era guapísima, con el pelo largo,
castaño y ondulado, unos ojazos verdes enormes y un tipo que dejaba
casi sin aliento.
- Hola- me dijo- soy
Suzanne, soy la nueva compañera de piso.
- Vaya- le dije
extendiéndole la mano- yo soy Kique.
Ella sin embargo apartó
mi mano y me dio dos besos en la cara.
- Conozco a los
españoles, es tradición darse dos besos- me aclaró- Sí, ya me lo
imaginaba, “el compañero español que nunca está”, como dice
Sarah, jajajaja
- Bueno, tú sabes, la
vida moderna es muy absorbente...
- Ya, estás de
erasmus, ¿no?
- Sí, y la verdad es
que no paro. De hecho ahora me largo a comer con mis amigas.
- Bueno, espero verte
pronto.
- Claro- le dije- y
salimos por la puerta.
Bajando por la escalera
el silencio de Esti lo decía todo. La miraba y se partía ella sola.
- Me sé de uno que a
partir de ahora va a parar más en casa- me dijo canturreando.
- ¡Uff, esti! Esta
brutal, ¿verdad? ¡Ya era hora de que me tocara una compañera en
condiciones!
- ¿Le vas a meter
cuello?
- ¡No! Es compañera
de piso, no creo que sea buena idea, pero alegra la vista, eso sí.
- ¿Tú con
miramientos? Será que estás resacoso...
- No eres más que una
berraca del norte.
- Y tú un moro mierda.
- Jajajaajajajaja
- Jajajaajajajaaj
(...)
Al día siguiente
regresé a mi casa por la tarde. Ella estaba en la cocina y había un
chaval que por fin había ocupado la habitación pequeña la semana
anterior. Al parecer se lo había pensado mejor y había venido a
decirnos que no se quedaba.
- No te preocupes- le
dije- ¿quieres tomar algo? creo que tengo vino por ahí...
- Vale, tengo algo de
tiempo.
Entramos en la cocina.
Suzanne llevaba una camisetita de tirantes y unas mallas negras
ajustadas, y estaba sentada con una pierna flexionada sobre la silla.
Tenía un aire lánguido que resultaba de lo más atractivo. Había
un algo trágico en su mirada brillante y húmeda. Tenía un olor muy
especial que se apreciaba por toda la casa, cuya química hacía
estragos sobre la mía. A veces la atracción es así, avasalladora,
químicamente explosiva.
- Suzanne- le dije-
vamos a tomar algo de vino, ¿te apetece?
- Vale, me gusta mucho
el vino.
Nos pusimos los tres a beber,
mientras manteníamos una conversación trivial sobre pisos,
trabajos, ciudades, modos de vida. Pude saber más cosas de ella: que
no era de la región, sino de Saarbrücken y que, por lo tanto,
hablaba también francés; que acababa de llegar a Leipzig y no
conocía a nadie; que sólo se dedicaba a trabajar en la universidad
todo el día; que estaba perdida y sola y que le interesaba mucho la
comida sana y las infusiones extrañas. Ella me miraba a los ojos.
Nos mirábamos intensamente el uno al otro a cada silencio. Poco a
poco, la conversación disminuía y los silencios se hacían más
largos. Ella sacó una de sus botellas. Al cabo de un rato, el
compañero fallido nos miró a los dos de manera extraña y se
despidió.
- Aquí va a ocurrir
algo- dijo al largarse por la puerta, entre risas. Ni Suzanne ni yo
nos dimos por aludidos. Sólo nos miramos una vez más. Me encantaba
cómo bajaba los párpados con esas pestañas tan largas cuando la
mirada que manteníamos llegaba al límite a partir del cual... pasan
cosas.
Cuando
se largó acabamos nuestras copas, en silencio, mirándonos. Esa
tensión resultaba deliciosa, y precisamente por mantener la delicia
me fui a dormir, pretendiendo seguir fiel a mi principio básico de
no liarme con las compañeras de piso.
(...)
Llegué a casa después de
almorzar. Era viernes y me habían invitado a una fiesta de
cumpleaños de una amiga alemana. Estaba contento. Suzanne estaba en
la cocina.
- ¿Qué tal Suzanne?- le
dije animosamente- ¿cómo se te presenta el fin de semana?
- No tengo nada, ¿y tú?
- Esta noche me voy a una
fiesta, ¿te apetece venirte?
Mostró entonces un
semblante grave y estuvo pensativa varios segundos. Parecía una
decisión trascendente. Al cabo de unos segundos más, respondió.
- Vale, iré contigo.
Y se fue a su cuarto a arreglarse un
poco. Más tarde, mientras Suzanne y yo nos terminábamos la segunda
botella de la tarde, vinieron a buscarme unos cuantos amigos a los
que también había invitado por mi cuenta y riesgo. Por aquella
época había muchas cosas que me sudaban la polla, una de ellas era
la etiqueta de las fiestas.
- Chicos, esta es
Suzanne, mi nueva compañera de piso- les dije. Esti me miraba con
cara de pillina. Andrea, que también estaba al tanto de mis
impresiones, me trincó del brazo escaleras abajo, por delante.
- Kique- me dijo
emocionada- tenías razón, está que te cagas.
- Bueno, hey, que se
nos va la olla- le dije señalando al reloj.
Llegamos a la fiesta y más o menos a
los diez minutos fui expulsado de ella por la indignadísima
anfitriona, junto a todos mis amigos. En Alemania, uno no es igual a
seis. La chica se puso en jarras, paró la música y me gritó
señalando la puerta.
- ¡¡Fuera!! ¡¡Largo
de aquí!!
Me volví sonriente
hacia mis colegas.
- Bueno, yo creo que
nos vamos, ¿no os parece?
Suzanne se me pegó y
me cogió del brazo mientras íbamos escaleras abajo. Ya en la acera
andábamos muy por delante de los demás. Yo me reía, bastante
ciego, y ella se reía conmigo. Y en un momento indeterminado empezó
a besarme.
Suzanne era todo
corazón: no te besaba, te devoraba; era capaz de llevarte a alturas
inimaginables. Era tan intensa, que al final me dejé vencer y caí
sobre la acera de espaldas, con ella encima mía devorando y
devorando sin parar. Yo acabé tumbado con los brazos en cruz sobre
el suelo. Entre sus pelos, veía a veces el cielo oscuro y estrellado
por encima de las farolas. Pronto pasaron mis amigos, de largo.
Apenas pude oír sus burlas y jaleos al pasar, porque Suzanne ponía
verdadero empeño en su entrega.
Al cabo de un rato la
convencí para llegar a casa (en realidad estábamos a apenas un
minuto de ella), y en el recibidor, solos por fin, la cosa se puso
más intensa aún.
Pasamos toda la noche
sin dormir. Suzanne seguía devorándome, daba igual los polvos que
lleváramos: ella simplemente no paraba, y uno tras otro se iban
sucediendo sin dejar de besarnos, de tocarnos, de recorrernos.
A la mañana siguiente
se marchó. Iba a su ciudad a recoger algunas cosas y regresaría el
martes. Yo me quedé en su cama. Olía toda a ella, como yo.
El martes por la tarde
entró por la puerta, dejó caer la maleta al suelo y vuelta a
empezar, sin intercambiar palabra, hasta la noche...
(...)
El romance duró una
semana, tras la cual vino un amigo íntimo de Suzanne a visitarla
unos días. El día en que llegó me pidió que durmiéramos por
separado mientras él estuviera allí. Ella había pasado por una
ruptura recientemente y este chico conocía a su expareja. Algo
contrariado, me fui a dormir temprano deseando que llegara el día
siguiente con algo de sol y cosas nuevas.
Al día siguiente no me
quedé en casa por la noche, preferí salir. Y por ahí me encontré
a Emily, una pelirroja irlandesa con quien me enrollaba cada vez que
nos veíamos por ahí. Emily era una chica estupenda, con quien me
entendía perfectamente sin casi articular palabra. Nos liamos. Se
vino a casa. Era una situación un poco embarazosa: tenía que entrar
sin despertar a Suzanne y sin que Emily notara ese empeño. Lo
conseguí de milagro y pasamos la noche juntos. Por la mañana se
asomó a mi dormitorio el amigo de Suzanne y nos vio: los dos
desnudos durmiendo. Cuando ella se fue, fui a la cocina y allí
estaba él (Suzanne ya se había marchado a la universidad).
- Perdona, no sabía
que no estabas solo- me dijo.
- No te preocupes- le
dije. Pero sabía que ya era tarde. De esto se iba a enterar Suzanne.
El caso es que andaba
mal de dinero, la casera venía todas las mañanas a ver si le pagaba
y estaba cada vez más agobiado, y dado que esta niña sólo parecía
querer divertirse, y que su amigo descubría todas mis travesuras y
demás, decidí ausentarme una temporada de casa e instalarme en la
de Andrea hasta reunir el dinero para pagar a Sarah y hacer el golfo
sin vigilancia. Total, casi vivía allí. Andrea me proporcionaba
risas, una amistad sana, cariño y ayuda y protección. Se puso muy
contenta cuando se lo dije. De hecho me llamaba todos los días.
- ¡¡Kiqueee!!! ¡¡Ven
a casa que me aburro, por favor!! ¡¡Y te invito a comer!!
Así que me presenté
con algo de ropa, mi chupa de cuero y mi cara de refugiado en su casa
al mediodía.
- Ok- me dijo- vamos
arriba a bajar un colchón.
Durante aquellas
semanas que pasé conviviendo con Andrea sobrevivíamos a duras
penas. Cuando ya no podíamos más, me iba a la bolsa de trabajo de
la universidad y echaba una mañana en una obra subiendo vigas o
tablones a un sexto piso, tras la cual me pagaban en el acto. Todo
esto se mezclaba con nuestros intentos de llegar a tiempo a algún
concierto saliendo de casa borrachos de vodka con zumo de arándanos
a las doce (cuando los conciertos solían ser a las diez y media, con
puntualidad alemana). El verano había llegado de lleno y caminábamos
por las mañanas borrachos de deseo. Cuando Andrea veía algún tío
que le gustara, me lo decía, y yo hacía lo mismo.
- ¡¡Arrrgh!! ¿Has
visto ese tío de los pantalones cortos? ¡¡Me lo comía!!- me decía
cada dos minutos.
- Ya, ya- le
contestaba- pues a la que va con él tampoco le hacía yo un feo.
- ¿Se lo proponemos?
jajajajaajajaja
- Jajajajaajajajaa
Se mezclaba todo.
Hacíamos bizcochos de hachís y cubos cuando nos aburríamos por las
tardes. Tomábamos pastis. Tomábamos de todo. Al final tuve que
devolver la llave de la mensa universitaria para recuperar los 15
marcos que se daban a modo de fianza al adquirirla a principios de
semestre, para poder comer. Se los di a Andrea y regresó con vodka y
zumo de arándanos.
- ¡Estupendo, Andrea!
¡Todo el día llamándome juerguista y ahora, en vez de comida,
compras eso!
- ¿Me adoras, verdad?-
me dijo.
Al cabo de un tiempo y
dos o tres trabajos de obras, reuní el dinero para el alquiler que
debía y se lo mandé a Sarah por transferencia bancaria. El semestre
acababa y tenía que pensar en regresar a España. Encontré en Last
Minute un billete tirado y lo compré. Andrea me abrazó fuerte a la
salida de la agencia.
(...)
Era la víspera de mi
marcha y aparecí en mi piso por fin. Allí estaba Suzanne, preciosa
y estupenda, y un chico rumano que había ocupado finalmente la
habitación pequeña. Suzanne se alegró mucho de verme, se ve que
había estado preocupada por mí.
- Mañana regreso a
España- le dije.
- Oh, vaya, qué pena,
pero es lo mejor para ti, ¿no?
- Ya ves cómo “vivo”
aquí...
Guardó silencio.
- Esta noche hay una
rave ilegal en el bosque, bajo un puente ferroviario de donde pinchan
la luz, ¿te apetece venirte? es mi última noche.
Suzanne hizo el mismo
ritual que la vez anterior: se lo pensó con gravedad y al final me
dijo “sí, iré contigo a la rave”, sólo que ahora yo sabía muy
bien qué significaba eso.
Fuimos a la rave con
Esti y Andrea, que querían despedirse de mi a lo grande. Ya tarde,
nos sentamos a descansar del baile Suzanne y yo, y nos volvimos a
liar. Suzanne, como siempre, actuaba como una posesa. Rodeados de
montones de gente sentada, se me puso encima y empezó a devorarme y
a revolverse de tal manera que diríase que se me iba a follar allí
mismo, así que le propuse largarnos. Por el camino en el bosque
echamos un polvo porque con ella no había negociación que valiera.
Llegamos a la carretera y milagrosamente encontramos un taxi y nos
fuimos para casa, donde seguimos el resto de la noche. Esti y Andrea
se habían quedado en la rave puestísimas de una maria excelente que
les habían regalado.
- Quédate...- me
susurraba Suzanne cada dos por tres, reliándonos entre las sábanas.
¿Quedarme? En el
momento me parecía una locura. La iba a destrozar. Me iba a
destrozar. Acabaría loco perdido. Me hice el sordo.
Por la mañana estuve
recogiendo mis cosas y entonces caí: mi chupa de cuero la había
dejado olvidada en casa de Überjens en una fiesta dos días antes,
un animal teutón que bebía como una morsa y se follaba todo lo que
le ponían por delante. Y no me daba tiempo de ir a por ella: debía
tomar un tren a Colonia y allí coger un avión a Málaga. Le pedí a
Suzanne que la recogiera y me la mandara por correo, le di el dinero
para el envío, la dirección de Überjens y la mía en España.
Salimos pitando para la estación de tren. Esti y Andrea me
despidieron. Andrea, mi amiga del alma, lloraba a borbotones y la
abracé con todas mis fuerzas. Me despedí de Suzanne. El tren salió
conmigo dentro.
(...)
Suzanne nunca me envió
la chupa. A veces creo que simplemente se las comió Überjens: la
chupa y Suzanne.
Pero a veces me paro a
preguntarme qué distinta habría sido mi vida si le hubiera hecho
caso; si me hubiera quedado en Alemania con ella- ¿Acaso no lo tenía
todo?
Si hubiera decidido
centrarme un poco. Si hubiera sabido conservar mi chupa de cuero...
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